El desierto azul de José Cruz

martes, 24 de diciembre de 2013 · 12:42
Voy a morir es el título de la biografía de José Cruz Camargo, fundador de Real de Catorce –el grupo de blues más importante de México–, que acaba de ser publicada por Lectorum. La escribió el periodista Juan Pablo Proal y es producto de más de 40 horas de charla con el cantautor, con sus familiares y con especialistas. El libro revela episodios hasta ahora desconocidos de la vida del músico, junto con el drama que le cayó de golpe, y narra los pormenores de su banda mítica. Proceso reproduce un adelanto del primer capítulo. I.– Llévate la historia Tocan el timbre. Es Pamela Landa, fan de años. Trae en las manos el DVD Desierto azul. Georgina la deja pasar. Pamela introduce el disco en el reproductor de la sala y llama a José. Él acude. Se sienta en el sofá. Pamela prende el televisor y deja correr el único concierto oficial que grabó Real de Catorce. La imagen que proyecta la pantalla le sienta a José como un látigo. El rostro, de tan familiar, lo siente en su misma carne. El bigote de caballero de los cuarenta bajo luces neón. Ojos de telescopio. Cuerpo de guerrero indio. El baile de boxeador rumbero. –¿Soy yo? –Sí. –¿Toco la guitarra? –Sí. José siente una inyección de miedo en el corazón. Cada lágrima que desciende de sus ojos contiene más incredulidad que sal. Georgina observa la escena desde la cocina, en silencio. La reacción de su hermano le hace pensar que la idea está funcionando. Está casi segura de que él se está dando cuenta de quién es. El miedo tiene muchas máscaras, hay quienes temen las alturas, a la oscuridad, a los lugares abiertos, al encierro… José recién había adquirido catoptrofobia, miedo a los espejos. Ver su reflejo idéntico al del hombre con guitarra eléctrica que canta en la televisión le resulta un completo shock. Pamela no desiste, se ha convertido en una voz ajena a la familia que ayuda a persuadir al artista de su propia historia. Con frecuencia repite sus visitas, con la esperanza de que su ídolo, José Cruz, fundador de Real de Catorce, la banda de blues más importante en México, pronto cobre conciencia de quién es en realidad. Un mes antes, en octubre de 2006, sonó el teléfono en casa de Georgina y Alfredo. Era José, en su voz había temor: –Hermana, me caí. Me siento muy mal. ¿Puedes venir a mi casa? Georgina salió de inmediato rumbo a Xochimilco. José no pudo abrirle, su fuerza era casi nula. Una vecina ayudó a su hermana a forzar la puerta del departamento. Lo encontraron tendido en el piso, apenas consciente. El lugar estaba muy desorganizado. Se notaba en seguida que los días previos tampoco estuvieron bien para el cantante. José apenas podía hablar. Suplicó a su hermana que lo llevara al Centro Médico. Era el hospital donde José recibía atención periódicamente por parte de la neuróloga Angélica Carvajal. Quería que lo atendiera un médico que ya conociera su historial (nadie atinaba a descubrir su problema de salud) y eso le evitaría las pruebas de rutina. Entre las dos mujeres sentaron a José en un sillón para ponerle sus botas. Mientras lo alistaban, Georgina pensó en lo complicado que sería conducir ella misma al hospital, así que decidió llamar a Rodrigo Farías, representante del grupo, para pedirle ayuda. Rodrigo quedó en mandarles un taxi. José estaba a punto del desmayo. Como pudieron lo subieron al automóvil. En el camino pasaron por Rodrigo. Georgina buscaba apoyo. La comunicación entre ella y su hermano no había sido frecuente en los últimos tiempos. Se sentía sola. Sin la fuerza necesaria para cargar a José ni lo suficientemente informada para orientar a los médicos. Quién mejor que un hombre cercano a José para enfrentar el interrogatorio, pensó. Cuando llegaron a urgencias, el cantante había perdido el conocimiento, su respiración ya era imperceptible. Georgina llegó a pensar que los pulmones de su hermano habían dejado de funcionar. Los médicos lo atendieron de inmediato. Le aplicaron los servicios de rescate básicos para estabilizarle la respiración. Luego de un chequeo rápido, concluyeron que lo mejor era trasladarlo a la clínica del IMSS conocida como “Los Venados”, porque ellos no tenían servicios de hospitalización. En el nuevo hospital controlaron la crisis. Aparentemente había pasado lo peor. No era la primera vez que a José le sucedía un evento de esta naturaleza y seguían sin descubrir qué los provocaba. Le habían hecho muchos estudios, pero ningún médico daba con el problema real. Cuando José reaccionó no sabía quién era. En el reporte, los médicos indicaron que quizá se trataba de algo cerebral, temporal, sin dar más detalles. Lo dieron de alta. Georgina y su esposo Alfredo tomaron la decisión de llevarlo a vivir a su casa. Querían cuidarlo entre ambos. Lo instalarían en la recámara de su hijo Pablo, quien recientemente había viajado a Estados Unidos para trabajar una temporada. El único resultado claro que dejaba el problema de salud de José era que había dejado de valerse por sí mismo. “Varios años antes, José ya tenía problemas de salud fuertes, su familia estaba preocupada porque me decían: ‘Mi hermano se cayó en el baño… a mi hermano le falla la fuerza de las piernas’. Le hacían muchos estudios y no descubrían qué era”: Nilsa Acosta, amiga. Para José, irse a vivir a casa de su hermana fue el cambio menos radical. Todo era caos. Entró con ayuda al departamento. Apenas lograba mover los pies, arrastrándolos. Sus rodillas se doblaban como si no pudiesen con el peso del resto del cuerpo. Lo sentaron en el sofá. Sus ojos no atinaban a enfocar imagen; su voz, al hablar, surgía con dificultad. No decía nada. Entre la confusión, trataba de atar cabos. La fragilidad del cuerpo era directamente proporcional a la confusión de su mente; sus recuerdos eran vagos, no podía dar cuenta de sí mismo. Georgina lo veía tan ensimismado que pensó que un baño lo confortaría, pero con una sola mirada comprobó que tampoco podría hacerlo solo, pues el riesgo de que se cayera era inminente. Decidió acompañarlo a la ducha, ofreciéndole su antebrazo como apoyo. Él caminaba con pasos de anciano. Ella se mantenía alerta de que su hermano no perdiera el equilibrio mientras le abría la regadera y le ayudaba a enjabonarse. También eran días intensos para Georgina, además del dolor de ver a su hermano en ese estado, se mantenía monitoreando el reloj. Un médico naturista había recetado a José un tratamiento estricto. Cada tres horas debía proveerle un medicamento diferente. Velaba por cumplir la recomendación. Los cuidados médicos tenían la intención de que José recuperara, hasta donde fuera posible, el funcionamiento de su cuerpo. Georgina es la hermana mayor y siempre ha sido muy responsable. De alguna manera ejercía las veces de madre sustituta. No le bastaban los cuidados médicos, estaba decidida a que su hermano también recobrara la memoria. Con fe sacaba de su cajón las fotos de Real de Catorce y le pedía a José que las miraran juntos. Sentarse a ver las imágenes, mientras le contaba detalles de su vida, también se volvió un hábito en la casa de la familia Molina. José escuchaba las historias escéptico. No lograba conectarlas en su interior. A veces hacía preguntas, como buscando un referente que le diera luz a sus pensamientos, pero no lo lograba. En cuanto veía al cantante con mejillas pintadas de líneas azules, el vacío le oprimía el pecho y hacía una y otra vez la misma: –¿Soy yo? –Sí. –¿Canto? Georgina asentía. Él lloraba. “Cuando yo salía de la recámara, él me veía desde el pasillo y me preguntaba: –¿Ya llegaste de trabajar? Le decía: –No, apenas me voy, lo que pasa es que olvidé mi corbata. No tenía concepto de lo que era el día ni la noche. A veces cuando iba entrando a la casa, me decía: –¿Ya te vas, verdad? Yo le contestaba: –¡No, cabrón, acabo de llegar!”: Alfredo Molina, cuñado. Georgina y Alfredo tenían planes de irse a vivir a Xalapa, Veracruz. Lejos de la histérica vida urbana de la Ciudad de México. Ella estaba jubilada y sus dos hijos ya eran mayores de edad, pero la salud de José le preocupaba demasiado. No dudó en concentrar sus días en ayudarlo. Guardaba una estrecha relación con Jorge, el hermano menor, a quien le lleva diez años. “Coco”, como le decían de cariño, llamó para informar que iría a visitarlos. También estaba preocupado por la salud de su hermano y quería apoyar a la familia. Al poco tiempo de la llegada de Coco, el timbre anunció una visita inesperada. Eran Magdalena González Gámez y Rodrigo Farías, representantes de Real de Catorce. Los acompañaba Fernando Ábrego, baterista del grupo. Los tres llegaron con la intención de quejarse de José. Reclamaron que él descuidaba su trabajo en muchos sentidos. Explicaron que se acercaba el fin de año y que Real de Catorce tenía aún una fecha pendiente. Alfredo entonces les describió a qué punto se había deteriorado la salud de José. En consecuencia, Malena propuso suspender el concierto, pero dejó en la mesa una sentencia que sonaba amenazante: –Veremos si en unos meses queremos seguir con José. Alfredo escuchó con cuidado la sentencia amenazante. Pero estaba confiado, sabía que ellos no tenían todo el control. –Así como ustedes dicen que no quieren nada con él, se han preguntado ¿cuál sería su reacción si fuera al revés, que José no quisiera nada con ustedes? Seguramente nunca lo habían pensado, porque los tres cambiaron su actitud de tajo. –Para qué adelantamos cosas, en dos meses veremos qué pasa. En cuanto los tres visitantes estuvieron fuera del departamento, Georgina, Alfredo y Coco iniciaron un debate sobre cuál sería el futuro de José. Él no estuvo presente durante la discusión (la saxofonista y flautista, Sibila de Villa, lo había llevado a consulta con su médico naturista). Todos sabían que la situación del cantante era muy complicada, tanto en la salud como en el trabajo, y debían encontrar una salida pronto. Semanas antes, Alfredo le había contado a su terapeuta la crisis que sufría su familia. Tenía la intención de ayudar a su cuñado, pero sabía de sobra que el músico no requería de compasiva solidaridad, sino de total y absoluta disposición. Como músico independiente, José nunca había recibido cheques considerables y ahora, sin la posibilidad de dar conciertos, los ingresos se habían reducido dramáticamente. Le contó también que José estaba divorciado y que su última novia, Vanesa, lo había abandonado por estar enfermo. –No puede manejar, tampoco se puede preparar alimentos. No hay quien lo lleve al hospital ni quien pague sus medicinas. Se necesitan muchas manos para sostenerlo –explicó el cuñado de José a su psicóloga. Luego de pensar en algunas soluciones, a la terapeuta de Alfredo se le ocurrió que lo mejor era conformar una red de apoyo. Le explicó a su paciente que se trataba de que los familiares, amigos y seguidores del músico sumaran sus brazos para soportar las múltiples necesidades que lo aquejaban. Unos podían aportar dinero, otros llevarlo al doctor, algunos más acompañarlo por las tardes. Para Alfredo fue una idea estupenda y no dudó en planteársela a Jorge y Georgina. Al final, los tres coincidieron en que era la opción más funcional. Había llegado el momento de actuar. Red de Apoyo a José Cruz, la nombraron. “Pensaba: ‘¿Qué le está pasando a José?, ¿le está llegando la edad?’. Yo veía cómo cambiaban sus movimientos psicomotrices, su energía, su acoplamiento con el grupo, pero no sabía qué tenía”: Nacho Pineda, dueño del Multiforo Cultural Alicia, clave de la difusión del rock independiente en México. Para José, la vida se había convertido en una compleja red de inexactitudes. Su gente le ofrecía todas las herramientas que encontraba para ayudarlo. Si nadie daba con el problema, cualquier idea que surgiera era buena. En los cuatro meses que José pasó con su hermana Georgina y su cuñado Alfredo, sólo una vez llamó alguien del grupo, Malena. Quería enseñar reiki a José. Tenía la firme convicción de que el problema del músico era más bien apatía, o bien, una muy mala actitud para salir adelante. Estaba segura de que se curaría mediante las enseñanzas de Deepak Chopra. José quería entender su situación. De pronto se encontraba en casa de su hermana, imposibilitado en las cuestiones más básicas, con los problemas económicos y profesionales de un ser que no recordaba. No sabía a qué enfermedad se enfrentaba ni cuándo y cómo llegaría la siguiente crisis. Tenía una hija que dependía de él y, aunque en esos momentos se encontraba bajo la tutela de su exmujer, sentía la obligación de velar por ella. Finalmente, el video reproducido hasta el cansancio y las fotos que tenían del grupo empezaron a dar frutos. José recordaba su vida poco a poco. Al principio fueron detalles pequeños, que aparecían como flashazos. Movimientos que aparecían como impulsos. Sensaciones que no lograba ubicar, pero que reconocía como suyas. Su mente empezaba a reaccionar. En cuanto Pamela y Georgina lo notaron, redoblaron esfuerzos para apoyarlo. José lograba conectar las historias en su interior. Hasta que llegó el total convencimiento. Sí, las imágenes eran ciertas. Él era José Cruz Camargo Zurita, fundador de Real de Catorce. La fuerza de su cuerpo regresaba igual que la memoria. Le habían llevado su guitarra eléctrica a la habitación, estaba recargada sobre una silla. Una tarde, José decidió tomarla y se la colgó en los hombros. El peso le resultaba una carga desequilibrante, pero logró controlarla. Era una especie de ceremonia que terminaba de reconciliarlo con su propia historia. Presionó sus dedos sobre las cuerdas. Sentía sus manos tiesas, torpes, pero no desistió. Con suaves movimientos iba logrando soltura en los dedos, hasta que rasgó de nuevo las cuerdas. El sonido de la música también regresaba. Esa tarde no se atrevió a cantar. Ni siquiera quiso intentarlo. Aún estaba presente la dificultad para hablar, era una molestia tenue pero persistente. Muy en el fondo, José temía haber perdido su capacidad para cantar, pero eso no era lo más importante: estaba bloqueado, no podía escribir. Alfredo, además de ayudarle a enfrentar sus problemas de salud e impulsar la red de apoyo junto a sus cuñados, buscaba detonantes de la memoria entre los conflictos de José. Una tarde, platicando con él, le planteó la posibilidad de que su desinterés en componer se debiera a que no quería dar más de sí a Real de Catorce. José lo escuchó con atención, sin decir palabra. Luego asintió, como si hubiese descubierto una verdad oculta en su inconsciente.

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