El Juárez de Javier Guerrero

lunes, 29 de marzo de 2010 · 01:00

En esta reseña, el etnólogo e historiador del Instituto Nacional de Antropología e Historia y autor reciente de una minuciosa biografía sobre La Malinche (La conquista de La Malinche. MR/Planeta, 2009), sintetiza y evalúa el trabajo del antropólogo Javier Guerrero en su más reciente libro, donde ofrece el contexto histórico en que Benito Juárez maniobró para sentar las bases de la nación.

 

Con su último libro: La impasibilidad cuestionada de Juárez, su papel axial en la Reforma y la intervención francesa (INAH, 2009), Javier Guerrero apunta a un nuevo blanco, si consideramos los temas que antes abordaba. Ahora registra un capítulo de la historia del país, clave para observar el inicio de la formación de la nación, y de especial importancia. No es que el autor haya pasado de preocupaciones teóricas hacia aspectos prácticos de la historia política; es que se ha sumergido como teórico en ese momento histórico clave del inicio de la formación nacional: Juárez, el liberalismo, la defensa contra la fuerza invasora de otras naciones.

Guerrero es pensador de inteligencia peculiar; fundamental para el acervo intelectual del país. Observa la realidad con ironía y a la vez con sorna histriónica: frustración por la injusticia. Pero en este libro hizo una pausa ante la proverbial impasibilidad de su personaje; que de haber sido otro, la actitud hubiera ofrecido fisuras fáciles a la ironía dicha. Pero ahora se trataba de Juárez, el indio enlevitado, incorruptible, liberal y nacionalista. De raíz mesoamericana. Con ellas, asumía las posibilidades políticas occidentales. Hablando en español, su segunda lengua, y de repente usando algún rudimento del francés y tratando de avanzar en los moldes del modo de producción europeo. Vislumbra la necesidad de la construcción de una nación, una vez en ruinas el mundo prehispánico y cuando razón y fuerza occidentales no permitían otras rutas. El liberalismo de principios del siglo XIX era pues lo razonable, y aún no había cobrado fuerza suficiente el socialismo. Guerrero toma la actitud de Juárez como la mejor opción política de la época, y la explica, la reivindica y la aprueba. Su libro está armado a partir de una visión cenital sobre las circunstancias de una población y su historia, cuya sobrevivencia como entidad singular ha golpeado contra todos los escollos sufridos y dramáticos que se puedan concebir. Y se detiene especialmente a mediados del XIX. El arribo a esa visión permite formular las preguntas que descifran nuestra trayectoria.

El juarismo sentó las bases para la estructuración de la nación como conglomerado político, geográfico y jurídico propio, un proceso que aún no termina. Tal proyecto fue la implantación del capitalismo, asienta Guerrero en la página 27. ¿Pero existía otra posibilidad de desarrollo nacional? ¿Ninguna nación del mundo occidental tuvo otra posibilidad? Ergo: a esas alturas ya México se perfilaba como un conglomerado cultural de orden occidental.

La necesidad de la configuración nacional, léase: la fuerza de identidad de un pueblo determinado, provenía de sus raíces, la sociedad antigua que había quedado en ruinas aquí y allá. Un territorio primero definido por los indígenas, después por la sociedad virreinal. De lo profundo entonces de los instintos de sobrevivencia étnica se buscaba un patrón que permitiera conservar algo de la antigua cultura. ¿Cómo se irguió el país como nación? ¿Era posible subsistir fuera de los moldes de una nación? Europa imponía el capitalismo. Y éste definía las reglas de la competencia, las hegemonías y los liderazgos. Pero aún se escuchaban las voces fantasmales de La Venta, Chichén, Monte Albán, Tajín, Tlaxcala, Tenochtitlán, Paquimé y tantos viejos recuerdos. La antigua sociedad se infiltró con el mestizaje en la sangre de los advenedizos, terminó por ordenarse en sistemas socioeconómicos traídos de Europa, para permanecer, como resabio de una antigua unicidad. Por eso es ilustrativo que haya sido Juárez quien pusiera las bases para la nacionalidad con dicho modo de producción. Y que defendiera nuestra autonomía de la noche de los muertos vivientes que asediaban las fronteras: las potencias que ambicionaban el territorio y sus recursos. El asedio fue también un factor que obligaba a la definición nacional: el vecino del norte ya se había llevado de un zarpazo más de la mitad del territorio; Juárez había luchado contra la invasión de norteamericanos y franceses, y contra un emperador extranjero impuesto por los conservadores locales y por Napoleón III.

Grosso modo, el perfil mexicano de la época (p.101) era: “habría cerca de un millón de blancos, 3 millones y medio de mestizos y 4 millones de indios”. Del grupo mayoritario provenía directamente el presidente Juárez, presidencia que Europa observaba con asombro y con estupefacción cuando ocurrió el fusilamiento de Maximiliano, porque sobre esa muerte se erguía la nación mexicana. Un acto fundacional que en el territorio sólo tenía el remoto antecedente mitológico de la muerte del príncipe Cópil, hijo de Malinalxóchitl, hermana de Huitzilopochtli. El corazón de Cópil había sido enterrado en el islote de Tenochtitlán y sobre de él se irguió el nopal donde se asentó un águila (Malinalxóchitl transformada) que devoraba una serpiente: el ícono de la instauración del arcaico país de los mexica. Sólo que ahora el príncipe era extranjero: representaba, con conciencia o sin ella, a las naciones que observaban el rico territorio mexicano que no acababa de organizar su propia administración, porque venía de grandes cismas sociales: la extinción de las teocracias antiguas, tres siglos de orden virreinal, la proliferación del sector mestizo y el repudio a la corona española.

Juárez sentó los cimientos de la nueva entidad nacional al tiempo que combatió contra la gandaya extranjera que presionaba con fuerza. A propósito del territorio pleno de recursos y de la incertidumbre gubernamental en México, el autor cita el Times de Londres de aquellos días: “Todas las facciones de todos los partidos políticos han estado su turno al frente del poder y ninguna de ellas ha logrado mantenerse en él. Sólo la intervención extranjera puede ya restablecer la tranquilidad de México” (p.117).

¿Cómo surgió el intento de la configuración nacional? Es otra pregunta que el libro permite formular. El antecedente inmediato obviamente que fue la Independencia; la corona española abusaba, no quería dejar más la administración de la Nueva España en manos de criollos. Simultáneamente, el reinado de Fernando VII se abrumaba en discordias con Francia. También existió el ejemplo de la independencia yanqui. Mejor: ¿Era posible no aspirar a la construcción nacional? Sin proyecto nacional, el territorio se habría repartido por completo entre Estado Unidos, Francia e Inglaterra. La nación mexicana es un complejo sueño de identidad. ¿Igual que el de todas las naciones? La nación es por la lucha y por la inteligencia política, pero también por la existencia de un trasfondo sociocultural que exige su sobrevivencia, su intimidad idiosincrásica. Guerrero evidencia que la opción liberal del capitalismo, para sostener un mínimo de competencia internacional, al mismo tiempo que el asedio hecho por naciones expansionistas, más el sustrato histórico peculiar de México, permitió que Juárez sentara las bases de la nacionalidad. Por eso el subtítulo del libro, que sostiene que el impasible oaxaqueño haya sido el eje de la Reforma y de la lucha contra la intervención francesa.

España e Inglaterra desistieron de apoderarse del territorio, pero Francia tenía un infiltrado monárquico en el castillo de Chapultepec, además de haber sopesado en batalla la posibilidad del triunfo contra Juárez. Si Zaragoza sometió a Charles Latrille Lorencez, el jefe francés de la invasión en la batalla del 5 de mayo, Napoleón III lo sustituyó con Forey, que tomó la Ciudad de México destronando al oaxaqueño. Pero éste se transformó en el presidente itinerante que deambuló por San Luis Potosí, Monterrey, Paso del Norte (Ciudad Juárez), Durango, Chihuahua, de nuevo a Paso del Norte, “el último rincón” de la patria. Y cuando Mariano Escobedo venció a Maximiliano y a Miramón y a Mejía en Querétaro, una vez que el ejército francés se había retirado, Juárez logró imponer el proyecto liberal, de gran peso ideológico en el país hasta nuestros días.

El autor redondea su importante visión sobre la época asentando que “Juárez y sus adláteres negociaron y maniobraron con suma habilidad para impedir que Estados Unidos devorara al país”. Y que “la burguesía mexicana del alba había decidido reservarse para sí a la nación como su espacio de explotación” (p.135). La lucha, entonces, contra las naciones expansionistas, se desarrolló con el trasfondo de un nacionalismo burgués. Y la historia demostró que entonces no era posible ninguna alternativa. La continuación de la dramática condena mexicana es que la nación no se desarrollara plenamente dentro de esos moldes, que sí en cambio fortalecieron a sus enemigos. ¿A causa de que éstos se iniciaran antes que México?

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