Chad: un lago que devino desierto

miércoles, 4 de septiembre de 2019 · 15:01
YAMENA (apro).- Entre las polvorientas calles perpendiculares a la sobria avenida Charles de Gaulle, que llevan al mercado de pescado y alimentos de Dembé, en el extremo oriental de la capital chadiana, los ocasionales torbellinos venidos del Sahel (esa franja que divide la sabana del desierto) provocan la acumulación de bolsas y botellas de plástico y nublan las miradas de los miles de compradores y marchantes que se dan cita diariamente por ahí. El resoplar que deja el viento tras pasar, se confunde con el canto que levantan las aguas del vecino río Chari al descender hacia lo que queda del lago Chad en temporada de lluvias y se mezcla con la cacofonía de acentos y lenguas en el bullicioso tianguis capitalino. “¡Fresco, fresco, compre, de hoy!”, las animadas voces de las vendedoras de pescado, mujeres en su totalidad, no logran convencer a los viandantes sobre la veracidad de sus dichos. Los magros, secos y escamosos pescados que ofrecen sobre sucias carretas de madera o envueltos en costales ennegrecidos por el tiempo y la arena acumulada, tampoco. Los ojos apagados y gelatinosos de percas del Nilo, carpas y sardinas repelen las miradas de los eventuales compradores. Una tras otra, las pescaderas envueltas en hiyabs multicolores tienen poco que ofrecer y mucho que esperar. Una situación no distinta de la de los eventuales clientes. “No tenemos de otra, es lo que hay”, dice resignado Isaaca, un jovial chadiano, padre de seis, que cada jueves por la tarde, antes de la oración crepuscular, pasa por el mercado para llevar a casa la compra de la semana. “Cuando era niño, podíamos acercarnos a la orilla del lago y negociar directamente con los pescadores yendo y viniendo de Yamena en media tarde; la cantidad y variedad de peces era alucinante. Hoy, la situación es muy distinta”, agrega con un tono nostálgico Isaaca antes de decidirse por una maltrecha perca del Nilo que la vendedora le envuelve en un periódico del mes anterior. En sus orígenes equiparable en dimensiones a los grandes lagos africanos Victoria y Tanganica, el lago Chad –que en lengua kanuri significa “mar” y que dio su nombre al país que forma parte de su cuenca– es hoy uno de los ejemplos fehacientes de la gravedad de la crisis climática que enfrentamos en el planeta y que podría en un futuro no muy lejano, afectar irreversiblemente las vidas de cientos de millones de personas en todo el mundo. “La situación del lago Chad es una de las más dolorosas pruebas de que la huella humana en el mundo ha provocado daños inconmensurables”, afirma Driss Ezzine de Blas, del Centro de Investigación Agrícola para el Desarrollo Internacional, con sede en Francia, especializado en aplicación de políticas para el desarrollo y la conservación en el África Central. Entre mediados de los sesenta y la actualidad, la superficie total del lago Chad se ha reducido más de 95%, afectando directamente a los países que forman parte de su sistema lacustre –Camerún, Níger, Nigeria y la nación homónima– y a los casi 30 millones de seres humanos que de una u otra forma dependen directamente de la cuenca para su supervivencia. Entre ellos, las marchantas y los clientes del mercado chadiano de Dembé. “Confío en que no sea demasiado tarde”, suspira Ezzine, sobre el futuro que depara para el lago africano y los pueblos, la fauna y los ecosistemas que forman parte de su historia, de su pasado y de su presente. El “mar” que ya no es El territorio que actualmente ocupa Chad, cuyas dimensiones equivalen a tres veces el tamaño del estado de California, fue uno de los últimos resquicios de África en ser descubiertos y colonizados por los exploradores europeos de finales del siglo XIX y principios del XX. Fue el 22 de abril de 1900 cuando la misión gala que zarpó de Argel, comandada por Fernand Foureau y François Joseph Amédée Lamy, derrotó a las fuerzas de Rabah, sultán de los borno, y conquistó la localidad de Kuseri; así se sentaron las bases de lo que se convertiría en la provincia del África Ecuatorial Francesa y se fundó su capital, la actual Yamena. En dicha misión, fuera de algunas contadas excepciones, fue la primera vez que ojos occidentales se posaron sobre las aguas del emblemático lago. Una experiencia que sin duda marcó indeleblemente a quienes participaron en ella, como recoge la bitácora del teniente Gabriel Britsch: “...Vemos el horizonte de un mar infinito, es Chad, el famoso Chad, que ha hecho soñar a tantos viajeros, por el que hemos recorrido todos los rincones del África sin ser capaces de alcanzarle y que, hoy, ofrece la hospitalidad de sus riberas a los 300 hombres de nuestra formación. Nos quedamos largo tiempo contemplando este pequeño pasaje a través del cual se vislumbra este mantel de agua llamado Chad, a fin de repetir esa palabra que fue y continúa siendo mágica para tantos geógrafos y viajeros”. Lo que los cientos de soldados y expedicionarios saharianos venidos de Francia descubrieron al iniciar el siglo pasado en el mítico cuerpo de agua dulce en la frontera entre el África Central y el África Occidental, con hambrientos cocodrilos, tapetes interminables de papiros, humedales plagados de anfibios y peces, y manadas de elefantes y rebaños de vacas bañándose en sus orillas, dista, y mucho ,del sórdido escenario que ofrece el lecho del casi extinto lago en distintas partes de lo que fuera su cuenca al día de hoy. Desde los confines norteños entre Níger y Nigeria hasta los sureños entre Chad y Camerún, el referente común son tierras áridas que poco a poco se va comiendo la arena del Sahara, pobreza apabullante, desempleo, falta de oportunidades, militarización, pérdida del ecosistema, terrorismo y extremismo religioso. De acuerdo con un estudio publicado por el profesor Horace Campbell, titular de la cátedra Kwame Nkrumah del Instituto de Estudios Africanos de la Universidad de Ghana, el lago Chad se encuentra en el peor momento de su historia. El cuerpo lacustre, cuyo origen se calcula hacia el año 5000 antes de nuestra era, ha fluctuado a lo largo de su historia en tamaño, profundidad, biodiversidad y dimensiones, de acuerdo con el paso de los años y los ciclos climáticos y de lluvias a los que se ha visto expuesto. Siempre de aguas someras y con una cuenca que, a lo largo del tiempo, ha incluido diferentes pantanos y áreas inundables de forma periódica, no son pocas las descripciones históricas que dan fe de tal legado, como la hecha por Winston Churchill en su libro La guerra del Nilo: crónica de la reconquista de Sudán (1899), donde describe al lago Chad como un inmenso pantano. Hoy, no obstante, la situación indica que la prolongada reducción del lago a lo largo de las últimas cinco décadas puede marcar un punto sin retorno en la historia de esta parte de África, y del mundo, concluye el estudio de Campbell. Las guerras del agua De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la dramática reducción en las dimensiones y aguas del lago Chad durante los años postreros es resultado de tres principales causas: el cambio climático, el crecimiento poblacional y una muy pobre gestión de sus recursos hídricos con fines agrícolas y de irrigación. Durante muchos años la falta de gestión local e internacional del otrora rico lago ha provocado que el alguna vez considerado oasis se haya convertido en un desierto, en el que la flora nativa ha sido sustituida por invasivas especies de plantas que han coadyuvado a la desertificación, a la deforestación y a la desecación del ambiente; concluye la principal agencia en materia ambiental del órgano multilateral. La Comisión de la Cuenca del Lago Chad (CBLT) fue creada en 1964 por los cuatro países que bordean el lago, a los que luego se sumaron la República Centroafricana, en 1996, y Libia, en 2008. Tiene su sede en Yamena y es el principal mecanismo gestor de la muy frágil situación del acuífero compartido por dichas naciones africanas. Su creación, coincidente con los años en los que el deterioro del lago se inició, significó un hito en el continente y a pesar de que no se concibió en su momento, su labor a lo largo de cinco décadas y media de vida se ha enfocado en entender y atajar las causas de uno de los mayores desastres naturales en la historia reciente de África; algo de difícil factura si tomamos en cuenta que su presupuesto anual apenas alcanza el millón de dólares y el hecho de que en la actualidad la principal amenaza en la zona del lago Chad no son precisamente las causas de su desecación sino las consecuencias de la misma. Durante la más reciente reunión de gobernadores de la cuenca del lago Chad, plataforma anual de discusión al más alto nivel político del CBLT, que tuvo lugar tras la cumbre de la Unión Africana a mediados de julio en la capital nigerina de Niamey, se anunció la construcción de un centro regional para la estabilización de la región del lago Chad, con apoyo del máximo organismo multinacional del continente, así como de la Unión Europea y del PNUMA. Durante su primera etapa, que cuenta con un presupuesto que ronda los 100 millones de dólares, en su mayoría provenientes de las organizaciones en mención, las instalaciones que, de acuerdo con varios expertos consultados, podrían incluir elementos militares, pretenden “servir como mecanismo de respuesta rápida para ayudar a las autoridades locales a socavar las posibilidades de los insurgentes de Boko Haram de hacer daño; restaurando y expandiendo de manera efectiva las capacidades de vigilancia a la población civil”, según el comunicado de prensa distribuido por la propia CBLT al término de la reunión. Si bien, de acuerdo con cifras de la ONU, hay cerca de 10 millones y medio de personas que hoy en día enfrentan una severa crisis alimentaria y humanitaria como consecuencia de la desaparición de sus medios de subsistencia con la desecación del lago Chad, la atención en fecha reciente se concentra en el combate a la creciente amenaza del terrorismo y del extremismo religioso. Dos desafíos que han venido a sustituir, en muchos casos, la desaparecida economía agrícola, pesquera y minera en las riberas del moribundo lago. Boko Haram se ha convertido, sin duda, en la prioridad, al menos desde la perspectiva de los países donantes; la conferencia organizada por Berlín al respecto en septiembre de 2018 y la creciente presencia militar de cuerpos de élite estadunidenses y franceses en Níger o Chad, son prueba de ello. Como también lo es el perenne desinterés europeo y americano por realizar estudios de viabilidad para restituir los afluentes que nutren al lago, más allá del río Chari, a través de la construcción de un canal que lleve aguas desde la cuenca del Congo hasta Chad; un proyecto originalmente planteado en 1982, en su momento apoyado por el defenestrado líder libio, Muamar Gadafi, y en fecha reciente retomado por los poderosos intereses chinos en el continente. Ali y sus 42 familias “La crisis climática mundial ha tenido efectos devastadores en el centro y occidente de África y una de sus consecuencias más palpables es la migración de decenas de miles de personas que, contra lo que podría pensarse, no se estabilizará, sino que aumentará a proporciones quizá incontrolables”, afirma convencido y consternado Robert Lankenau, director en Níger de la organización no gubernamental estadunidense Mercy Corps, especializada en proveer asistencia humanitaria en regiones y países con contextos económicos, políticos, ambientales y sociales de inestabilidad. Todos los cuales se presentan casi de forma paralela en la región del lago Chad. “Más de 100 años”, responde, mediante un intérprete, Dardara Kaftara Ali, cuando se le pregunta por su edad. El longevo y venerado anciano es la cabeza de un numeroso grupo de pastores nómadas de la etnia fula, compuesto por 42 familias que llevan generaciones migrando intermitentemente entre el lago Chad y los pastizales y sabanas de la frontera con la República Centroafricana, todo con el fin de poder alimentarse y alimentar a sus cada día más escasos rebaños de cabras. Para encontrarnos con ellos el viaje implicó cuatro horas en caminos de terracería al este de Yamena y un par de horas a pie en terrenos con pastos secos y abundantes acacias. “La situación para nosotros se ha tornado ciertamente imposible” reconoce Ali con la misma pausada voz con la que inició nuestra conversación. Los niños, jóvenes y adultos hombres en derredor no se atreven a emitir opinión frente al anciano, pero asienten con un característico sonido gutural. Las mujeres del clan, de colgados y desnutridos pechos, observan a la distancia, con su mirada parecen estar de acuerdo. Durante los últimos cinco años las 42 familias al resguardo de Ali han tenido que pastar con sus cabras en territorios nunca antes explorados, peligrosamente cercanos al límite chadiano con la región sudanesa de Darfur, escenario de una devastadora guerra fratricida hace algunos años, consecuencia también, en gran medida, del brutal cambio en los patrones climáticos del continente. “Hoy todavía estamos bien. Lo que suceda el próximo año no sólo dependerá de nosotros”, conmina el incólume abuelo mientras sostiene entre sus piernas a una bebé de semanas, la más pequeña del clan. “Esperanza”, responde Ali a mi pregunta sobre el nombre de la más reciente adición a la tribu. La misma que aún queda, aunque recóndita, entre los millones, como este grupo de fulas que aún dependen del amenazado lago Chad.

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