Sospechan intervención externa en atentados terroristas en Sri Lanka

lunes, 22 de abril de 2019 · 16:41
CIUDAD DE MÉXICO (apro).– Es normal que los ataques terroristas sean seguidos por confusión. Ése es uno de sus objetivos primarios. Pero aparte de que los atentados del Domingo de Pascua en Sri Lanka están entre los más sangrientos (casi 300 muertos y 500 heridos con bombazos suicidas en tres templos cristianos y cuatro hoteles de lujo) en el mundo desde los de Nueva York en 2001, y son los peores de este siglo en el sur de Asia, la magnitud de los eventos, la coordinación requerida para llevarlos a cabo, la falta de precedentes en el país, la aparente desconexión con la dinámica de los conflictos locales y la reacción de las autoridades –que exhibieron sus divisiones internas–, conducen a que, a 36 horas de la tragedia, el pasmo sea mayor de lo normal. No es que a esta isla-república ubicada al sur de India (si alguien hiciera una perforación en línea recta desde México, no emergería del otro lado en China sino frente al puerto srilanqués de Galle, en el Océano Índico) le faltara violencia religiosa y étnica. Pero lejos de este nivel. Y la elección de los objetivos también parece ajena a las animadversiones tradicionales. Esto hace que los analistas sospechen una intervención externa, con capacidades y una agenda igualmente externas. La minúscula Sri Lanka –tan ajena a las grandes corrientes políticas y bélicas– puede haber sido arrojada, de la peor manera, al tablero de la brutalidad global. Y su clase política y agencias de seguridad muestran no estar preparadas para enfrentar el reto, ni siquiera para apartar sus propias rencillas internas.   Budismo radical El grupo guerrillero Tigres de Liberación Tamil Eelam (LTTE, por sus siglas en inglés) fue uno de los pioneros en la utilización de militantes suicidas con bomba, en la larga guerra que iniciaron en 1976. Pero la práctica se había ido a la tumba con ellos, después de que fueron exterminados en la laguna de Nanthikadal (encerrados con población civil en un área equivalente a la quinta parte del Bosque de Chapultepec) por el ejército srilankés, en 2009, en una campaña abundante en violaciones de derechos humanos y crímenes de guerra. A dos kilómetros de ahí, en un “Museo de la Guerra” construido por los militares, se exhiben submarinos de fabricación casera, todos de modelo único porque los Tigres los hicieron con lo que había a mano. Caracterizados por su extremismo y por su persecución de toda disidencia interna, LTTE trataba de crear un estado independiente en el noreste de la isla, en la península de Jaffna y cercanías, para su pueblo tamil (11% de la población). Aunque sostenían una ideología marxista, su gente practica la religión hindú y éste es uno de los grandes ejes de conflicto en Sri Lanka, porque la mayoría cigalesa (75%) es budista. Tras la derrota del LTTE, los hinduistas –rebeldes o no– quedaron aplastados y bajo intensa presión de las fuerzas de seguridad, que suele reprimir sus movimientos sociales. En la presente década, la mayor parte de la violencia se ha ejercido contra la minoría musulmana (10%), y también contra los cristianos (4 por ciento). Los instigadores son organizaciones budistas radicales como Bodu Bala Sena, Brigada Budista y Fortaleza del Legado Budista, que han provocado motines en los que la población se lanza a asesinar a musulmanes, hinduistas y cristianos (y a budistas moderados), a saquear viviendas, comercios y templos, ante la pasividad de las autoridades.   Posible intervención externa Las autoridades de Sri Lanka recibieron el aviso, por parte de una “agencia extranjera de inteligencia”, de que estaba en marcha una serie de atentados. Esto fue el jueves 4. No reaccionaron. Menos de 24 horas después de los ataques, los atribuyeron a National Thowheeth Jama'ath (NTJ), un grupo islamista radical poco conocido. No aclararon si este señalamiento era parte de la alerta que les llegó 17 días antes o era información nueva, acaso obtenida a raíz de la anunciada detención de 24 personas. Pocos sabían de quiénes se trataba. NTJ es muy poco conocido y no había hecho mucho más que grafitear estatuas budistas por las noches. Se confunde además con otro, igualmente pequeño y de acciones limitadas, que se llama Sri Lanka Thowheeth Jama'ath. Estas dos últimas palabras significan “movimiento por la unidad de dios” y son un concepto comúnmente utilizado en el Islam más conservador. La operación fue enorme: debió involucrar meses de preparación, una logística muy cuidada, una coordinación perfecta, un secreto total, el reclutamiento de hombres dispuestos a matar reduciéndose a sí mismos a cenizas, y mantenerlos bajo control, impidiendo que se arrepintieran o tuvieran dudas. La elección de los objetivos tampoco cuadra con los patrones locales de conflictividad. Los musulmanes están sujetos a discriminación cotidiana y a una violencia provocada por extremistas budistas, y en esto, hindúes y cristianos son compañeros de dolor, no enemigos. Las acciones de NTJ han estado dirigidas contra los budistas, no contra evangélicos y católicos. Por otro lado, a pesar de que Al-Qaeda y Estado Islámico han hecho lo posible por extenderse a nuevos países, la mayoría de los atentados terroristas son perpetrados por grupos locales y no por esas organizaciones internacionales. Es difícil prevenirlos porque ese esquema operativo (inspirar los ataques sin intervenir en su conceptualización, planeación y ejecución) elimina conexiones más allá del pequeño grupo de los directamente involucrados. Por contrapartida, estos tienen que valerse por sí mismos, sin apoyo intelectual ni material, por lo que sus crímenes suelen ser de escala menor.   Pullas políticas Las autoridades de Sri Lanka no sólo tienen que ser convincentes al explicar por qué señalan a NTJ, sino también al dar cuenta de porqué no quisieron o no fueron capaces de actuar a raíz del aviso internacional, para prevenir los atentados. Los observadores señalan estas fallas como evidencia de que los problemas en la cúpula gobernante se reflejan trágicamente en brechas de seguridad, pues policía, ejército e inteligencia están controlados por políticos y partidos rivales, lo que se traduce en falta de colaboración, cuando no en abierta competencia. El ministro de Telecomunicaciones, Hari Fernando, se ocupó de revelar esta situación en un tuit el domingo: “Algunos oficiales de inteligencia estaban al tanto de estas incidencias. Por lo tanto, hubo un retraso en la acción. Algo serio debe hacerse sobre por qué esta advertencia fue ignorada”. El lunes, sin embargo, Fernando abandonaba la distancia crítica que parecía haber alcanzado y regresaba a los pantanos de la lucha política local. “Hay muchas maneras de ver esto, pero por ahora nuestra mayor prioridad debe ser a encontrar a quien dirigió a estos 10 o 12 hombres en su ataque”, dijo a Radio 4 de la BBC. “Pero tampoco podemos descartar un (intento de) golpe de Estado”.

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