"Aquí el único gallo soy yo" *

lunes, 8 de septiembre de 2014 · 13:36
El asesinato del agente de la DEA Kiki Camarena y las secuelas del caso, a partir del cual el crimen organizado se hizo presente en la escena mexicana, son desmenuzados en La CIA, Camarena y Caro Quintero, amplia y documentada investigación periodística de J. Jesús Esquivel, corresponsal de Proceso en Washington. Aquí se adelanta el capítulo “Narco y farándula” del libro, que será presentado oficialmente esta semana por editorial Grijalbo.

MÉXICO, D.F. (Proceso).- Sara Cosío Vidaurri Martínez era una de las jovencitas más populares de los centros nocturnos y restaurantes caros de Guadalajara cuando Rafael Caro Quintero y sus colegas dominaban el negocio del trasiego de drogas en México.

Hija del secretario de Educación Pública de Jalisco, César Octavio Cosío Vidaurri, y sobrina de Guillermo Cosío Vidaurri, exgobernador de la entidad y expresidente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la capital mexicana, Sara supuestamente fue secuestrada por Caro Quintero, quien se la llevó con él a Costa Rica. Cuando fue detenido el capo mexicano, Sara estaba acompañándolo en esa finca a las afueras de San José.

“Sarita no era tan bonita como se decía –sostiene José 2, quien conoció de cerca a esta mujer–, más bien Rafael Caro Quintero se encaprichó con ella. Era medio gordita, a decir verdad. Pero fue cuento eso de que la secuestró, ella andaba con él por la buena. Era igualita de caprichosa que Rafael, hija de ricos, al fin.”

“Caprichosa como Caro Quintero…”; ¿qué quiere decir?

En el tiempo que la andaba conquistando, Caro Quintero le regaló un carro blanco convertible, un Ford Continental que los Tierra Blanca le fueron a entregar a Sara a su casa. Pero no lo quiso, lo regresó con los mismos Tierra Blanca.

Extrañamente, Rafael no se enojó; me pidió a mí que le llevara nuevamente el carro a Sarita. Le llevé el carro a la muchacha, quien vivía en la casa del papá. Dejé el carro en la casa, estacionado. Luego salió ella y lo quemó, le echó gasolina y lo quemó. Eso ocurrió a finales del año 1984.

El carro que quemó Sara era uno especial que encargó Rafael a la agencia Ford Country Motors de Guadalajara, que era de los hermanos Cordero Stauffer. A esos mismos hermanos Caro Quintero en 1984 les compró 300 Grand Marquis. Se los pagó con dinero en efectivo que les entregó en un portafolios, Gárate y yo lo acompañamos a comprarlos. La agencia de coches estaba en la avenida Unión y Paseo de Las Águilas. Los Grand Marquis que compró costaban 1 millón 700 mil pesos cada uno.

Los dueños de la agencia le preguntaron a Caro Quintero de qué color quería los carros, y él les respondió que eso valía madres, que los quería para su gente y para regalarlos a los políticos, jefes de la policía y del Ejército, eso les dijo.

Por cierto, a [Sergio] Espino Verdín le llevaron uno de color azul que no le gustó mucho. Todo esto pasó poquito después de que mataron al Doctor, el medio hermano de don Ernesto Fonseca Carrillo.

¿Por qué hasta la fecha se dice que Caro Quintero tenía con él, a la fuerza, a Sara Cosío?

Tal vez porque la familia de ella se encargó de que la historia se contara de esa manera. El que se oponía a la relación era su papá. Rafael conoció a Sara en una fiesta. Ese día hablaron mucho y pasaron mucho tiempo juntos.

La segunda o tercera vez que Caro Quintero la vio fue en un restaurante de Ernesto Fonseca Carrillo que se llamaba Lido. Era una casa antigua convertida en restaurante, frecuentado por las personalidades del gobierno y de la alta sociedad de Guadalajara.

Cuando la vio en el Lido, ella andaba acompañada supuestamente de un pretendiente. Rafael iba a matar a ese muchacho por esa causa; no lo mató porque se lo pidió Sara. En el restaurante el mismo Rafael le puso unos madrazos y lo echaron para fuera. Ahí presionó un poquito más a Sara.

¿Caro Quintero era muy mujeriego?

Sí.

¿Quién era más, Caro Quintero o Fonseca Carrillo?

Rafael, aunque don Ernesto no tenía malos gustos. Por su cama y sus fiestas pasaron muchas mujeres, artistas como Marcela Rubiales, a quien en muchas ocasiones la llevaron para que cantara en las fiestas que hacía el cártel.

A las artistas don Ernesto las atendía muy bien, les pagó mucho dinero, les compraba joyas y se quedaban con él los días que duraran sus fiestas. Nunca las trató mal, aunque un día se le adelantaron a Fonseca Carrillo y por poco pasa algo grave.

¿Cómo que se le adelantaron? ¿Quiénes?

Su medio hermano, el Güerón. Fue una vez que hicieron una fiesta en el restaurante Uno. El Güerón se llevó a la cama a una de las artistas y por poco lo matan. Don Ernesto ordenó que lo quebraran, no sé por qué no lo mataron.

El testigo protegido, e identificado para este trabajo como José 1, fue a quien Fonseca Carrillo asignó para matar al Güerón por el asunto de la artista en el restaurante Uno.

A esa fiesta –relata– fueron a cantar Marcela Rubiales, Zoila Flor y Jimena, quienes eran las que casi siempre iban. Les pagaba por lo menos 1 millón de pesos por cada fiesta y les daba muchas joyas.

En la fiesta del restaurante Uno, el Güerón se llevó a Jimena mientras tocaba la banda El Recodo de Cruz Lizárraga, el viejo. Esta banda siempre iba a sus fiestas. No faltó quien le fuera con el chisme a don Ernesto y se encabronó.

Luego luego me mandó llamar. Me dijo: “Quiero que me traiga amarrado a ese cabrón, y si no quiere, chínguelo, mátelo”. Intenté calmarlo, pero no pude. “Déle piso, le estoy ordenando”, me machacó don Ernesto.

Le ordenó a su yerno, Andrés Toussaint, que me acompañara, pero cuando nos separamos de la mesa donde estaba don Ernesto, convencí a Andrés de que se regresara a calmar a su suegro mientras yo buscaba al Güerón.

Me hice pendejo un rato en el restaurante pensando que se le iba a pasar el coraje a Fonseca Carrillo, pero nada. Me volvió a llamar para preguntar si ya le había dado piso al Güerón. Le contesté que no lo encontraba. Se enojó más, me advirtió que si no cumplía sus órdenes al que le iban a dar piso era a mí. “Aquí en mi casa el único gallo soy yo. El único que pisa a las gallinas en este rancho soy yo”, gritó don Ernesto delante de todos.

Entonces fue cuando mandó a otros compañeros a que me ayudaran a buscar al Güerón. Fui directamente a uno de los cuartos del restaurante donde ya sabíamos que estaba y abrí la puerta. El Güerón se enojó, me reclamó que por qué lo interrumpía y Jimena, desnuda, comenzó a llorar porque nos vio ahí, con los cuernos de chivo en la mano.

Le dije al Güerón que su hermano había ordenado que le diera piso por haberse llevado a la cantante a la cama. Se espantó el Güerón, lo calmé, le aconsejé que se brincara la barda que daba al estacionamiento del restaurante y que se pelara en un coche, que con Andrés intentaríamos calmar a don Ernesto. El Güerón no esperó más, se peló y dejó a Jimena encuerada en la cama.

¿Qué le dijeron a Fonseca Carrillo?

Que el Güerón ya no estaba, que cuando llegamos al cuarto Jimena estaba sola. No se le bajaba el enojo, me dijo que tenía que matar a alguien para desquitar su coraje. Le amarramos a uno, no recuerdo a quién, y lo mató. Ya después se le pasó el enojo. Fonseca Carrillo cuando se encabronaba no respetaba ni a su familia.

¿Qué otras artistas asistían a las fiestas de Fonseca Carrillo o de Caro Quintero?

Varias, Beatriz Adriana, quien era comadre de Miguel Ángel Vielma, el Negro Vielma. Las artistas los visitaban incluso estando presos en el D. F.

¿Quiénes?

Marcela Rubiales, pero me contaron algunos de sus escoltas que estaban con Caro Quintero en la cárcel, en el Reclusorio Norte, que a una fiesta que duró tres días fue la misma Lola Beltrán a cantarles.

¿Se enteraba de esto la esposa de Fonseca Carrillo?

Claro, pero eran esposas, no una sola esposa. Ellas estaban en su casa y no les faltaba nada. Eso sí, nadie debía ni siquiera decirle nada a las mujeres de don Ernesto.

¿Por qué?

Porque incluso si se les quedaban mirando, al mirón le podía costar la vida. Era un insulto. Por ejemplo, una día fuimos a Puerto Vallarta a ver a una mujer que tenía allá. La mujer tenía un cuerpo escultural. Por esa mujer muchos jefes de la policía y de los militares le tenían envidia.

A esa mujer un amigo que vivía en Vallarta le echó las flores. El pendejo se metió a la frecuencia de los radios Yaesu, que se usaban en ese tiempo, y habló de la mujer. Fonseca Carrillo lo escuchó y le ordenó a Lorenzo Harrison que fuera a Vallarta a partirle la madre. Le dices que la próxima vez que hable de mi vieja lo matamos al hijo de su puta madre.

Harrison se fue a Vallarta y se llevó a uno que le decíamos el Pollo, quien era uno de los pistoleros que formaban el grupo de los Dormidos. Pero Harrison no le pegó al hombre, le dijo a qué iba y le pidió 50 mil pesos para no pegarle.

¡Lógico!, el tipo aceptó pero le pidió a Harrison una semana para darle el dinero; como era amigo, Harrison aceptó, pero a la semana que fue a cobrar ya lo estaba esperando la judicial del estado. Y lo levantaron, fue cuando mataron al Pantera o el Carnes Asadas, a Harrison lo hirieron en una mano y con una Uzi le metieron un tiro en una rodilla para que no volviera a caminar.

J33 recuerda a otros músicos o artistas de esa época que asistían a las fiestas de los jefes del cártel de Guadalajara:

“Los Cadetes de Linares, Broncos de Reynosa, Paulino Vargas, Carlos y José; les pagaban para que compusieran sus corridos.

“A Vicente Fernández una vez lo llevaron a huevo a una de esas fiestas –dice J33– […] seguido lo invitaban pero nunca quiso ir. Esa vez, en las fiestas de octubre de Guadalajara, lo dejaron que terminara de cantar en el palenque y a fuerza lo llevaron a la fiesta que había en una casa de Caro Quintero. ‘Miren, señores, yo aquí les canto lo que quieran. Pero eso del vicio no, yo soy tequilero. No quiero drogas’, les advirtió […] A don Ernesto no le gustaba mucho Vicente Fernández, él era de banda, pero a Caro Quintero sí.” *El libro será presentado por Carmen Aristegui y Rafael Rodríguez Castañeda este miércoles 10 de septiembre a las 19 horas en la librería El Sótano de Miguel Ángel de Quevedo 209.

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