Una novedosa mirada al Che Guevara

domingo, 5 de marzo de 2017 · 10:51
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Ernesto Guevara, El Che, ha sido una figura emblemática durante décadas, pero es necesario volverlo a juzgar “con la prismática de cada generación”, sostiene el periodista californiano Jon Lee Anderson en el prólogo a la novela gráfica Che. Una vida revolucionaria. Libro 1 –en rigor este es el libro 2, pues el primero se publicó hace unos meses–, que circula con el sello de la editorial Sexto Piso. José Hernández, cartonista de este semanario, ilustró la historia basada en un texto de Lee Anderson, en la cual se narran las andanzas del médico argentino por Guatemala y México. A continuación se reproduce el prólogo, con la autorización de los editores. El Che Guevara es una figura sin paralelo en el mundo moderno. Desde su muerte, en 1967, a la edad de 39 años, el revolucionario argentino ha adquirido un legado póstumo de dimensiones tan populares como mitológicas a nivel mundial. Más que cualquier otra figura de culto contemporáneo, más que Elvis, Marilyn Monroe, Messi o Lady Gaga, más que Mao o que cualquier retrato pop de Warhol, la imagen gráfica del Che –sobre todo la del rostro implacable retratado por Korda– se ha convertido probablemente en la imagen humana más conocida alrededor del mundo. El Che aparece en calcomanías en los guardafangos de autobuses en Pakistán, tatuado sobre los cuerpos de Mike Tyson y Diego Maradona, en latas de bebidas austriacas de energía (“Che: The Energy of Freedom”) y se le venera como San Che de la Higuera en la aldea boliviana donde fue asesinado. Hay un académico inglés que se ha dedicado durante años a coleccionar las muchas interpretaciones gráficas del Che como la reencarnación de Cristo. Para muchos, la imagen de su cadáver semidesnudo tendido en la lavandería del hospital Nuestra Señora de Malta en Vallegrande, Bolivia, evocaba a la de Cristo en su agonía final. Hay también documentales, canciones, poemarios y obra teatrales inspirados en el Che, además de largometrajes, novelas y biografías, incluyendo la mía. Por supuesto, esta adoración popular tiene su contraparte. Hay un señor de origen cubano en Miami que ha asumido la tarea de minar la imagen positiva del Che, denunciándolo como un sádico asesino, un psicópata incluso, dedicándose a atacar a aquellas celebridades vistas con camisetas adornadas con su imagen. Otro exiliado cubano, el exagente de la CIA Félix Rodríguez, quien ordenó la ejecución del Che, también guarda una fijación con el hombre cuya muerte lo hizo famoso. Entre otras cosas, asegura que al morir el Che le transfirió a él el asma que lo aquejó durante toda su vida: continúa padeciéndola hasta hoy en día. Hace algunos años, este patrimonio tan variopinto del Che me llamó mucho la atención y me inspiró a escribir sobre él, pues me interesaba entender quién era realmente este hombre, más allá de su iconografía. Ese fue, más o menos, el eje central de mi pesquisa, y en mi biografía intenté proporcionar de una vez por todas una noción imparcial de quién fue realmente en vida. Está claro que ninguna figura pública queda fija en el tiempo eternamente. Las nuevas generaciones revuelven y revisan las memorias de los personajes y los juzgan con ojos frescos. Cuando durante los años noventa estaba investigando la vida del Che, no parecía llamar la atención de muchos lectores constatar que el Che había fungido como el fiscal supremo de la revolución cubana en sus inicios, y que, como tal, se había encargado de los juicios sumarios y ejecuciones en el paredón de unos trescientos y tantos criminales de guerra del ancien régime; asesinos y torturadores en su mayoría. Sin embargo, 20 años después, esta faceta suya provoca inquietud en una nueva generación de lectores, quienes parecen sorprenderse al darse cuenta de que el Che fue un revolucionario real, de carne y hueso, y que, como tal, mató gente. Inquietudes parecidas circulan sobre la supuesta homofobia del Che; esta preocupación es producto, claro, de una generación cuyas percepciones políticas y sociales se han formado en una época menos marcados por nociones de derechas y de izquierdas, y más por cuestiones de identidad sexual y de género. Al ser el sempiterno parangón universal de la rebeldía juvenil que es, el Che Guevara quizás plantea, más que otras figuras, la necesidad de volverlo a juzgar con la prismática de cada generación. Esto representa un desafío y plantea una interrogante: ¿cómo explicar al Che a una juventud que, a diferencia de los que vivieron la década de los sesenta, no pueden imaginarse empuñando un fusil para luchar por sus ideas? Para una generación más acostumbrada a experimentar nociones de resistencia haciendo clic en su iPhone que saliendo a la calle, la vida de Guevara –un joven bien nacido de la Argentina que estudió medicina pero que decidió luchar arma en mano para cambiar un mundo que consideraba injusto– resulta siempre reveladora; el reto consiste en saberlo narrar de una manera que provoque inquietud y reflexión en los demás. Cuando hace un par de años Eduardo Rabasa me preguntó si me interesaba adaptar mi biografía del Che a una novela gráfica, no lo pensé dos veces: le dije que sí. La posibilidad de llevar la historia del Che a un público nuevo a través de ese género literario me parecía una idea formidable. Desde ahí en adelante, el proceso de ver la vida del Che transferida, en manos de José Hernández, a una novela gráfica, ha sido muy estimulante. A decir verdad, al principio no entendí bien cómo lo haríamos; inclusive supuse que significaba que tendría que trabajar con el artista para sustraer un guión de mi obra y dejar luego que él hiciera la implementación visual. Después de recibir las primeras pruebas de José, me di cuenta de que el proceso significaría más bien dejar que él decidiera qué es lo que valía la pena sustraer de la vida del Che, y qué dejar fuera, y que era también su prerrogativa decidir cómo plasmarlo en la página. Desde el comienzo me gustó mucho lo hecho por José, pero igual me costaba un poco de trabajo la idea de soltar las riendas. Sin embargo, mis reservas se esfumaron después de conocerlo, un día que nos reunimos en la Ciudad de México junto con Rabasa. Al escucharlo hablar, pude notar su interés y su entrega con el proyecto y, lo más importante, su sinceridad cuando decía que quería ser justo en su retrato del Che y de su vida. En esa reu­nión nos dimos la mano y acordamos seguir adelante. Desde entonces, cada varios meses, José me ha mandado su trabajo para poder recibir mis comentarios y mis críticas, y yo le ofrezco a cambio mi retroalimentación. Y de esa manera, siempre con Eduardo Rabasa como nuestro amigo común, así como principal instigador y alentador, se ha avanzado hasta tener este segundo tomo. Fue idea de José empezar por los años “cubanos” del Che, periodo que ha sido dejado de lado en las películas recientes sobre el Che: le apetecía trazar un camino original. Ese primer tomo fue llamado Libro 2, y este segundo tomo es en realidad el Libro 1, y cuenta la historia de cómo el joven Guevara, después de presentar sus exámenes universitarios y recibir su título de médico, se va de Argentina en plan de aventura hasta Guatemala y México, en donde se radicaliza y conoce a Fidel Castro, quien lo invita a unirse a su revolución en Cuba, proceso mediante el cual va convirtiéndose en el Che. Y claro, para finalizar, tendremos el Libro 3, que empieza con la partida del Che de Cuba hacia el Congo, en 1965, y su desastrosa aventura guerrillera ahí, para continuar con su vuelta clandestina a Cuba y terminar con su ida definitiva a Bolivia, y la odisea ahí que lo convertiría en leyenda. Este texto se publicó en la edición 2104 de la revista Proceso del 26 de febrero de 2017.

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