Con todo en contra, las FARC son partido político

viernes, 8 de septiembre de 2017 · 14:36
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia –la guerrilla más antigua del continente–, se convirtió el pasado viernes 1 en partido político. Se llamará Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC). Durante su congreso fundacional, realizado la semana pasada, acabó por imponerse la línea más ortodoxa, que pugna por un movimiento de inspiración marxista, leninista y bolivariana. El nuevo partido enfrenta múltiples retos. Uno de ellos: lograr que se cumplan los acuerdos de paz que firmaron con el gobierno y que en el Congreso sufren modificaciones sustanciales. BOGOTÁ (Proceso).- Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que hasta hace pocas semanas eran la guerrilla más antigua y poderosa de América Latina, se convirtieron este viernes 1 en un partido político legal cuyo retos mayores serán, en principio, revertir la mala imagen que tienen entre la mayoría de los colombianos y lograr que se cumplan los acuerdos de paz que firmaron con el gobierno, en un momento en que ese tema ha perdido interés en el país. En su nueva etapa, el escenario para las FARC no sólo les es desfavorable por el lastre de sus propios errores en la guerra –secuestros y atentados contra la población civil–, sino por la operación política que han puesto en marcha los partidos de la derecha colombiana para obstaculizar el cumplimiento de los acuerdos de paz e intentar revertirlos. De hecho, el bloque de congresistas antifarc del Senado y la Cámara de Representantes está sometiendo a modificaciones importantes las leyes derivadas de los pactos que pusieron fin a un conflicto armado de 53 años. Y en la Colombia rural, que fue escenario de la guerra, están matando a exguerrilleros que dejaron las armas. Durante este año ya suman 12 los ejecutados por pistoleros al servicio de terratenientes, caciques políticos y bandas criminales.  Además, 10 de sus familiares han sido asesinados. A esos factores adversos de orden externo, hay que sumar las propias resistencias internas de las FARC a construir un partido moderno que responda a las expectativas de una sociedad que, más que consignas revolucionarias, busca respuestas prácticas a problemas como el desempleo, la baja calidad de la salud y la corrupción. Y es que en el congreso constitutivo del partido de las FARC acabó por imponerse la línea más ortodoxa, que representa el número dos de la organización, Iván Márquez, y que pugna por un movimiento revolucionario, de inspiración marxista, leninista y bolivariana, y capaz de subvertir el “orden social capitalista”. Incluso contra la aspiración del jefe máximo de la exguerrilla, Rodrigo Londoño, Timochenko, quien propuso el nombre Nueva Colombia para el partido, 70% de los delegados en el congreso votaron por el que impulsó Márquez: Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC). Ese será el nombre de un nuevo partido cuyas siglas, además de antiguas, remiten a millones de colombianos a los años más duros del conflicto armado. Timochenko no sólo buscaba un nombre más sintonizado con la Colombia contemporánea, sino un partido que se dirija al país “sin dogmas, sin sectarismos, ajeno a toda ostentación ideológica y con propuestas claras y sencillas”. Él quería que ese propósito se manifestara en el nombre, en los símbolos, “en nuestra actitud, en nuestra manera de tratar con la gente, en nuestras plataformas y programas”, dijo el 27 de agosto durante la instalación el congreso. Ese mismo día se expresaron con claridad las dos tendencias que se debaten dentro de las FARC. Cuando Márquez habló, después de Timochenko, dijo que “más que iniciar una operación de marketing político y de posicionamiento de una determinada imagen” el partido de esa exguerrilla deberá formular una propuesta política “para la transformación estructural y superación del orden social”. La línea de Márquez es minoritaria en la cúpula de las FARC, pero a juzgar por lo que ocurrió en el congreso, cuenta con el respaldo mayoritario de las bases del nuevo partido. En cambio Timochenko, quien apuesta por un proyecto que resulte atractivo para los electores colombianos, tiene de su lado a los excomandantes de mayor peso en la organización, como Pastor Alape, Pablo Catatumbo y Carlos Antonio Lozada, pero en esta ocasión la mayoría de delegados –que representaban a unos 15 mil exguerrilleros y exmilicianos– no le dieron su voto. De lo que no quedó ninguna duda es que la disputa entre las dos tendencias se resolvió en un congreso democrático en el que participaron 892 delegados provenientes de los 26 campamentos donde la exguerrilla hizo su desarme. De ellos, 628 votaron por el nombre del partido que resultó ganador. Y sólo 264 lo hicieron por el que propuso Timochenko. Como parte de los acuerdos de paz, las FARC tienen asegurados 10 lugares en el Congreso bicamaral que será electo en marzo de 2018. Además de Victoria Sandino, otros excomandantes que figuran como precandidatos a ocupar esos escaños son Iván Márquez, Pablo Catatumbo, Pastor Alape y Carlos Antonio Lozada. El nuevo logo de las FARC es una rosa roja con una estrella de cinco puntas en el centro y las siglas del partido en letras verdes. Ese símbolo, parecido en la rosa y en los colores a los de los partidos socialistas español y francés, proyecta una nueva imagen. “Queremos que así nos vean, con el símbolo de una rosa, que es la rosa del amor”, dice Iván Márquez, el indiscutible número dos de esa exguerrilla, aunque el congreso constitutivo ratificó como líder de la organización a Timochenko, quien no ha acabado de recuperarse de un accidente cerebrovascular que sufrió en julio. Contra los consejos de sus más cercanos amigos de la izquierda colombiana e internacional, las FARC decidieron mantener esas siglas. “Es probable –señala Márquez– que para muchos esto tenga una connotación negativa, pero para nosotros representa nuestro acumulado histórico, y eso no se desdibujará en nuestro ingreso a la política legal. El conflicto social sigue y vamos a seguir luchando desde la legalidad para que eso cambie”. Un comienzo cuesta arriba  Para el director del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia, Fabio López de la Roche, la irrupción de las FARC en la institucionalidad democrática ocurre “en un contexto muy adverso para ellos, con una parte del país derechizado, partidario de la mano dura y poco dispuesto a la reconciliación nacional”. Por ello, dice, los acuerdos de paz con esa exguerrilla polarizan a Colombia. “En este país hay dos mitades: la que apoya la paz con las FARC y la que la rechaza con el argumento de que son muchas las concesiones que se le hicieron, como el hecho de que los excomandantes no van a ir a la cárcel por los delitos graves cometidos en la guerra y que podrán participar en política”, indica el historiador y doctor en estudios literarios de la Universidad de Pittsburgh. A esto, indica, se agrega “la falta de unidad de la clase política en torno al acuerdo de paz”. Las FARC consideran que debido a las limitaciones que puso la Corte Constitucional al mecanismo fast-track para aprobar las leyes de la paz en el Congreso, este poder del Estado está “renegociado de facto” los acuerdos para poner fin al conflicto armado. Las legislaciones sobre desarrollo rural, participación política y reforma electoral que establecen los acuerdos de paz han sufrido en el Congreso modificaciones importantes que limitan su alcance. Fabio López de la Roche considera que este “envalentonamiento” de los partidos de derecha, incluso los que respaldan al gobierno del presidente Juan Manuel Santos –quien se jugó todo su capital político con el acuerdo de paz con las FARC– es producto del resultado del plebiscito de octubre del año pasado para refrendar o no ese pacto. En esa consulta el “no” a los acuerdos triunfó por un escaso margen, apenas con 50.21% de los votos, y aunque Santos y la exguerrilla modificaron el acuerdo y este fue refrendado por el Congreso en noviembre anterior, el tema de la paz perdió fuerza. Hoy, la implementación de los acuerdos con las FARC no figura entre los problemas que más preocupan a los colombianos. Antes están la corrupción, los deficientes servicios de salud, el desempleo, la baja calidad de la educación, la pobreza, la delincuencia y el costo de la vida. Y aunque son millones de colombianos los que respaldan los acuerdos de paz, no todos ellos simpatizan con las FARC. Los miles de secuestros que cometió esa exguerrilla, los asesinatos de civiles, los atentados que causaron la muerte de mujeres y niños y una férrea campaña de estigmatización promovida desde los poderes político y económico, la convirtieron en una organización impopular. Según un sondeo de Gallup, realizado los últimos días de agosto, sólo un 12% de los colombianos tiene una opinión favorable de las FARC y 84% las rechaza. Además, siete de cada 10 entrevistados consideraron que esa exguerrilla no cumplirá los compromisos contraídos en el acuerdo de paz. Esto, a pesar de que hasta ahora ha cumplido a cabalidad. El panorama es tan adverso para las FARC que Timochenko lo compara con una marcha guerrillera por entre filos montañosos, bajo la lluvia, el frío intenso e incesantes bombardeos aéreos. “Esto pasó muchas veces en nuestro más de medio siglo como guerrilla y salimos adelante siempre. Cuando llegábamos a la cima, podíamos apreciar otros horizontes. Con ese espíritu estamos dando el paso a la política sin armas”, dijo Timochenko en una reunión con dirigentes políticos extranjeros que asistieron como invitados al congreso constitutivo del partido de las FARC. La presencia internacional en ese congreso, que se realizó entre el 27 y el 31 de agosto en el Centro de Convenciones de Bogotá, fue nutrida. Allí estuvieron dirigentes de izquierda de Latinoamérica, Europa y Asia, y representantes de las embajadas de Canadá, Reino Unido, Alemania, Francia y Cuba. En contraste, la clase política colombiana desdeñó ese evento. De los 18 precandidatos presidenciales de todas las tendencias que fueron invitados al congreso para exponer sus ideas, ninguno asistió. Sólo la dirigente izquierdista Clara López, que figura entre los políticos colombianos con mejor imagen pública, envió un representante a hablar en su nombre. El mensaje de López a los mil 500 delegados de las FARC que participaron en el congreso fue que ella está dispuesta a promover, junto con la exguerrilla y de cara a los comicios presidenciales de mayo de 2018, un gobierno de coalición comprometido con la implementación de los acuerdos de paz. La ausencia de los precandidatos presidenciales de los partidos de derecha en el congreso de las FARC no sorprendió a nadie. Pero pocos esperaban que los precandidatos de la izquierda y de los partidos que respaldan los acuerdos de paz se marginaran de ese evento. No estuvieron allí ni el exgobernador de Antioquia, Sergio Fajardo ni el exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro ni el exjefe del equipo de negociadores de paz del gobierno, Humberto de la Calle, a pesar de que ellos aspiran a encabezar una alianza electoral que busque la Presidencia con el objetivo de consolidar la paz alcanzada con las FARC y cumplir los acuerdos firmados en noviembre pasado. Entre la URNG y el FMLN Eduardo Pizarro Leongómez, sociólogo, politólogo y especialista en la historia de las FARC, sostiene que al mantener sus siglas en su conversión a partido político, la exguerrilla parece haber apostado por la ortodoxia. “Su éxito en la política –afirma– va a depender de la capacidad de sus dirigentes para construir un programa atractivo, más urbano, para los jóvenes, y no el que presentaron en su congreso, que se titula ‘Las tesis de abril’ (nombre tomado de los conceptos expuestos por Lenin el 4 de abril de 1917 en Petrogrado) y que es muy tradicional y nada atractivo para los electores del siglo XXI.” De acuerdo con Pizarro, en esta nueva etapa las FARC se van a debatir entre dos experiencias latinoamericanas: las de las exguerrillas de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). La URNG, que firmó un acuerdo de paz con el gobierno en 1996, nunca ha logrado ocupar un lugar importante en el panorama político guatemalteco, donde su votación ha sido marginal. En cambio, el FMLN se convirtió en la segunda fuerza política del país desde su reinserción a la vida civil, en 1992, y en 2009 llegó a la Presidencia con un candidato externo, Mauricio Funes. En 2014, su candidato presidencial, el excomandante guerrillero Salvador Sánchez Cerén, también ganó la elección. Para Pizarro “es muy probable que las FARC se parezcan, inicialmente, a la URNG, y si logran una renovación más adelante, se pueden parecer al FMLN”. Esto, dice, puede ocurrir si sus líderes incorporan al nuevo partido personas e ideas atractivas para las poblaciones urbanas. Y eso puede ocurrir, agrega, si más allá del nombre que adoptó y de los documentos surgidos del congreso, en la práctica política cotidiana se acaba por imponer la corriente renovadora que encabeza Timochenko, y que busca impulsar ante el electorado temas como medioambiente, igualdad, diversidad sexual y racial y equidad de género. De hecho, en el congreso de las FARC había entre los delegados una notable participación de mujeres, indígenas y afrocolombianos. Y dos de los delegados eran gays y representaban a esa comunidad, que también existe dentro de la exguerrilla. La excomandante guerrillera y futura senadora de las FARC, Victoria Sandino, dice a Proceso que el nuevo partido mantendrá “una discusión muy nutrida” sobre sus estrategias frente al electorado porque “lo que nos interesa es ganarnos el corazón de la gente, y eso lo tenemos que hacer con nuestros ideales, pero con propuestas sencillas”. De acuerdo con Sandino, “estamos llegando a la política sin armas, a la política electoral, luego de una confrontación de 53 años en la que la contraparte ha tenido los medios y la institucionalidad para desprestigiarnos y tenemos el gran y enorme desafío de cambiar ese imaginario”. Eso, asegura, “lo tenemos que hacer con mucha inteligencia política y conscientes de las adversidades que tenemos que enfrentar”. Este reportaje se publicó el 3 de septiembre de 2017 en la edición 2131 de la revista Proceso.

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