Atrapad@s en la represión

lunes, 8 de abril de 2013 · 19:04
A la violencia desatada en México por el crimen organizado se suman formas de exclusión que arrasan con las vidas de las personas. Es el caso de los crímenes de odio perpetrados contra transexuales, intersexuales, transgénero y travestis. En el libro Vivir en el cuerpo equivocado, el reportero de Proceso Juan Pablo Proal reunió crónicas y reportajes que buscan sacudir las buenas conciencias y muestran de manera descarnada un fenómeno característico de una sociedad cada vez más deshumanizada. Editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León, el volumen ya está en circulación y aquí se presenta un adelanto. II.- AVERSIÓN   “Si uno no entiende a otra persona tiende a considerarlo un loco”: Carl Jung   Número 117. Valentín Miranda Castro, “La Cynthia”. 25 años. Lugar donde aparece el cadáver: la calle. Entidad federativa: México, Tlalpan. Estado del cuerpo: arma de fuego. Número 127. José Antonio Lara Arévalo, “La Vicky”. No especifica edad. Lugar donde aparece el cadáver: la calle. Entidad federativa: México, Coyoacán. Estado del cuerpo: arma de fuego.   El Informe de Crímenes de Odio por Homofobia en México 1995-2008 elaborado a partir de la revisión de 71 diarios locales y nacionales consigna 80 homicidios contra personas transgénero en todo el país. Veintinueve de ellos en el Distrito Federal. Antonio Medina, pieza clave para elaborar el informe, descubrió que, en la mayoría de los casos, quienes cometían los crímenes de transfobia eran uniformados.   Número 152. Ricardo Javier Ruvalcava Martínez, “Linda”. No especifica la edad. Lugar donde aparece el cadáver: casa. Entidad Federativa: Escobedo, Nuevo León. Estado del cuerpo: golpeado. Número 191. Max Humberto Guerrero García. 38 años. Entidad federativa: México, Iztapalapa. Estado del cuerpo: arma blanca.   El Informe de Crímenes de Odio por Homofobia en México 1995-2008 es el único en registrar los casos de crímenes contra personas transgénero en el país. Los criterios para elaborar este documento excluyen “agresiones menores”. Puede saltar la pregunta ¿pero, cómo sucede esta especie de masacre casi imperceptible? Un policía se lo explica perfectamente a Gaby: “Los putos como ustedes no tienen derechos”. A Gaby el cabello rubio rizado le cae como una cascada sobre su ceñido vestido morado de donde emergen dos senos que con absoluta disposición presume orgullosa cuando algún “hetero” la rechaza. El trabajo sexual y su disciplina en las finanzas personales le permiten comprarse su casa y amueblarla. Pero en este principio de siglo ser transexual y sexoservidor en México es una combinación fatal. Es una noche mugrienta como suelen ser en las calles cercanas al Metro Revolución. Zonas de borrachines, saqueos y palizas. A cierta hora no hay ley. Dicen que durante la noche todo vale. Otros juran que vale todo las 24 horas del día. Si existen reglas, las hacen cumplir a su modo los policías. Uno de “los tiras” le exige a Gaby quitarse de la calle. No presenta orden alguna ni documento judicial. El enunciado imperativo “quítate puto” es cotidiano y si los transexuales no hacen caso se arriesgan a ser acusados de alboroto, escándalo, desobedecer a un policía o faltas a la moral. En 2007 Gaby está en la calle, esperando un cliente, no tiene nada de ilegal su posición. Ningún vecino se ha quejado de escándalo, una de las pocas condiciones para que la policía, legalmente, pueda obligar a un trabajador sexual a retirarse de una esquina. Gaby necesita dinero, hay que pagar las letras vencidas de muebles. Cobra 300 pesos por desnudo total, sexo oral, caricias, masaje y penetración. Gaby aguarda con los senos casi a la intemperie la llegada de un cliente. Pero éste no llega. “Que te quites”, repite el policía. Gaby se niega. El uniformado baja de su patrulla, quiere apartarla a empujones. A Gaby el instinto le cuesta caro: sin darse cuenta, al defenderse sus uñas arañaron el rostro del oficial. El error la lleva a pasar tres años siete meses y 15 días tras las rejas. Hoy en día es difícil platicar con ella. No porque sea hosca o tímida, Gaby es prácticamente sorda. Tiene que acercarse a los labios de su interlocutor casi a dos centímetros y ni así capta con exactitud la lógica de una pregunta simple. Aunque, eso sí, cuando abre la boca es tan parlanchina como una mujer en una despedida de soltera. No se entera muy bien de los diálogos del policía con el Ministerio Público cuando narra lo ocurrido. Ella se lo hace saber a los presentes. “Hablen más fuerte, no entiendo qué está pasando”. Lo único que alcanza a escuchar de voz de un policía es una mentira nada piadosa: “Todo saldrá bien”. Los tres años, siete meses y 15 días –Gaby recuerda con nitidez el plazo– los transita en el Reclusorio Oriente. Sólo de hombres. 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Nada le espanta. Se ayuda de su extrovertida personalidad para hallar un poco de tranquilidad en esas confinadas celdas. Así da con un contacto que le ofrece un camarote para ella sola, una celda donde puede dormir sin tener que despertar atrofiada por haber pasado una noche de pie y amarrada a unos barrotes por falta de espacio, lo que padeció cuando pisó por primera vez la cárcel. “Perdí todo, mi casa, mis muebles dejé de pagar, ahorita estoy empezando. Me voy recuperando y apenas logré sacar mi acta de nacimiento, que la tuve que mandar traer de no sé dónde y ya estoy consiguiendo mis papeles, pero es difícil porque nos ponen muchas trabas para la credencial de elector.”   Número 260. José Carlos Rodríguez Ramírez. 48 años. Lugar donde aparece el cadáver: hotel. Entidad federativa: México, Cuauhtémoc. Número 270. Desconocido. Lugar donde apareció el cadáver: domicilio. Entidad federativa: Tijuana, Baja California Norte. Estado del cuerpo: arma de fuego.   Gaby tiene poco menos de un año fuera de prisión, pero nada la exenta de que el episodio vuelva a ocurrir, porque regresó a la calle, al mismo lugar de donde se la llevaron. Por otro incidente policiaco, casi idéntico, Coral estuvo cuatro meses y medio en el Reclusorio Norte. –¿Con puros hombres? –Sí, ahí nos tienen revueltos, te tienes que defender.­ –¿No abusaron de ti? –No, hasta eso no, pero sí la pasé muy mal. “Para la comida es un desmadre allá adentro, te la sirven en botes y le echan de todo, yo tuve que comer muchas veces rancho, ya cuando comencé a generar dinero pude comer comida selecta, como tacos. El Reclusorio Norte es el más cabrón que hay ahorita, yo pienso, está muy pesado. Muy lleno, más gente, en una celda hay hasta 20 presos. Duermes hasta parado, a mí me tocó dormir parada, me amarraron en la reja de las manos y de los pies y así me quedé dormida, dormida.” –¿Cómo amaneciste al día siguiente? –Bien adolorida, ¡imagínate!, amarrada en la celda toda la noche. Como 12 horas amarrada. Me colgaron como si fuera un objeto de ellos, como maniquí. La organización Transgender­ Europe (TGEU) ha documentado­ 426 homicidios contra personas transexuales en los últimos dos años y medio en todo el mundo. Equivale a un asesinato cada tres días. En Brasil se cometieron 59 homicidios en 2008; 68 en 2009, y 40 entre enero y junio de 2010. En México, cuatro en 2008; 10 en 2009, y nueve en enero-junio de 2010. En contraste, en toda Europa se habían detectado cinco crímenes en 2010 y en Asia únicamente cuatro. Existen organizaciones que han llevado una estimación de las agresiones en la Ciudad de México. La asociación Ángeles en Búsqueda de la Libertad, que integra a trabajadoras sexuales trans, calcula alrededor de 45 homicidios en los últimos 20 años, y ya dejó de llevar la cuenta de las “agresiones menores”.   *** Nombre: Laura Entidad de nacimiento: Distrito Federal Edad: 39 años   La cara de Laura es una bolsa que guarda residuos de las hormonas más populares del mercado negro. Se ha inyectado Metrigen Fuerte (jeringas con benzonato de estradiol), el anticonceptivo Patector Rosa, Prolidon 500 (progesterona), Perlutal (Acetofénido de algestona), Gravidinona y distintas pastillas con estrógenos compuestos. Por acumulación de aceite en su rostro debió someterse a una intervención si no quería quedar hinchada de por vida. Una vez Laura espera a un cliente cuando la rodean dos coches. Desde el interior de los automóviles, unos jóvenes le disparan dardos. Otros bajan con tubos y la golpean en la espalda. Laura se abraza a un árbol. Intenta cubrirse. Unas chicas les dicen a sus acompañantes que es suficiente. Sólo ese clamor logra que los jóvenes embriagados de ira detengan la paliza. Más de dos décadas en la calle le dan a Laura impecables lecciones de intuición. Su cuerpo siente cuando un cliente es un buen tipo y cuando querrá acabar con ella. No sabe ponerlo en palabras, no necesita. Ese sexto sentido provoca que un día Laura salte de un automóvil a más de 60 kilómetros por hora. Siente que ese hombre puede ser su asesino. El trato, las palabras, el gesto y un conjunto de factores que no tiene tiempo de analizar le alertan, “es un criminal, ¡salta!”. Y eso hace. No recuerda cómo llega a casa, ni siquiera dónde se golpea o en qué lugar ocurre. Sólo sabe que amanece semidesnuda, en tacones y repleta de magullones. La bolsa y el teléfono se han esfumado, pero es lo de menos. Su instinto le salva la vida.   Llamamos transfobia al conjunto de creencias, opiniones, actitudes y comportamientos de agresión, odio, desprecio, ridiculización, etcétera, que se producen contra las personas trans: Red Transfobia.   Los clientes de las sexoservidoras trans no son muy distintos de los que acuden con mujeres “normales”. Les prometen que las sacarán de la calle, que serán sus esposos y las mimarán con fervor. Nunca ocurre. Al contrario, cuando eyaculan, huyen como de una escena de crimen. Rubí Arzola está desencantada. No más promesas para ella. Ha ahorrado lo suficiente para abrir un salón de belleza en Cuernavaca. Quiere hacer su vida, fuera de la calle. Durante año y medio Rubí estudia cosmetología. Guarda plata para pagar sueldos y permisos del salón por lo menos desde el día de su apertura hasta los seis meses. Estima que en ese lapso su salón se sostendrá por cuenta propia y resolverá las necesidades básicas de la vida. Los integrantes de Ángeles en Búsqueda de la Libertad, ONG dedicada a ofrecer servicios jurídicos, de salud, odontológicos y orientación a trabajadoras sexuales, se enorgullecen de su compañera, aunque el entusiasmo se evapora. Rubí aparece cerca de la estación del Metro Candelaria. Sin futuro. Y sin vida. Su cuerpo, atravesado con una varilla de construcción que entra por el pecho y sale de la espalda. La cabeza, degollada. No es la única pérdida para Ángeles en Búsqueda de la Libertad, organización donde algunos de sus miembros son simpatizantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

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