El arte de perdurar, de Hugo Hiriart

lunes, 4 de octubre de 2010 · 01:00

MÉXICO D.F., 3 de octubre (apro).- Dentro de la atractiva y bien escogida selección de la serie de la oaxaqueña Almadía, el profesor, filósofo, escritor, dramaturgo, guionista y periodista Hugo Hiriart entrega estos ensayos que, en prosa lúdica, aguda y elegante --como siempre-- aborda en sus tres primeros capítulos personajes de la talla literaria de Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges y George Orwell, en una “inusitada reflexión entre lo que transcurre y permanece”, dicen los editores.

Pero también de las artes plásticas como Velázquez y Rubens en la segunda parte, donde “propone una indagación cuyo centro es la perdurabilidad de la creación artística”.

         Premio Xavier Villaurrutia en 1972 con su primera novela, Galaor, Hiriart (Ciudad de México, 1942) obtuvo también el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 2009.

El siguiente es su Primer capítulo de El arte de perdurar, para gozo del lector:

 

“Hay una red de problemas filosóficos que la llaman problema del uno y los muchos. Por ejemplo, tú has sido niño, joven, adulto, soltero, casado, es decir, has sido muchos, y sin embargo, en todas esas transformaciones has sido tú mismo, es decir, has sido uno, entonces, ¿cuál es ese uno disgregado entre los muchos? O, con más generalidad, existen las cosas y los seres vivos que vemos, pero todos ellos son, ‘cuál es, qué es este ser común a todas las cosas? ¿Cómo se unifica lo diverso? ¿cuál es la unidad de lo plural?

“Una versión de este problema aparece en las Obras Completas de Alfonso Reyes. Pongámoslo así, Reyes no logró destilar y cifrar en un libro enteramente representativo toda  la gama de su genio artístico. Sé que es desagradable decirlo, pero no tiene ese mágnum opus que lo centre como artista individual, particular. Reyes está disperso en la delicada orfebrería de sus pequeñas obras maestras. A mí me basta con ellas. El problema aparece cuando quiero transmitir este entusiasmo. ¿Qué pasa cuando queremos presentar a reyes ante alguien que no proviene de nuestro mismo fondo cultural, por ejemplo, ante un norteamericano culto e inteligente? ¿Qué libro suyo le damos a leer?

         “Si le damos a leer, por ejemplo, Grata compañía, que es encantador, ya sabemos que nos va a responder:

         --Sí, sí, están muy bien los ensayos, la mosca de Proust y todo eso, ¿pero no habrá algo con más sustancia?

         “Y así empiezan los problemas. Si le damos una selección de sus poemas, nos va a contestar:

         --Es buen poeta, pero de seguro en México hay mejores, ¿no le parece que su poesía suena a siglo XIX?

         “Si le entremos Ifigenia cruel ya sabemos que este poema dramático no es cabalmente representativo del genio del maestro, que faltan en él su humor, la manera inteligente, el ataque oblicuo, la prosa cordial, la constelación y voluptuoso de imantar el texto que gozamos en los ensayos.

         “Si le damos algo del Reyes helenista, “El sueño de Agatón” por ejemplo, que viene en Junta de sombras y es una obra maestra, va a decirnos: filológico. ¿Usted no ignora, por supuesto, todo lo que se ha adelantado en filología clásica, verdad? Hay libros sorprendentes y muy eruditos sobre todo lo imaginable.

         “Y así vamos rodando hacia la pendiente catastrófica, la que conduce a remitirlo hacia los volúmenes de las Obras completas hasta ahora publicados.

         “Lo que digo es que la puerta de la fama es estrecha y nadie puede pasar por ella con sus obras completas. Los vistas aduanales de esa puerta son insobornables en su:

         --No pasa todo, así que vaya dejando.

         “Imposible abrir un boquete en el muro que dice “estos perdurarán”.

         Y he aquí el problema: no hay ningún trabajo que recoja entero a Reyes, que sea una indiscutible obra maestra personal e intransferible.

         La puerta de la fama, además de estrechada, es impredecible, es como en los toros, la puerta de los sustos. Ya me imagino la cara que puso el impecable Alexander Pope, por ejemplo, cuando vio que le abrían de par en par la puerta de los sustos. Ya me imagino la cara que puso el impecable Alexander Pope, por ejemplo, cuando vio que le abrían de par en par la puerta a un oscuro periodista, inteligente, eso sí, y esforzado, ejemplar de Robinson Crusoe. O, para no ir más lejos, la sorpresa de Quevedo, Lope, Góngora y el propio Cervantes cuando flanqueaban el paso con atronar solemne de trompetas Don quijote y su escudero.

         Reyes no logró ese libro, ese acto de magia sintética que concentra el universo entero en el pulso de un individuo único e irrepetible. Qué angustia, él que era el más dotado. El genio de Reyes, digámoslo de una vez, está desperdigado. Disjecta membra de un talento y una energía incomparables.

         Reyes, la indescifrable Providencia

         Que administra lo pródigo y lo parco

         Nos dio a unos el sector o el arco

         Pero a ti la total circunferencia

         Dicen los versos de su amigo Borges. Y sí, el efecto, es cierto, una circunferencia, la total circunferencia, pero sin centro, una imposible y contradictoria construcción geométrica: la circunferencia acéntrica. Ese monstruo geométrico aparece cuando no se resuelve el problema del uno y los muchos. Reyes es muchos y no es posible hallar el uno que los unifica.

 

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