La guerra de intolerancia de Trump
WASHINGTON (apro).- La guerra de intolerancia que declaró Donald Trump a la prensa de su país y en especial al diario The New York Times, presagia tiempos difíciles para la democracia y crea la necesidad de fortalecer al periodismo de investigación.
Cierto es que los medios de comunicación de Estados Unidos en estos momentos gozan de un desprestigio internacional, por todo el fiasco de sus encuestas que daban como segura ganadora de las elecciones presidenciales del 8 de noviembre a Hillary Clinton, pero con Trump como presidente serán absolutamente necesarios para la rendición de cuentas de la Casa Blanca.
Durante su campaña presidencial y ahora en su etapa de presidente electo, Trump sigue atacando y descalificando a los que como el New York Times se atreven a cuestionarlo y contradecirlo.
Los reporteros que cubren la Casa Blanca no han podido tener el acceso que se requiere a un presidente electo porque Trump no lo quiere. El aislamiento al que tiene sometida a la fuente de la Casa Blanca, acabó con la tradición de asignar las 24 horas del día y de manera permanente a un grupo de reporteros a la vigilancia perpetua del presidente de Estados Unidos.
En Washington la incertidumbre sobre la relación de Trump con la prensa augura cuatro años de cerrazón. La presidencia de Barack Obama ha sido considerada como la menos transparente con respecto al trato y acceso que da a la prensa. Dos encuestas que llevó a cabo la revista de Político, con decenas de reporteros en Washington, concluyeron que la Casa Blanca de Obama es la que menos información ha dado a la prensa para ejercer su trabajo.
Ante la guerra de Trump, The New York Times prometió en uno de sus editoriales de la semana pasada que se mantendrá como “perro guardián” de todo lo que haga el próximo presidente para informar con objetividad a la sociedad. Lo del New York Times será una ofensiva del periodismo de investigación que escrutinará en detalle las políticas, acciones, declaraciones y hasta los aspectos más secretos de la vida privada de Trump y de quienes lo acompañen en su gobierno. Esta ofensiva periodística es lo que se necesita cuando los derechos civiles, la rendición de cuentas y la libertad de expresión de una democracia se ven amenazadas.
Como corresponsal mexicano acreditado ante la Casa Blanca, avizoro muchas dificultades con el gobierno de Trump.
Para la política de comunicación de la Casa Blanca la prensa internacional siempre ha sido su última preocupación. Tener acceso al presidente de Estados Unidos para una entrevista ha sido un imposible para Proceso, que irónicamente es el único medio mexicano acreditado ante la Casa Blanca.
Las entrevistas que han concedido a la prensa mexicana presidentes como Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, se dieron a los medios recomendados a la Casa Blanca por la embajada de Estados Unidos en México. Esto ocurre casi siempre en la víspera de una visita de Estado o reunión de trabajo de los mandatarios de los dos países. Las entrevistas a medios mexicanos, por lo menos las de Obama y de Bush, no fueron uno a uno. A los reporteros mexicanos elegidos la Casa Blanca los metió en grupo para entrevistar al presidente. No niego que como el único corresponsal mexicano acreditado ante la Casa Blanca quisiera entrevistar al presidente de Estados Unidos. Envidio periodísticamente a mis colegas que lo han logrado sin importar que haya sido en grupo. Aunque la verdad, me siento muy bien y hasta orgulloso de ser excluido del grupo de los reporteros escogidos por la embajada estadunidense en México.
Nada bueno se espera de la relación de la Casa Blanca de Trump con la prensa. Confío en que las investigaciones periodísticas que se vendrán por ello, abonen su compromiso con la defensa de las libertades civiles, de la libre expresión y la defensa de los derechos humanos como lo exige una sociedad democrática.
Con este ambiente de hostilidad en Washington, el apostolado periodístico con objetividad será una responsabilidad social inmensa e ineludible.