Los buscaminas de Mosul: trabajar a contrarreloj

miércoles, 17 de octubre de 2018 · 20:35
MOSUL, Irak.- Han pasado apenas dos horas desde que sol se ha empezado a colar entre las calles de la destruida Ciudad Vieja de Mosul cuando Shomji Jabr Khanoun reúne a su equipo de cerca de una veintena de efectivos bajo una carpa que han instalado en el distrito de Al Maedan. Tras informarles de los planes del día, una excavadora hace rugir su motor y empieza a retirar escombros bajo la siempre atenta mirada del grupo, que se petrifica, expectante, a una distancia prudencial del vehículo, siguiendo todos y cada uno de sus lentos movimientos por si apareciese cualquier objeto que les pudiera parecer sospechoso. Cuando tienen la certeza de que no hay nada, Shomji envía a los suyos hacia el mismo lugar que acaba de despejar el buldócer para que el equipo, perfectamente coordinado, empiece su rastreo visual. Como si se tratara de un desfile militar a cámara lenta, el grupo avanza al unísono peinando cada palma que se abre paso ante ellos, hasta que uno advierte de dos botellas llenas de explosivos y se lo comunica directamente a Shomji. Es su turno. Como asistente de líder de la cuadrilla, Shomji es el encargado de lidiar personalmente con los explosivos que se encuentran por delante, que él mismo retirará y trasladará a un improvisado almacén temporal hasta que finalice la jornada. Para hacerlo no está solo. Con el resto del equipo se encuentra un médico enviado por el Hospital de Mosul, al que avisan rutinariamente antes de empezar, y que conoce perfectamente el camino a seguir para llegar hasta Shomji y evacuarlo en caso de que algo se torciere durante el proceso. Al final, aquel día el grupo estuvo especialmente entretenido. “Hemos tenido una mañana bastante atareada”, comenta a Apro Shomji, de 38 años de edad y nueve de experiencia como buscaminas en la ciudad de Basora, situada en el extremo sur de Irak. “Hemos recogido 11 cinturones explosivos -algunos en buen estado-, artículos lanzados desde drones, algunas granadas –bastantes de desechadas--, cohetes y morteros”, repasa, justo en frente del pequeño espacio que han habilitado para guardarlo todo durante el día. En la Ciudad Vieja de Mosul, ubicada en la riba oeste del río Tigris que divide la urbe en dos, fue donde se concentró la mayor parte de la destrucción causada durante la ofensiva militar que el ejército regular iraquí y sus aliados lanzaron sobre ella durante la primera mitad de 2017 para liberarla del yugo del Estado Islámico (EI). Los jihadistas, atrincherados dentro de cada edificio, obligaron a la coalición a avanzar puerta por puerta. Miles de casas, colegios, centros de salud, bombas de agua y centrales eléctricas quedaron consecuentemente reducidas a escombros, de entre los que Al Maedan, la zona más dañada del lugar, se erige como epítome de su total destrucción. Allí, y por todo Mosul, trabajan incansablemente equipos como los de Shomji, encargados de buscar y remover todo tipo de explosivos que el conflicto dejó a su paso. Su tarea se sitúa al frente de los trabajos de reconstrucción de la ciudad, que sobre todo en su mitad oeste se ven muy ralentizados por la inmensa cantidad de explosivos que aguarda entre la runa. En menos de un año, y sólo en el distrito de Al Maedan, los equipos de buscaminas han eliminado más de 2 mil artefactos explosivos y 450 cinturones explosivos, muchos de los cuales se encontraban aún ceñidos a restos humanos. Para toda la Ciudad Vieja, la cifra asciende a más de 33 mil, incluidos remanentes de guerra y explosivos improvisados. En Mosul “hay dos tipos de contaminación: la del EI y la de la coalición”, explica a este medio Pehr Lodhammar, director de Programas en Irak del Servicio de Acción de Minas de las Naciones Unidas (UNMAS). “La contaminación de la coalición es munición que se disparó y no funcionó como debía”, añade, y “gran parte de esa munición fue lanzada por las Fuerzas de Seguridad Iraquíes y (se corresponde) a morteros, artillería o bombas”. Sin embargo, el mayor problema llega con la munición del Estado Islámico. “El EI tenía fábricas donde producía morteros, cinturones explosivos, empaquetaba granadas o incluso misiles, y, por supuesto, producía todos los componentes que luego unían para fabricar artefactos explosivos improvisados (IED)”, comenta Lodhammar, quien apunta que su tasa de error se sitúa en un 30% o más, muy superior a la de la munición de la coalición. “Podemos reconocer los explosivos fabricados por el EI porque tenían sus propios sellos de calidad”, agrega Lorène Giorgis, oficial de comunicaciones de UNMAS, que asegura que han llegado a encontrar algunos de sus explosivos sujetados a cuerpos, jeringuillas o incluso juguetes, mientras muestra como ejemplo un diminuto detonador con forma de piedra que se escondía entre el océano de escombros que es la Ciudad Vieja. Remover todo este tipo de artefactos supone un proceso extremadamente lento por el peligro que conlleva, especialmente en zonas donde abundan escombros, que, al tratarse de una ciudad, son muchas. En estos casos, el proceso suele empezar con una excavadora blindada como la de los hombres de Shomji, que retira la runa para que los equipos procedan con el rastreo visual y, poco a poco, vayan peinando y limpiando toda la ciudad. Para realizar esta misión, los equipos locales de buscaminas cuentan con la ayuda de mentores, que no sólo los entrenan antes de entrar en acción, sino que les acompañan durante todo el proceso por si se encuentran ante situaciones que no saben cómo afrontar. “En realidad se trata de pasar el conocimiento de una organización internacional (la ONU) a los iraquíes para que ellos mismos lo hagan”, explica a Apro Kane Jones, un mentor británico que trabaja en el parque de los mártires. “La ONU quiere capacitar a los locales, porque esa es la forma más efectiva de trabajar y hay una gran diferencia en la capacidad del nivel internacional al nivel iraquí, por lo que tenemos que llevarlos hasta allí, es algo que no podemos ignorar”, expone. Vanguardia Actualmente UNMAS opera en una más de una quincena de territorios, entre los que se encuentran países como Afganistán, Siria, Sudán o el Sáhara. Mosul es considerado el más difícil de todos ellos, tanto por la complejidad de muchos de los dispositivos esparcidos por la ciudad como por la elevada densidad de artefactos. “Este programa se encuentra realmente a la vanguardia tanto de la acción contra las minas como de la gestión de artefactos explosivos, porque estamos haciendo muchas cosas que no habíamos hecho en el pasado”, desliza Lodhammar, quien tiene 30 años de experiencia en este campo y ha estado trabajando en 14 países. Por ahora, las autoridades locales son quienes, en coordinación con organismos como el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), eligen los lugares en los que centran su trabajo, que tienden a ser infraestructuras críticas como puentes, plantas de energía y de tratamiento de agua, hospitales o escuelas. Inicialmente, la ciudad acumulaba más de 11 millones de toneladas de escombro, de los cuales aún quedan 8 millones. Asimismo, según la primera evaluación del PNUD tras la liberación de Mosul, 15 barrios estaban muy dañados, con 32 mil casas destruidas y 231 mil personas afectadas; otros 23 sufrían daños moderados y 16 ligeros, lo que dejaba, a su turno, otras 16 mil viviendas destruidas y más de 700 mil afectadas. Por este motivo, el número de familias que han podido regresar a sus casas hasta ahora en la Ciudad Vieja rodea sólo el millar, mientras que el resto sigue viviendo en campos o se ha mudado a la parte este de la ciudad, que se encuentra en mucho mejor estado pero cuyas infraestructuras están soportando mucha más presión de la que deberían. “La situación es bastante tremenda desde todos los puntos de vista”, anota Marta Ruedas, representante residente del PNUD en Irak y representante especial de la misión de asistencia de la ONU en el país, que recalca que “la cantidad de minas y otros explosivos que ha dejado el EI complican muchísimo el trabajo de reconstrucción y rehabilitación.” A pesar de todos los explosivos que ya se han conseguido retirar hasta el momento, oficiales de la UNMAS calculan que, al menos, dos tercios del total se encuentran debajo de la runa (algunos hasta ocho metros por debajo de los escombros), por lo que, aunque el área de Mosul no sea demasiado extensa, las estimaciones indican que aún se tardará más de una década en poder remover la mayor parte de ellos. Las autoridades que trabajan sobre el terreno, a su vez, apuntan que la falta de fondos impide que puedan acelerar las operaciones. Según un recuento de Reuters de principios de año, la ciudad necesita 2 mil millones de dólares para su reconstrucción, pero antes de la guerra su presupuesto era de solo unos 80 millones, de los cuales 75 se destinan a servicios básicos. Además, los fondos creados por Bagdad para reconstruir el país, como el de Reconstrucción para Áreas Afectadas por Operaciones Terroristas, están lejos de compensar la anterior cifra, como demuestra el hecho de que, en 2017, Mosul solo recibió por este concepto 252 mil dólares. Como consecuencia, la municipalidad sólo tiene a su disposición mil 500 empleados de los 10 mil que necesita, una diferencia que se repite en el caso de la maquinaria disponible para tal efecto, y que ha empujado a la administración a contraer una deuda de hasta 7 millones de dólares con contratistas y trabajadores. También UNMAS necesitaría 260 millones de dólares para sus operaciones en Irak, de los cuales cuenta sólo con unos 56 millones, menos de una cuarta parte. Una historia que se repite en el caso del PNUD, que denuncia tener un desfase de 230 millones de dólares respecto al total que tenían planeado. “Tenemos un financiamiento limitado y nuestro programa sólo engloba una parte de las necesidades (totales) de la reconstrucción de Mosul”, advierte Ruedas. Asegura que debido a estas “condiciones tan extremadamente difíciles” resulta “imposible” determinar en su caso cuántos años se podría tardar en rehabilitar la ciudad. Aun así, ambos son conscientes de que, con el paso del tiempo, su financiación seguirá decayendo. “Irak será interesante para los donantes durante algunos años, quizá hasta el año que viene”, advierte Lodhammar, “pero después de eso podría estallar un conflicto en otra parte y la gente ya no estará interesada en poner dinero en Irak”. “Es triste”, concluye, “pero es la verdad, y eso es lo que sucede (siempre) después de varios años.” Por este motivo, elegir con acierto los proyectos en los que se centran las acciones de rehabilitación, incluida la acción de los equipos de buscaminas, es primordial.  De lo contrario, muchos temen que la devastación y el sentimiento de que los locales sunitas son marginados de nuevo por la administración central chiita vuelvan a crear el resentimiento necesario para que algunos abran las puertas a grupos de la naturaleza del Estado Islámico, como ya ocurrió en Mosul en 2014; una posibilidad que obliga a personas como Shomji a trabajar contrarreloj, en un intento de evitar que el conflicto vuelva a explotar en el futuro.

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