Salman Abedi, instrumento perfecto para el terrorismo más letal
“Muy simpático”, pero capaz de “enfurecerse por cualquier cosa”. “Podías decirle lo que fuera y él lo creía”. “Nada sugería que fuera una persona violenta”. “Reaccionó muy mal cuando di un sermón contra el terrorismo”. Quienes lo conocieron describen así, con esas disparidades, a Salman Abedi, el veinteañero que el lunes 22 detonó una bomba casera a la salida de un concierto en Manchester y mató a 22 personas. El joven de origen libio, que abandonó los estudios universitarios y entró en contacto con gente cercana al Estado Islámico, ya estaba en el “radar” de la seguridad británica, que no lo creyó capaz de cometer tal atentado.
MANCHESTER, Inglaterra (Proceso).- A las 21:15 horas del lunes 22, Salman Abedi abandonó su pequeña casa de Elsmore Road, en un suburbio de clase trabajadora del sur de esta ciudad, y viajó en autobús hasta la Manchester Arena, donde aún cantaba la estrella pop Ariana Grande ante unos 21 mil espectadores.
Abedi hizo un recorrido de unos 35 minutos por la Princess Road. Atravesó el centro de la ciudad y el barrio chino, pasó a un lado de la histórica biblioteca Rylands y llegó a la populosa estación de trenes Victoria, donde descendió del autobús, cargando una mochila deportiva.
El joven de 22 años caminó a paso rápido por el pasillo que comunica la estación Victoria con la entrada principal del estadio. Aprovechó que los guardias abrieron las puertas para que la gente pudiera salir del concierto, que estaba por finalizar. Se coló al recibidor y esperó. Pudo escuchar la última interpretación de Ariana Grande, “One last time”. Miles de personas, entre ellas familias con niños y adolescentes, cantaban, saltaban y le aplaudían a la estrella estadunidense.
Como estaba previsto, el concierto terminó poco antes de las 22:30 horas. Las luces del estadio se encendieron. Los espectadores se dirigieron a la salida. Algunos llevaban globos rosas que los organizadores habían lanzado luego de que Grande terminó su espectáculo. Cuando el gentío descendía por las escaleras centrales, Abedi se ubicó en el centro del recibidor y apretó el detonador de la bomba que llevaba en la mochila.
La explosión provocó una enorme bola de fuego y un ruido ensordecedor que se escuchó en todo el estadio y en las calles circundantes. Murieron de inmediato 22 personas, entre ellos varios niños en brazos de sus padres, y más de 700 resultaron heridas.
El caos que reinó a partir de ese momento provocó que miles de personas corrieran aterradas hacia las salidas del estadio. El recibidor estaba bañado en sangre. Cuerpos destrozados yacían en el piso, entre ellos el de Abedi. Dispersas quedaron las tuercas, clavos y otros objetos lacerantes que el joven puso dentro de la bomba casera para que ésta fuera aún más letal.
“Una familia normal”
Abedi nació el 31 de diciembre de 1994 en Manchester, en una familia de inmigrantes libios. Sus padres, Ramadan Abedi y Samia Tabbal abandonaron Trípoli en 1992 escapando del régimen de Muamar Kadafi. Buscaron refugio en el Reino Unido. Primero se asentaron en Londres y tres años más tarde en Manchester. Ramadan era el sostén de la familia. Trabajó como guardia de seguridad en distintas empresas. Los Abedi tuvieron cuatro hijos. Salman era el segundo.
Tras vivir en Gran Bretaña casi 20 años, los padres de Salman regresaron a Libia en 2011, luego del derrocamiento de Kadafi. Los acompañaron su hijo menor, Hashem, y su única hija, Jomana. Salman y su hermano mayor, Ismail, decidieron quedarse en Manchester.
Un amigo cercano de la familia, que prefirió mantener el anonimato, dijo que los Abedi eran muy conocidos dentro de la comunidad libia de Manchester.
“Eran una familia normal, como cualquier otra. Eso sí, eran musulmanes muy devotos”, contó. “Salman fue siempre un joven amigable, nada sugería que fuera una persona violenta”, agregó.
Durante su adolescencia, el joven concurría semanalmente al Centro Islámico de Manchester, conocido como la Mezquita Didsbury, donde su padre solía recitar algunos cantos del Corán debido a su voz y a su buena dicción.
A Salman le gustaba además jugar futbol y desde pequeño era seguidor del Manchester United. El clérigo y jeque Mohamed Saeed, director de la mezquita de Didsbury, contó horas después del atentado en Manchester que en los últimos meses Salman había cambiado: “Tenía una expresión como de odio en su rostro y reaccionó muy mal cuando hace algunas semanas di un sermón en el que denunciaba al terrorismo”.
De 2009 a 2011 Salman asistió al colegio para niños Burnage, no muy lejos de su casa en Elsmore Road. Sus excompañeros lo recuerdan como un muchacho silencioso, reservado y muy religioso.
En 2012 presentó los exámenes de secundaria en el Manchester College y dos años después ingresó a la Universidad de Salford –no muy lejos de la Manchester Arena–, donde comenzó la carrera de administración de empresas. En esos años optó por no vivir junto con sus compañeros en el campus. Ninguno de ellos lo recuerda como un joven problemático. Tampoco recuerdan que participara en actividades extraescolares o que asistiera a las fiestas estudiantiles que solían organizarse los fines de semana.
Asistió a clases sólo dos años. Luego abandonó por completo los estudios y se volvió aún más religioso. Para obtener ingresos trabajó en una pequeña panadería, cuyos clientes pertenecen a la comunidad musulmana.
Sus vecinos en Elsmore recuerdan que en los últimos meses Salman solía vestir la típica túnica y el gorro islámicos. Además se había vuelto colérico y violento. En ese tiempo cambió de domicilio varias veces, incluida una vivienda en Wilbraham Road, en el sur de Manchester, la cual fue requisada por la policía antiterrorista el martes 23, horas después del atentado. En esa propiedad de ladrillos rojos, Salman habría recibido la mochila con el explosivo casero, de parte de un contacto británico vinculado con Siria y el Estado Islámico (EI).
Lina Ahmed, una joven de 21 años que conocía a los Abedi desde hacía varios años, contó que en las últimas semanas, Salman, su hermano mayor y el padre de ambos “estaban comportándose de forma extraña”.
“Hace algunos meses vi a Salman cantar a viva voz en la calle la primera kalma (oración islámica). Cantaba en árabe como un loco, repitiendo una y otra vez la oración: ‘Hay sólo un Dios y el profeta Mahoma es su mensajero’”, agregó.
Alan Kinsey, un conductor de 52 años que vive justo enfrente de la vivienda de los Abedi, comentó que “distintas personas entraban y salían de la casa (de Elsmore Road)”, pues una parte de la familia había regresado a Libia.
Kinsey dijo también que desde hacía algunos meses, de una de las ventanas de la casa de los Abedi colgaba una bandera iraquí o libia. “Pensamos que se debía a algún partido de futbol o a una protesta en su país, nada sospechoso”, señaló.
El pasado abril Salman realizó un viaje de tres semanas a Libia y Siria, donde, según la policía británica, se radicalizó al entrar en contacto con seguidores del EI. Regresó a Gran Bretaña el jueves 18.
“Venganza”
Horas después del atentado, un asistente social de Manchester –quien prefirió mantener el anonimato–, contó a la cadena de televisión BBC que hace cinco años varias personas que conocían a Salman llamaron a una línea telefónica antiterrorista de la policía luego de escuchar al joven decir públicamente que “el terrorismo estaba bien” y que ser un atacante suicida “era OK”.
Hamid El-Sayed, que trabajaba para la ONU en programas para combatir la radicalización, y que ahora enseña en la Universidad de Manchester, reveló que en los últimos meses Abedi “había perdido el rumbo”.
“Tenía una mala relación con su familia y sus padres habían tratado sin éxito de mantenerlo en la buena senda”, afirmó El-Sayed a la BBC. “Le empezó a ir mal en la universidad, en su educación, y no terminó sus estudios. Sus padres trataron varias veces de que volviera a Libia. Tenía dificultades a la hora de acostumbrarse al estilo de vida europeo”, subrayó.
Pese a que muchos sospechan que el joven se radicalizó en Libia o en Siria, Salman habría entrado en contacto con extremistas en Manchester: la policía británica descubrió que varios disidentes del régimen de Kadafi –pertenecientes al proscrito Grupo Combatiente Islámico Libio–, vivían en la calle Whaley Range, muy cerca de los Abedi, y aparentemente tuvieron contacto son Salman.
Entre ellos se encontraba Abd al-Baset Azzouz, quien abandonó Gran Bretaña para coordinar una red terrorista en Libia encabezada por Ayman al-Zawahiri, el sucesor de Osama bin Laden como líder de Al-Qaeda.
Azzouz, de 48 años y experto en construir bombas y todo tipo de explosivos caseros, fue acusado de encabezar una red vinculada con Al-Qaeda en el este de Libia. El periódico inglés The Telegraph reportó en octubre de 2014 que Azzouz estaba al mando de entre 200 y 300 militantes.
Tras la muerte de su hermano, Jomana Abedi dijo a la prensa en Trípoli que Salman había llevado a cabo el ataque “en venganza por los bombardeos estadunidenses en Siria”.
“Creo que él vio por televisión a niños (musulmanes) que morían en Siria, y quiso tomar revancha”, dijo Jomana al Wall Street Journal. “Vio las bombas que Estados Unidos lanzaba sobre los niños en Siria y quiso vengarse. Lo que ocurrió está ahora entre él y Dios”, agregó la joven.
El hermano menor de Salman, Hashem, de 20 años, aparentemente sabía del complot terrorista. “Su hermano sabía que algo estaba pasando en Manchester y pensó que Salman haría algo así como realizar un atentado. Al ver por internet desde Trípoli lo que había pasado en Manchester nos dijo que pensaba que el responsable había sido su hermano”, contó un portavoz de las fuerzas de seguridad libias al programa de noticias Newsnight de la BBC.
Tanto el padre de Salman como su hermano Hashem fueron arrestados en Trípoli por la policía libia, y podrían ser extraditados al Reino Unido acusados del delito de terrorismo. En total ocho personas fueron detenidas en conexión con el atentado de Manchester, incluido el hermano mayor del atacante, Ismail.
Tanto para el jefe de la Policía del Gran Manchester, Ian Hopkins, como para la ministra del Interior británica, Amber Rudd, el joven “estaba en el radar de los servicios de seguridad”, pero nunca imaginaron que fuera capaz de lanzar semejante ataque.
Un antiguo compañero de clase de Abedi dijo a la BBC, a condición del anonimato, que Salman era “un muchacho muy simpático”, pero también podía ser “muy temperamental”, alguien “que se enfurecía por cualquier cosa”.
“Podías decirle lo que fuera y él lo creía”, explicó su excompañero, quien agregó que su obsesión por la religión y su fascinación por el extremismo islámico hicieron que el joven fuera “el instrumento perfecto para el terrorismo más letal”.
Este reportaje se publicó en la edición 2117 de la revista Proceso del 28 de mayo de 2017.