A seis años de su muerte, Chávez saca la cara por la acosada Revolución Bolivariana
CARACAS, Venezuela (apro).- El Cuartel de la Montaña, donde están los restos del líder de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez, se convirtió este martes en un centro ritual desde el cual el presidente venezolano Nicolás Maduro lanzó una directriz de guerra a sus seguidores: derrotar “al imperialismo y a la oligarquía”.
Y lo hizo con palabras que no eran suyas, sino de Chávez, ya que Maduro sabe lo que hubiera querido decir el fallecido presidente y habla por él en estas horas críticas del chavismo, las más aciagas que ha vivido en los 20 años que lleva en el poder esa ecléctica corriente política de lenguaje revolucionario.
Maduro encabezaba en la ardiente tarde caraqueña un homenaje por el sexto aniversario de su muerte al fundador y líder del movimiento que comenzó a gestarse en la clandestinidad en las filas del Ejército hace 35 años y que se dio conocer en la fallida intentona golpista del 4 de febrero de 1992 contra el entonces mandatario Carlos Andrés Pérez.
En el Cuartel de Montaña, en cuya explanada interior está el mausoleo de mármol negro de Hugo Chávez, se había congregado la elite chavista.
Junto a Maduro estaban Diosdado Cabello, el número dos del régimen y quien participó como teniente en la asonada de 1992, y el general en jefe de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), Vladimir Padrino López, un hombre clave al que medio centenar de países le piden desconocer al presidente.
Y es que el acto de homenaje a Chávez fue aprovechado por el régimen para dar una señal potente de la “unión cívico-militar” que en la narrativa oficial es presentada como la fuerza que defenderá a la Revolución Bolivariana en estos momentos de asedio en los que hay dos presidentes que se disputan el poder en Venezuela: Maduro y el autoproclamado mandatario interino Juan Guaidó.
Seis años han pasado de la muerte de Chávez y el país ha perdido en ese lapso la mitad de su Producto Interno Bruto (PIB). La producción de petróleo, la principal riqueza nacional, se desplomó en un 60 por ciento; la pobreza casi se triplicó y la inflación creció 500 mil veces.
Además, Guaidó es reconocido como el presidente “legítimo” de Venezuela por medio centenar de países y Estados Unidos le quitó a Maduro el control de la petrolera Citgo, el principal activo del país en el exterior, para dárselo al líder opositor.
Fue el lunes 4, precisamente, cuando Guaidó regresó a Venezuela tras una gira por varios países sudamericanos en los que fue recibido con honores de presidente.
Incluso entró al país por el aeropuerto de Maiquetía, el principal de Venezuela, y pasando por el control migratorio a pesar de que varios dirigentes chavistas habían amenazado con detenerlo por “desacato” ya que, según dicen, el joven dirigente violó una orden judicial que le prohibía salir del territorio nacional.
No sólo eso. Guaidó fue recibido como un héroe por miles de personas que se congregaron para darle la bienvenida a casa en una plaza del este de Caracas, donde viven los “escuálidos”, “los fascistas” y los “lacayos del imperialismo yanqui”, términos que usa el régimen para descalificar a los opositores.
Con esos antecedentes, Maduro no dudó en utilizar el aniversario de Chávez este lunes para lanzar un contrataque a sus opositores, quienes, según dice, respaldan una intervención militar de Estados Unidos en este país.
Y Maduro lo hizo en el Cuartel de la Montaña, rodeado de la crema y nata del régimen, de la cúpula militar y hasta de familiares de Chávez que acudieron a esa suerte de santuario bolivariano a dar fe de que los deudos del líder máximo del “proceso revolucionario” respaldan al mandatario chavista.
De hecho, Adán Chávez, hermano mayor del fallecido presidente, diputado constituyente y el primer marxista de la familia, llamó a Maduro “presidente constitucional” en su discurso, como para que no quedara duda de que Guaidó, para ellos, no tiene ese rango.
También dijo que Maduro es “hijo de Chávez” y que, por tanto, el presidente es su sobrino.
Fue un acto sobriamente militar, con cadetes vestidos con sus uniformes de gala, con una banda de guerra impecablemente afinada, con generales a los que les brillaban sus insignias y con funcionarios con camisas rojas, el atuendo oficial chavista para las grandes ocasiones.
Desde luego que la palabra “imperialismo” fue pronunciada varias veces por Adán Chávez y por Maduro, porque a final de cuentas de eso se traba el acto ritual, de reiterar la plena disposición del chavismo de morir, si es necesario, por patria.
Adán, quien hace medio siglo introdujo a su hermano menor Hugo en las lecturas revolucionarias, aseguró que “haga lo que haga el imperialismo, nosotros vamos a seguir venciendo”, y advirtió: “Estamos preparados para defender nuestro territorio”.
Lo escuchaban militares, diputados constituyentes con sus esposas, milicianos de todas las edades con uniformes verdes y camuflados, guardias nacionales y soldados cuyos fusiles, según dijo uno de ellos, carecían de munición.
El esquema de seguridad de Maduro debe ser el más impenetrable de Latinoamérica. Tiene varios círculos, cientos de hombres de la guardia presidencial, un amplio despliegue logístico y una disciplina inflexible.
El estacionamiento del Cuartel de la Montaña estaba repleto de camionetas blindadas, de escoltas robustos de rostros ásperos y de militares de rango medio controlándolo todo.
Un militar vestido de civil con un radio portátil y una chapa en la solapa del saco pide al reportero no grabar video. “Sólo fotos”, ordena. Y luego de pedir una identificación dice molesto: “Tú sabes cómo están las cosas”.
La verdad es que es difícil saber a qué se refería. Pudo tener en mente las reiteradas amenazas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de que, frente a la crisis venezolana, “todas las opciones están sobre la mesa”.
O quizá pensaba en el atentado que presuntamente sufrió Maduro en agosto pasado desde un dron que explotó en el aire cuando el presidente presenciaba un desfile de la Guardia Nacional.
Son tiempos de tensión en Venezuela. De tensión y de carnaval. El país está paralizado desde el jueves pasado por el puente de las fiestas carnavalescas.
Las calles de Caracas lucen vacías. Miles de caraqueños se fueron a las playas y a las plazas públicas de otras ciudades donde los gobernadores chavistas llevaron artistas para divertir al pueblo.
Pero hasta esos gobernadores se dieron un espacio y asistieron con sus camisas rojas y sus camionetas Toyota blindadas al Cuartel de la Montaña, ubicado en el tradicional Barrio 23 de Enero de Caracas, para homenajear a Chávez en el sexto aniversario de su muerte.
Maduro saludó a varios de ellos de mano, al llegar, y a otros les hizo señas desde lejos. También la esposa del mandatario, Cilia Flores, saludó a funcionarios y a algunos los llamaba “compañero”.
El presidente se subió a un pódium instalado en la parte trasera del Cuartel de la Montaña y aseguró que el legado de Chávez no solo se mantiene vivo, sino que crecerá con el paso de los años.
Y en algún momento del discurso dijo que si pudiera preguntar a Chávez cuál es la mejor forma de recordarlo y rendirle homenaje, el líder de la Revolución Bolivariana diría “manténgase en la lucha, manténganse en la calle, enfrenten al imperialismo y a la oligarquía, derroten al imperialismo y a la oligarquía”.
En esa parte de su intervención, Maduro subió la voz y afirmó que ese “será el mejor homenaje para Hugo Chávez Frías”. Enseguida agregó estar seguro de eso.
La imagen de Chávez, sus mensajes, sus interminables alocuciones, su rostro de mulato caribe, siguen siendo, después de su muerte, la parte fundamental de la narrativa revolucionaria del régimen.
La televisión estatal venezolana dedica varias horas a la semana a transmitir sus discursos, a comentarlos en los programas de análisis político y hasta existe una serie parecida a un curso que se titula “Cátedra Comandante Eterno” y otra llamada “Chávez, siempre Chávez”.
Es Chávez sacando la cara por una revolución acosada por las presiones diplomáticas y por la profunda crisis política, económica y social que vive Venezuela.