La revolución sin balas de la hija del guerrillero

domingo, 11 de marzo de 2018 · 08:56
Cuando su padre –un exjefe guerrillero que se había vuelto candidato presidencial– fue asesinado, ella tenía 12 años. Los siguientes 38, María José Pizarro deambuló por el mundo como mochilera o hippie, sin hallar su lugar. Ahora parece haberlo encontrado: es candidata a representante (diputada) en su natal Colombia y enarbola las banderas propias de su generación: energías limpias, igualdad de género, derechos sociales. En entrevista, la hija de Carlos Pizarro cuenta su proceso de transformación. BOGOTÁ (Proceso).- María José Pizarro tenía 12 años cuando su padre, el exjefe guerrillero y candidato presidencial del M-19, Carlos Pizarro, fue asesinado por un sicario; recibió 15 tiros durante un vuelo comercial entre Bogotá y Barranquilla. Desde entonces ella ha buscado un lugar en el mundo en el que quepan las aspiraciones progresistas de su generación –energías limpias, igualdad de género, derechos sociales– y las utopías revolucionarias que defendió su padre, primero con un fusil en la mano y después en el escenario electoral, en el que lo mataron a la mala. Hoy, 28 años después de ese magnicidio que cimbró a Colombia, María José Pizarro parece haber encontrado el punto de confluencia entre su historia familiar y su visión de futuro: la actividad política. Colombia tendrá elecciones legislativas el próximo domingo 11 y la hija del asesinado comandante guerrillero es candidata a la Cámara de Representantes (diputados) por Decentes, una coalición liderada por el excompañero de armas de su padre, Gustavo Petro. “Creo que Colombia necesita una revolución cultural que tenga como ejes la consolidación de la paz, la reconciliación nacional, la lucha contra la desigualdad y la protección de nuestros niños y nuestros jóvenes. Esto lo podemos impulsar desde el Congreso”, dice María José a Proceso. Según sondeos, la candidata de Decentes tiene altas posibilidades de convertirse en representante, lo que le permitirá, dice, impulsar esos temas a nivel legislativo. Y otro más que la obsesiona: la recuperación de la memoria. “Para que las guerras que hemos vivido no se vuelvan a repetir –asegura– hay que tenerlas siempre presentes. Yo aprendí la importancia de la memoria cuando empecé a rescatar la historia de mi padre.” “Mucha rebeldía” De hecho, fue ese trabajo el que la comenzó a acercar a la actividad política. Durante gran parte de su vida, María José trató de eludir ese llamado. Al cumplir 18 años decidió ser una hippie y recorrer Sudamérica con una mochila de excursionista y una perra llamada Libertad. A los 22 regresó a Colombia, estaba embarazada y fue mamá. Y dos años después, tras recibir amenazas de muerte, se exilió en España con su pequeña hija Maya. “Yo estaba muy perdida, estaba buscando algo y no lo encontraba. Tenía muchas preguntas y dolores, mucha rebeldía, preguntas sobre la vida que me había tocado vivir y cosas que yo sola tenía que tramitar”, dice María José en la amplia sala de su departamento en el tradicional barrio bogotano de Teusaquillo. En Barcelona se ganó la vida limpiando casas y se formó como diseñadora y artista plástica. En 2010 regresó a Colombia y montó en el Museo Nacional la exposición “Ya vuelvo”, una muestra documental y audiovisual de la vida de su padre, Carlos Pizarro, quien como comandante del M-19 condujo a esa guerrilla hacia un acuerdo de paz con el gobierno colombiano. En los últimos siete años, la candidata a la Cámara de Representantes fue madre por segunda vez –su hija menor se llama Aluna– y se dedicó a trabajar con víctimas del conflicto armado en el Centro Nacional de Memoria Histórica. Hace unos meses la representante (diputada) Ángela María Robledo, una reconocida activista por la paz y los derechos humanos, la convenció de postularse al Congreso. –¿Por qué la hija de Carlos Pizarro quiere ser congresista? –se le pregunta a María José. –Porque tengo una formación política heredada de mi padre y de mi madre (Myriam Rodríguez, que también fue guerrillera del M-19). A partir de ahí empieza a tejerse mi propio pensamiento. Yo reivindico esa herencia y el derecho a la paz y la vida como valores supremos. Colombia atraviesa por un periodo de polarización política en el que un segmento del país se opone a los acuerdos de paz con la exguerrilla de las FARC. Hay colombianos a los que no les gusta que los exjefes rebeldes participen en política y paguen sus delitos graves con penas alternativas a la cárcel. María José está convencida de que la única vía para la reconciliación nacional es cumplir los acuerdos de paz y salir de la polarización. “Aquí –dice– no se trata de que los que defienden la paz son comunistas o, como dice la derecha, ‘castrochavistas’. Yo no soy comunista, mi padre nunca lo fue. Soy cercana a la socialdemocracia y no me gustan los radicalismos.” Considera que las revoluciones del siglo XXI deben ser, esencialmente, culturales, y que los políticos deben tener “los pies puestos en la calle”. Eso, asegura, “lo aprendí de mis padres”. El M-19 siempre fue una guerrilla diferente al resto de organizaciones insurgentes de América Latina. Nunca reivindicó el marxismo como su ideología rectora. Y estaba más influenciada por el pensamiento anticolonialista de Simón Bolívar que por el ¿Qué hacer?, de Lenin. En especial los cuadros más jóvenes, como Carlos Pizarro, veían en Bolívar un referente y leían a autores de ciencia ficción, como Ray Bradbury, Iván Efremov y Olaf Stapledon. También a los escritores de la generación del boom latinoamericano, en especial a Gabriel García Márquez. María José recuerda que Cien años de soledad marcó tanto a su padre, que en sus años de clandestinidad llegó a utilizar el nombre de Aureliano, por el coronel Aureliano Buendía de la novela de García Márquez. Incluso, el jefe guerrillero decía que él era como ese personaje literario, un coronel que había peleado 100 batallas y no había ganado una sola, y que al igual que Aureliano, quería morir en un taller de orfebrería fabricando pescaditos de oro, porque eso le ayudaría a olvidar los horrores de la guerra. Cuando estudió diseño en Barcelona, María José hizo el pececito de oro que nunca pudo fabricar su padre, a quien considera “un rebelde en el sentido más amplio de la palabra”. Carlos Pizarro, hijo del vicealmirante de la Armada colombiana Juan Antonio Pizarro, estudió derecho en una universidad jesuita de la que fue expulsado por organizar una huelga. En 1971 se unió a la guerrilla de las FARC, de la que salió dos años después desencantado por el dogmatismo del alto mando. En 1973, fue uno de los fundadores del Movimiento 19 de Abril (M-19), una guerrilla que en sus 17 años de existencia dio golpes de gran repercusión mediática, como el robo de 5 mil armas en una guarnición militar (1978), la toma de la embajada de República Dominicana en Bogotá durante una recepción diplomática (1980) y el asalto al Palacio de Justicia (1985), una acción criticada después por el mismo Pizarro. “Mi padre –dice María José– se rebeló contra su clase social, contra la educación privada, contra el mundo militar que representaba mi abuelo, contra las FARC y, por último, contra la guerra. Por eso fue que optó por la paz. Tenía una gran capacidad para reinterpretarse.” Como jefe máximo del M-19, Carlos Pizarro firmó un acuerdo de paz con el gobierno del presidente Virgilio Barco el 9 de marzo de 1990. El 19 de abril de ese año, Pizarro fue proclamado candidato presidencial de la Alianza Democrática M-19, el partido político surgido de la recién desmovilizada guerrilla. La paz de las Mini-Uzi María José acababa de cumplir 12 años cuando su padre se convirtió en candidato presidencial. En esa campaña electoral ya habían sido asesinados tres aspirantes a la presidencia de Colombia: los izquierdistas Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo y el disidente liberal Luis Carlos Galán. Todos ellos eran opciones de cambio. En todos esos atentados, los sicarios usaron metralletas Mini-Uzi con capacidad para disparar 10 proyectiles de 9 milímetros por segundo. Atrás de esos magnicidios estaban el narcotráfico, la ultraderecha paramilitar, agentes del Estado y grupos políticos ultraconservadores que veían en esas candidaturas un riesgo para la inamovible élite liberal-conservadora que había gobernado el país durante décadas. “Todo el mundo decía ‘van a matar a Carlos’ –recuerda María José–, hasta él mismo lo decía. Pero yo, como niña, pensaba que ya había terminado la guerra, que ya se había acabado el peligro y que íbamos a poder tener una vida normal.” La mañana del 26 de abril de 1990 María José presentaba un examen de matemáticas en el Liceo Francés de Bogotá, donde estudiaba, cuando el director ingresó al aula y dijo que necesitaba hablar con María José Pizarro. “Me asusté mucho –relata– porque yo usaba otro apellido, Barón, por motivos de seguridad, y al escuchar ‘Pizarro’ pensé: ‘Ya nos descubrieron, algo tuvo que haber pasado’. Yo alcé la mano con miedo y él me dijo que lo acompañara a la dirección.” En la oficina del director estaban Myriam, la madre de María José, y Carmen Lidia Cáceres, viuda de Álvaro Fayad, comandante del M-19 asesinado en 1986. Las vio llorar desde el umbral de la puerta y ahí supo que habían matado a Carlos. Las tres mujeres se dirigieron a la Caja de Previsión Social, donde los médicos intentaban reanimar al excomandante guerrillero, quien había recibido 15 tiros de Mini-Uzi en el cuello y la cabeza. “Cuando llegamos a la clínica vi los charcos de sangre en el piso. Apenas entramos, él fue declarado muerto. Desde que recibió los balazos había quedado inconsciente.” Esa mañana muy temprano Carlos Pizarro y sus 20 escoltas –algunos de ellos, exguerrilleros de su confianza y otros, proporcionado por el DAS, la sórdida policía secreta– habían tomado un vuelo de Avianca con destino a la caribeña Barranquilla, donde se realizaría un acto de campaña. A los cuatro minutos de vuelo, un joven pasajero se levantó al baño, donde estaba el arma. Salió con ella y fue directo hacia el excomandante insurgente, a quien le disparó a quemarropa. El escolta Jaime Ernesto Gómez, del DAS (Departamento Administrativo de Seguridad), mató de inmediato al sicario. Según la fiscalía, lo hizo “para garantizar la impunidad” del crimen. La vida de María José, que desde su nacimiento había sido “azarosa”, según ella misma dice, se complicó aún más. “En esas circunstancias –dice–, por mucho que uno busque respuestas, no existen. Y las condiciones económicas, que siempre fueron complicadas, empezaron a ser más difíciles.” La tregua María José Pizarro cumplirá 40 años el próximo viernes 30. Ella espera que para entonces ya sea una congresista electa. Eso sería como una tregua para la hija del jefe guerrillero que optó por la paz. A ella siempre le han sido esquivos los periodos de tranquilidad. Era una bebé cuando sus papás cayeron presos y fueron sometidos a torturas por el robo de 5 mil armas en la guarnición militar bogotana Cantón Norte. Sus tres primeros años los vivió con sus abuelas materna y paterna, entre Cali y Bogotá. Luego vivió en Cuba y Nicaragua, con su mamá y, ocasionalmente, con su papá. Y después de nuevo en Cali. Cuando Myriam, su madre, dejó la guerrilla, en 1984, se radicó con ella en Bogotá, pero un año después, con la toma del Palacio de Justicia por parte de un comando del M-19, las dos fueron amenazadas de muerte y viajaron a Cuba. Luego a Madrid y a París, donde se reencontró con su abuela paterna, Margoth Leongómez. Su niñez, dice, tuvo memorables momentos felices gracias al amor de sus abuelas, la convivencia con sus primos y las temporadas que pasó con sus padres. “Pero también hubo momentos de gran tristeza por las largas ausencias de mis padres”, asegura. Una noche antes de la muerte de Carlos Pizarro, María José y su hermana Claudia –seis años mayor que ella e hija de crianza del excomandante guerrillero– fueron a cenar con sus padres, amigos de la familia y dirigentes del M-19 a un restaurante bogotano. En algún momento de la velada, Carlos llamó aparte a las niñas y les dijo: “A mí me van a matar muy pronto. Por favor no me olviden”. Claudia le preguntó si en sus actos de campaña se estaba poniendo el chaleco antibalas que le había dado el DAS. “Eso no sirve para nada –le respondió–, los que me quieren matar me van a matar de un tiro en la cabeza.” Horas después, Carlos Pizarro estaba muerto. Este reportaje se publicó el 4 de marzo de 2018 en la edición 2157 de la revista Proceso.

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