La voluptuosidad irrefrenable

lunes, 14 de marzo de 2011 · 01:00

La parcela de Dios de Erskine Caldwell (1903-1987) es una de las novelas estadunidenses más difundidas. Desde su aparición en 1933 ha vendido 14 millones de ejemplares en varios idiomas (inglés, alemán, francés, italiano, ruso…). Durante los años sesenta fue publicada en español por una editorial argentina bajo el título de La chacrita de Dios. Ahora vuelve a las librerías con una nueva traducción, impresa por la editorial Navona de Barcelona en la colección Reencuentros.

Cuando se dio a conocer esta novela en Estados Unidos, varios grupos conservadores demandaron judicialmente su retiro por considerarla inmoral. El fallo de la autoridad fue arrestar a Caldwell y confiscar la edición. La afrenta llevó al autor a realizar una contrademanda que ganó, y gracias al escándalo vendió miles de volúmenes. En 1958 fue llevada al cine por Anthony Mann con las actuaciones de Robert Ryan, Aldo Ray y Tina Louise.

La parcela de Dios cuenta la obsesión de la familia Walden, encabezada por el padre Ty Ty, de buscar oro en su propiedad. El empecinamiento lleva a sus miembros a excavar agujeros todo el día, por lo que descuidan el cultivo de algodón. La falta de ingresos que obtenían del plantío los empobrece y perturba. Hasta que un asesinato los precipita en una espiral de celos, infamia, traiciones, tentaciones y sexo.

La conmoción que causó la novela no fue por haber mostrado la avidez por el oro, sino por señalar lo irrefrenable del impulso erótico. Para Caldwell los sujetos tienen varias pulsiones que los llevan a acometer diversas acciones por encima de la razón o la moral. La codicia es una de ellas, otra es la voluptuosidad que rebasa todas las prohibiciones que imponen las instituciones como la Iglesia, la familia… para alcanzar la satisfacción sexual.

En esa búsqueda los hombres rompen todos los órdenes y alteran las relaciones sociales que permiten una organización acorde con el trabajo y la obediencia. Ante esto la sociedad responde con el castigo y la negación. No obstante, el deseo desenfrenado, inherente a la condición humana, se sacia de maneras inesperadas.

Para el personaje central Ty Ty, “Dios nos puso en cuerpos de animales… Ese fue el principio de todos los males… Si un hombre siente lo que es por dentro pero hace caso a los predicadores, no puede vivir como es debido. No puede hacer ambas cosas, sólo una o la otra. O vivir como nos crearon, y sentir lo que se es por dentro, o vivir como dicen los predicadores y morir por dentro. Un hombre lleva a Dios en su interior desde que nace y si tiene que vivir según los dictados de un predicador sólo puede haber problemas”.

La parcela de Dios es una novela que no ha perdido su encanto narrativo y menos la fuerza de su denuncia sobre esa moral que niega el deseo y provoca, como lo escribió Freud, un malestar en la cultura. 

 

Este texto se publica en la edición 1793 de la revista Proceso, ya en circulación.

 

Comentarios

Otras Noticias