Ojo por ojo en el sur de la India

domingo, 23 de julio de 2017 · 09:22
NUEVA DELHI (apro).- En Malabar Norte vuelan los cuchillos. En esta región del sur de la India, en el estado de Kerala, empezó en los años sesenta una guerra entre partidos políticos que va más allá de las urnas y se libra en la calle, a puñaladas entre los simpatizantes. Quienes conocen esta violencia hablan de ella como una epidemia, algo que puede frenarse en un momento dado pero que puede volver a estallar de repente porque no hay una cura permanente. En los periódicos locales aparece de vez en cuando el asesinato de algún miembro de un partido y, cuando eso ocurre, sólo queda esperar y contar los días para que ese crimen sea respondido con más sangre. Aquí no hay un bando que sea la víctima y otro que sea el verdugo; hay decenas de muertos en ambos lados. Kuzhichalil Mohanan fue asesinado a machetazos por un grupo de encapuchados en una tienda. Le cortaron las manos y las piernas. Era miembro del partido comunista CPI-M. Dos días después, a plena luz del día, K.V. Ramith, del partido BJP, corrió la misma suerte en una gasolinera. Sus asesinos hincaron sus cuchillos directamente en el cuello. Ramith conocía bien la violencia: su padre había sido asesinado a cuchilladas en 2002. 2017 sigue la senda de asesinatos de 2016. Un trabajador del BJP, Ezhuthan Santhosh, fue asesinado a puñaladas en su propia casa, supuestamente por un grupo de hombres del CPI-M. Ese mismo día explotó una bomba casera en una oficina del RSS, aunque no se registraron heridos. “Es una violencia diaria, la gente vive con esa sensación, pero el miedo a morir sólo lo tienen los miembros de los partidos. En la calle no se ve un ambiente violento, no parece que lleven décadas matándose”, afirma a Apro Yasser A. Pothukandiyil, originario de la costa Malabar, y dice que no teme perder su vida, sino que maten a un vecino, un amigo o un familiar metido en política. “La Sicilia de la India” La violencia no es igual en todas las zonas. Mientras en Nadapuram el ojo por ojo tiene raíces religiosas (hindúes contra musulmanes), en el distrito de Kannur, la vendetta de los navajazos se explica entre partidos políticos: ser miembro del partido equivocado es razón suficiente para ser asesinado. No hace falta haber estado involucrado en un crimen previo, ni que ese crimen haya tenido lugar en la misma región. Porque lo importante es que alguien del otro bando muera. Ese es el mensaje. Y ahí entra en juego la “espectacularización del asesinato”, la teatralización de una violencia que necesita su audiencia. Es decir, muertes crueles, impactantes, para que el mensaje llegue más lejos, a más gente y se recuerde más tiempo. Por eso es habitual el uso de explosivos o las mutilaciones con arma blanca. Dicen quienes conocen el conflicto que, aunque el cuerpo de la víctima quede mutilado, su cara debe quedar intacta para ser reconocida. Estas prácticas mafiosas entre militantes políticos le valieron a la región el sobrenombre de ‘la Sicilia de la India’. Pothukandiyil, que ahora es profesor de Historia en Delhi, vincula el apodo con un elemento esencial para entender la violencia en esta zona de la costa Malabar: la traición. “El asesinato es resultado natural aquí porque ambos partidos tienen una fuerte frustración con la traición. Existe una cultura de educar sobre la traición, se transmite continuamente quién es el enemigo. Es difícil contener la violencia cuando se convierte en una herencia”, afirma el keralita. Si la gente en estas pequeñas comunidades comparte casta, religión, parentesco y vecindario, la traición salta cuando se viola la tradición política. Los radicales que empuñan los cuchillos consideran que al romperse un lazo se rompen todos. “Una persona se siente traicionada por otra porque, a pesar de tener todos esos puntos en común, hay un elemento que no se comparte, y al no hacerlo se está traicionando todo lo demás”, explica Pothukandiyil. Eso, dice el especialista, da alas a un sentimiento que está cada vez más presente en esta sociedad: la idea de pureza. La necesidad de ser puro para ser considerado digno. Hay que tener en cuenta que, a diferencia de la mayor parte de India donde las comunidades se organizan según la casta o la religión, en Kannur las raíces giran en torno al partido, algo que se aprende en la familia. Así, cualquier deslealtad se paga cara. La brutalidad del asesinato irá acorde al agravio cometido. Uno de los casos más sonados fue el de T.P. Chandrasekharan, un político de 51 años asesinado con 51 puñaladas porque se atrevió a abandonar el CPI-M y fundar su propia formación. A falta de cifras oficiales, se calcula que esta guerra de políticos matones se ha cobrado entre 200 y 400 vidas, unos crímenes que quedan diluidos en la inmensidad de un país de mil 250 millones de habitantes. Los noventa fueron años afilados en una contienda que libran sobre todo comunistas e hinduistas por conseguir el apoyo de la comunidad thiyya, pero también participan el Partido del Congreso y la Liga Musulmana. En un estado de larga tradición marxista, ser partidario de formaciones de derechas como el partido hinduista BJP y la organización RSS, no es algo que uno luzca abiertamente. Es el clásico ejemplo del voto oculto que está ahí pero que nadie reconoce en público. No obstante, en el distrito de Kannur, ocurre lo contrario: los simpatizantes del BJP y de la RSS llevan con orgullo sus inclinaciones políticas y tratan de tú a tú a sus contrincantes comunistas. Y eso indigna a los miembros del CPI-M, que se siente humillado. Así estalla un choque entre ambos bandos que llega hasta las últimas consecuencias. Además, el paulatino crecimiento de la derecha hindú en el estado, confirmado en las elecciones locales del año pasado, ha disparado las tensiones hasta el punto de que esas formaciones han solicitado al gobierno que aplique la ley antiterrorista para frenar la violencia que vive la zona. Líderes del RSS han llegado a ofrecer recompensas a aquellos que venguen los asesinatos de derechistas hindúes. Preguntado por este medio, Abhijit Iyer-Mitra, analista del Instituto de Estudios de Paz y Conflicto, sostiene que “todos los partidos, de derecha e izquierda, actúan como mafiosos” y no cree que la violencia se base en la venganza, sino que “es un intento de intimidar a los otros y de marcar territorio a través de tácticas de terror”. “Kannur tiene una historia de lucha violenta antifeudal y antiimperialista. Tras la democracia, se han quedado restos de esa cultura, en parte por el compromiso ciego de la gente hacia los partidos en lugar de hacia la casta o la religión”, afirma a Apro K.S. Pavithran, director del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Calicut, en Kerala. Como ejemplo, señala que los militantes “por lo general no permiten matrimonios con personas del otro bando, aunque la religión y la casta sean la misma”. Pavithran cree que todo esto es una “demostración de fuerza” de cada partido aceptada por los ciudadanos, quienes, aunque dicen condenar la violencia, respaldan las acciones de esos partidos. “Nadie es inocente” Al hablar de las personas que están detrás de los asesinatos, la antropóloga Ruchi Chaturvedi, experta en este conflicto, se refería a jóvenes que actúan como “soldados de infantería” dispuestos a hacer “el trabajo sucio” para defender la posición de sus partidos. “Estos jóvenes están dispuestos a desplegar su propia fuerza física masculina para asegurar el dominio de sus grupos devolviendo los golpes y contrarrestando la influencia de los partidos contrarios. El despliegue de tal fuerza se ha traducido en acoso, intimidación y, en algunos casos, en la participación en asesinatos horribles de opositores”, escribía Chaturvedi en un reciente artículo publicado en el medio digital The Wire. Se suele decir que en Kannur hombre y partido son una misma cosa, comparten el mismo cuerpo. De ahí que no trasciendan los nombres de los asesinos, mientras que los monumentos a las víctimas pueblan la zona. “Nunca recordarás la cara de un culpable, porque no tienen cara. No busques criminales individuales, es el partido el que mata. La cara del asesino es la cara del partido”, dice Pothukandiyil, quien opina que en un escenario así, “nadie es inocente”. En el norte de Kerala muchos asesinatos quedan sin resolver al caer en el saco de la “violencia política”. Los expertos señalan que se hace poco por investigar quién está detrás de cada muerte, más allá de las detenciones protocolarias. Son arrestos que inyectan dosis de tranquilidad y eficacia a la sociedad, pero esta no llega a saber si las personas detenidas son realmente los perpetradores del asesinato o meros cabezas de turco. En ese sentido, el investigador Iyer-Mitra, que rebaja las diferencias entre esta región y el resto del país, sentencia: “Como en cualquier lugar de India, en Kerala los poderosos tienen un sentimiento de total impunidad”.

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