El príncipe MBS agota su política exterior de alto riesgo

viernes, 21 de diciembre de 2018 · 13:12
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En Medio Oriente, los asesinatos de periodistas sí tienen consecuencias sobre sus autores. O al menos, el crimen contra Jamal Kashoggi las está teniendo sobre una de las personas que ha acumulado más poder en la región: el príncipe Mohamed bin Salmán (conocido como MBS, por las iniciales de su nombre), heredero designado al trono de Arabia Saudita y el hombre que hasta ahora había controlado los asuntos del país. Ahora, el rey Salmán parece haberle puesto coto a las jugadas de su hijo. Y como resultado positivo, la guerra en Yemen estaría entrando en su fase final. Cada semana aparecen nuevas señales de que la política exterior de alto riesgo que impulsó MBS encontró sus límites. “Definitivamente, las cosas se han calmado desde el asesinato de Kashoggi”, le dijo un alto funcionario saudí al Wall Street Journal, en un artículo publicado el miércoles 19. Lo más significativo a nivel social es un acuerdo de tregua para Yemen, alcanzado en negociaciones con una rapidez que sorprendió a los observadores, y que se sostenía en los primeros días de su aplicación, desde el martes 18. Esto significa que la población civil de la ciudad portuaria de Hodeida, que enfrentaba una feroz ofensiva de tropas saudí-emiratíes desde junio, por primera vez puede tener jornadas de tranquilidad, sin tiros, bombardeos y decenas de muertos. Además, MBS había sostenido una serie de coincidencias con Israel, país con el que no mantiene relaciones oficiales, para actuar en alianza contra el enemigo común: Irán, y dejar atrás las diferencias, como la ocupación de Palestina. Ahora, el rey Salmán ha declarado que el conflicto palestino-israelí es la “primera prioridad” de su reino en la región. Pero más allá de las capacidades de la operación de control de daños impulsada por el rey Salmán, está el severo impacto que alcanza ya el crimen contra Kashoggi en la esfera de influencia saudita en la política estadunidense: sus aliados están abandonando al reino y sus enemigos, especialmente los que combaten las políticas de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP, liderada por los sauditas), huelen por primera vez en este siglo la oportunidad de darle un golpe directo al cártel, que los lobistas de Arabia Saudita han logrado evitar hasta el momento, y provocar con ello una baja en los precios internacionales del combustible. Catar, el pequeño emirato bloqueado por orden de MBS, ha leído la jugada y dio el primer paso, declarando que abandona la OPEP. Las mil y una noches de Trump Gracias a que el rey Faisal murió y el sucesor fue su padre Salmán, un hombre de 79 años, enfermo y cansado, Mohamed bin Salmán llegó al poder en enero de 2015. Sólo tenía 29 años, jamás había ejercido algún cargo administrativo o diplomático, pero ostentaba la energía y, sobre todo, la ambición de poder. Para marzo de ese año ya había lanzado a su ejército (en alianza con el de Emiratos Árabes Unidos y con apoyo logístico y de inteligencia de las potencias occidentales) contra la tribu houthi (de la secta musulmana chiita, como Irán) de Yemen, en defensa del casi vencido gobierno yemení (de la secta sunita, como los saudíes). También financió a milicias extremistas en Siria. En junio de 2017 movilizó a sus aliados para ordenar el bloqueo marítimo, terrestre y aéreo de Catar, el único pequeño país árabe del Golfo Pérsico que se rehusaba a seguir sus dictados en política exterior. En noviembre de ese año, secuestró al primer ministro de Líbano, Saad Hariri, y lo obligó a renunciar a su puesto. Internamente, ha tratado de eliminar rivales y erradicar toda oposición encarcelando a 200 príncipes de la familia real saudí y empresarios. El encierro de éstos fue de súper-lujo: en el Hotel Ritz-Carlton de Riad. Los liberó después de que cada uno de ellos accedió a entregar millones de dólares a una nueva oficina anticorrupción, que en 2017 “recuperó” 13 mil 300 millones de dólares, según cifras oficiales. También reprimió a feministas y otros defensores de derechos humanos, estableciendo un régimen de terror. Está acusado de haber establecido una brigada de la muerte clandestina, el Escuadrón Tigre, para asesinar a enemigos y personajes incómodos. Hizo esto al mismo tiempo en que se presentaba ante el mundo como un reformista de visión modernizadora, que pretendía liberalizar un poco la rígida sociedad religiosa saudí –el reino dejó de ser el único país del mundo en el que las mujeres tenían prohibido conducir autos-, y sobre todo, planteó su gran proyecto de gobierno, “Visión 2030”, que incluye construir una metrópolis financiera y de alta tecnología con la participación de los grandes inversionistas del mundo. Su mayor acierto fue cortejar a Donald Trump. En mayo de 2018, la agencia Reuters y el diario The New York Times revelaron que en agosto de 2016, el entonces candidato Trump se reunió con un representante de MBS y del príncipe heredero de Abu Dhabi, Mohamed bin Zayed, que ofreció ayuda para su campaña. En esa reunión estuvieron presentes Joel Zamel, un especialista israelí en manipulación de redes sociales, y Erik Prince, el polémico patrón de mercenarios. En mayo de 2017, en su primer viaje al extranjero, Trump visitó Arabia Saudita y recibió literalmente el trato de un rey de las mil y una noches, incluyendo una recepción con filas de príncipes levantando sus espadas. Se ganó a Trump. Pero las cosas resultaron ser bastante más complicadas. Si el presidente de Estados Unidos pareció estar de acuerdo con el bloqueo a Catar, su secretario de Estado, Rex Tillerson, intervino (según una investigación del portal The Intercept) para impedir que invadieran militarmente este emirato, que además recibió apoyo económico de Turquía e Irán, y hoy presume de haber humillado a sus poderosos enemigos. Igualmente, el rechazo internacional lo obligó a liberar a Saad Hariri, quien regresó a Líbano a reasumir su cargo de primer ministro. En Siria, las milicias apoyadas por los sauditas, están atrapadas y a la defensiva. En Yemen, donde esperaba una victoria fácil y veloz que lo fortaleciera para dar nuevos pasos, los houthies resistieron en casi todos los frentes, y se atrincheraron en el puerto de Hodeida, en donde las fuerzas saudíes-emiratíes (que combaten con aviones, grandes bombas y misiles teledirigidos contra lanzagranadas y rifles de asalto) han tenido pocos avances desde junio. Esa guerra es brutal, con alrededor de 80 mil muertos desde 2015. Las tropas extranjeras han bombardeado autobuses repletos de alumnos de primaria y en general han atacado a la población civil, y los saudíes lanzaron una operación masiva contra el puerto de Hodeida a pesar de la advertencia, hecha por la ONU y organizaciones internacionales, de que de esa forma ponían en peligro el principal punto de ingreso de ayuda médica y alimenticia, de la que dependen tres cuartas partes de sus 28 millones de habitantes, en la peor crisis humanitaria que en este momento existe en el mundo. Unas 65 mil personas están cerca de morir de hambre. Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Save The Children y otros grupos han denunciado a los ejércitos de Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos por cometer crímenes y violar los derechos humanos. Pero estas acusaciones no le importan mucho a MBS. Como tampoco provocar conflictos gratuitos: en agosto, en respuesta a un tweet aislado y rutinario de la ministra canadiense de Exteriores, en el que expresaba su preocupación por el encarcelamiento de la feminista Samar Badawi, Arabia Saudita expulsó al embajador de Canadá y congeló las relaciones bilaterales, como advertencia al mundo de que con el reino no se pueden meter. Control de daños De pronto, para sorpresa de propios y extraños, el gobierno saudita accedió, tras años de negarse, a reunirse con los houthies en Suecia para buscar salidas al conflicto. Luego, el jueves 13, las partes anunciaron que habían llegado a un acuerdo de tregua. Dejaron varios puntos clave sin resolver, tanto sobre la forma de implementación del pacto como sobre cuestiones delicadas, como la interrelación entre el banco del gobierno y el de la oposición. Esto generó dudas sobre el cumplimiento del acuerdo. Pero en las primeras horas desde su entrada en vigor, el martes 18, los habitantes de Hodeida dejaron de escuchar el constante tronido de las bombas. Esta sería la expresión más clara de la intervención del rey Salmán y sus asesores para poner orden en los enredos creados por el príncipe heredero. No significa que el monarca esté dispuesto a apartarlo de la sucesión (la agencia Reuters reveló en noviembre que sus rivales podrían intentar desplazarlo, aunque sólo después de la muerte del rey), pero sí parece que considera que los costos ya están siendo demasiado altos. En Estados Unidos queda claro que los daños van más allá de una pérdida de imagen. Los presidentes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, grandes bancos y financieras como JP Morgan y MasterCard, y gigantes de la industria digital como Google y Uber, se han desligado de los megaproyectos anunciados por MBS, citando explícitamente el asesinato de Kashoggi como motivo. También lo han hecho, en la política, influyentes legisladores e importantes empresas que cabildean en Washington, D.C., y han dejado de aceptar a los sauditas como clientes. Esto se reflejó el jueves 13. El Senado aprobó una resolución bipartidista que declara al príncipe MBS como el responsable intelectual del crimen contra Kashoggi y pide que termine el apoyo estadunidense a la coalición saudita en la guerra en Yemen. Aunque la decisión no es vinculatoria --no obliga a Trump a obedecerla--, es un gesto sin precedentes que agrava la posición internacional de Arabia Saudita. NOPEP Nada de esto tiene que ver con las decenas de miles de muertes provocadas por la política exterior de Mohamed bin Salmán, con el tremendo impacto en la niñez yemení ni con otras maniobras desastrosas. Es el resultado del asesinato de Jamal Kashoggi, un periodista saudí que, por sus posturas críticas, se había tenido que exiliar en Estados Unidos y era colaborador del diario The Washington Post. Además, fue cometido abusando del privilegio diplomático, dentro del consulado saudita en Estambul, Turquía. Y las maniobras para esconder el crimen, primero, y para ocultar la autoría intelectual de MBS, fueron evidentes y demostraron desprecio a la inteligencia internacional y una sensación de impunidad total. Y ha debilitado tanto a Arabia Saudita que sus enemigos en el Congreso ven posible dar un paso que han buscado desde 2000, y que había sido bloqueado por los presidentes George W. Bush y Barack Obama: torpedear bajo la línea de flotación a la OPEP. El segundo socio en importancia de este cártel de países productores de petróleo es Irán, enemigo de Washington. Pero el líder del grupo es uno de sus mayores aliados, Arabia Saudita, el principal exportador mundial de hidrocarburos. Hasta ahora, sus cabilderos habían sido capaces de descarrilar los ataques legislativos contra la organización, en particular la Ley contra Cárteles de Países Productores y Exportadores de Petróleo, que por sus siglas en inglés es llamada NOPEP y sancionaría a las naciones integrantes de la OPEP por violar las normas antimonopolio de Estados Unidos. En el libro Hora de ponerse duros: haciendo América grande de nuevo, publicado en 2011, Trump expresó su respaldo a la NOPEP, y ya como presidente, en repetidas ocasiones ha denunciado los precios impulsados por la OPEP como “artificialmente demasiado altos”. El respaldo que, anticipan los promotores de la iniciativa de ley, les brindará Trump, se combina con la pérdida de influencia saudita en el Congreso. En septiembre, Riad contrató al poderoso abogado republicano Ted Olson específicamente para combatir la NOPEP, pero apenas un mes después, Olson renunció en protesta por la muerte de Kashoggi. “La Administración sigue revisando la legislación propuesta”, dijo Makan Delrahim, procurador de justicia adjunto, al portal Al Monitor, “pero comparto los sentimientos y la visión, al igual que la administración”.

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