Cuentos sin nosotros

lunes, 2 de mayo de 2011 · 01:00

¿Cómo se puede ser cuentista a los 30 años? ¿Se sabe algo de, oh, “la vida”? ¿Ese joven aspirante a escritor sabe ya algo real y útil como para modelar dentro de sí sujetos humanos –personajes– cuya vida se desarrolle con tal claridad lógica y emocional como para que un puñado de párrafos atrapen esa vida o uno de sus episodios cruciales?

El exigente lector lo sabe, el oficio de contar ha de manar de las entrañas del autor, pero sin perder la pluma en palabras huecas por “solemnes y profundas” que huelen a declaración de principios y revancha ante su trayectoria vital –la cual francamente no nos interesa a la hora de leer un buen libro–. Nos gustan los cuentos porque, de Chejov a Onetti a Carver, son prosaicamente cotidianos, y su banalidad suave y vertiginosa a la vez desemboca en honduras humanas que –ésas sí– a todos nos tocan.

Daniela Bojórquez tiene 31 años y sabe escribir cuentos. El título de su segundo volumen dice que los toma del natural: Modelo vivo (Biblioteca Mexiquense del Centenario). Los personajes son jóvenes y provienen, en clave ficticia, de los retos y dilemas de su vida. La vida, dice este libro, se hace con la sustancia del vacío y las ausencias. El corazón es un órgano que absorbe y expele una suerte de inestabilidad, de transitoriedad intrínseca a los vínculos afectivos. No se pueden escribir cuentos sin humor; ácido, naturalmente: “Si tu padre fue el Sr. Cohete y una noche muy clara se perdió en la bóveda celeste…”, tú acabarás estampado en la pista sin red protectora (no la hay para las orfandades, supongo) del mismo circo responsable de tu carencia paterna. El secreto heroísmo de que los jóvenes y los niños, protagonistas de Bojórquez, estén solos, solitos.

Lenguaje: libro hecho con la materia verbal coloquial de su tiempo, los hoy apenas treintones, en su jerga un poco telegráfica, culta, informada, informatizada, enemiga de los subjuntivos, artículos, de ciertas elaboraciones sintácticas que a lo mejor exigen mesura y tiempo interior reflexivo. Pero como la autora es escritora, esas rudezas sintácticas, la cierta pequeñez del horizonte lexical, la ausencia de los tiempos hipotéticos, están contenidos y adquieren expresividad más allá de su “nicho lingüístico”. No es lo mismo leer a esta narradora llena de olfato que oír a sus verdaderos contemporáneos verbalizar sus asuntos en la banca de parque a mis espaldas. El título lo dice: Modelo vivo; escrito con lo que yo y los míos vivimos. Ni testimonio ni invento vacío.

Personajes por igual atolondrados (“inmaduros”) y firmes (obcecados); con brújula y perdidos al mismo tiempo. ¿Es así la juventud? Son imperfectos como personajes: el reto de convocar una vida plena y con relieve en cinco páginas, no es poca cosa; pero ya tienen algo a su favor: están imbuidos de libertad interior. Su desconcierto y la sorpresa que provocan ante el lector se debe a que la autora supo concebirlos y hacerlos que se desenvolvieran en el escenario de la página con movimientos fluidos que parecen espontáneos. Y el humor: son amenos y ácidos. Riamos de las torpezas de sus/nuestros pequeños dilemas. Yo diría: atención autora, a usted le gustan las palabras y las historias sacadas de su teclado como por truco de prestidigitación.

No se convierta en uno de esos escritores empalagados por el “escribo que escribo” (sólo los Elizondo sortean tales laberintos) ni tampoco en uno de aquellos que inventan y retuercen las anécdotas sin parar.

Retengo algunas virtudes: “Ema en Alberta”, desde la aliteración y rima del título sale avante en su tempo veloz, agitado, percusiones nerviosas que arrollan al enamorado de Ema para descubrir que ella ya se fue a Canadá. Este cuento transparenta una idea, quizás la que rige el breve libro, sobre los vínculos humanos: el protagonista se enamora de esa chica; se vuelca sin red protectora; vive en función del flechazo y de golpe ella se esfuma: Éste es un libro construido por una ausencia: nosotros. Ni los lazos filiales ni las parejas amorosas logran ser un kayak de dos sino cada quien en su barca y hasta en su río. “La noche del pasado…” no es un cuento propiamente, sino una diestrísima imagen narrada; he ahí las virtudes de esta pluma. “Lo alto del cielo”, sobre el Sr. Cohete & hijo, es impecable, me atrevo a decir. No advierto nada que falte ni sobre, y su combinación de los hechos básicos de ese niño con detalles minimalistas, es un logro. Modelo vivo es el segundo libro de la autora.

A los 30 años no se es un escritor maduro. Bojórquez va por buen camino.

 

(*) Este texto se publica en la edición 1800 de la revista Proceso.

 

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