Un cruce actualizado del Mar Rojo
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La tentación de la referencia bíblica es irresistible. Sólo que ahora no será Moisés el que le ordene a las aguas del Mar Rojo separarse para que los israelitas puedan consumar su huida de Egipto hacia la Tierra Prometida, sino que un moderno monarca árabe construirá un paso elevado para que los devotos musulmanes egipcios –y de todo el norte de África– tengan un acceso más directo a La Meca.
El anuncio fue hecho en la primera semana de abril por el rey Salman Bin Abdulaziz de Arabia Saudita, durante una visita oficial a Egipto en la que también se anunciaron otros 17 planes de inversión por mil 700 millones de dólares, que incluyen la construcción de una universidad en la península del Sinaí, plantas de energía y conjuntos habitacionales, así como un acuerdo por 20 mil millones de dólares para el suministro de petróleo saudí al país norafricano durante cinco años.
El paquete forma parte de la ayuda multimillonaria que la Casa de Saud ha proporcionado al régimen de Abdelfatá al Sisi desde que en 2013 derrocó al gobierno de los Hermanos Musulmanes, y sin la cual no hubiera podido mantenerse a flote. Con gran boato y visiblemente obsecuente, después de condecorar al rey con la Orden del Nilo, el exmariscal propuso que el nuevo puente lleve el nombre del monarca, quien ensalzó la obra como “un paso histórico para conectar África y Asia e incrementar el comercio entre ambos continentes”.
No es en realidad la primera vez que se piensa en una vía terrestre para enlazar ambos países. Durante los casi tres decenios del régimen de Hosni Mubarak la idea se planteó varias veces, pero nunca llegó a cristalizarse por motivos financieros y/o políticos. Su valor geoestratégico es, sin embargo, innegable, y la actual coyuntura regional, aunada a las nuevas tecnologías disponibles, impulsa a los saudíes a realizar el proyecto sin reparar demasiado en gastos.
Ubicado entre el noreste de África y el suroeste de Asia Central, el Mar Rojo constituye una cuenca casi cerrada de 438 mil kilómetros cuadrados que, además de Egipto y Arabia Saudita, comparten otros siete países: Sudán, Eritrea, Yibuti y Somalia, del lado africano; Israel, Jordania y Yemen, del lado asiático. Su única salida hacia el sur es por el estrecho de Bab el Mandeb, bajo jurisdicción eritrea y yemení, que lleva al Golfo de Adén. Los saudíes también tienen otra vía marítima hacia el Océano Índico a través del Golfo Pérsico, pero como su nombre lo indica éste es compartido con su archirrival regional Irán, que controla el estrecho de Ormuz.
En el norte, el vínculo terrestre entre Riad y El Cairo está cortado por los extremos sur de Israel y Jordania, que convergen en el estrecho de Aqaba; y si bien los saudíes pueden salir directamente por el Mar Rojo hacia el estrecho de Suez y cruzar por su canal homónimo hasta el Mediterráneo, sus barcos tienen que rodear la península del Sinaí. Una vía terrestre les ahorraría este periplo.
Aunque todavía no se conocen los detalles ni los costos de esta megaobra de ingeniería, es previsible que el nuevo puente se construya en algún punto del golfo de Aqaba, entre las penínsulas Arábiga y del Sinaí, y según trascendió contará con una carretera de cuatro carriles y vías de ferrocarril. Su construcción dará empleo a decenas de miles de trabajadores egipcios, sobre todo del desierto del Sinaí, una zona depauperada en la que han proliferado el contrabando y el yihadismo.
Esta conexión directa incrementará el intercambio de mercancías entre las dos naciones árabes, pero también facilitará la exportación de toda clase de bienes saudíes hacia Europa, mercado que le interesa particularmente a Riad. Y, sin duda, acelerará el nutrido flujo humano y la febril actividad económica que se presenta ya en la actualidad.
Miles de turistas saudíes dejan sus divisas en Egipto, y cientos de miles de trabajadores egipcios mandan sus remesas desde territorio saudita. Pero además, como lo establece el Corán, decenas de miles de musulmanes egipcios se desplazan cada año hasta La Meca, y Riad espera que por esta vía rápida se sumen ahora muchos miles de devotos más del norte de África, extendiendo así su área de influencia y, por qué no, reviviendo el antiguo camino de peregrinación que iba desde el Gran Magreb hasta los lugares santos del Islam en la península Arábiga, y que tuvo que ser cancelado en 1948 con la creación de Israel.
Por si quedaba duda de la importancia geoestratégica que tiene el nuevo puente, el reino saudita recuperó para sí la soberanía de las islas Sanafir y Tirán, ubicadas en la zona de acceso al estrecho de Aqaba, y que constituye la única salida al Mar Rojo de Israel y Jordania.
Ambas islas fueron ocupadas con el consentimiento de la monarquía saudí en 1949, en el contexto de la primera guerra árabe-israelí, por el entonces presidente egipcio Gamal Abdel Nasser. En 1967 jugaron un papel clave en el bloqueo marítimo que el mismo Nasser impuso a Israel antes de la Guerra de los Seis Días.
Vencedoras en el enfrentamiento, las tropas israelíes ocuparon estos territorios insulares hasta que Egipto recuperó su control –junto con el del Sinaí– en 1977, tras la firma de los acuerdos de paz de Campo David. Hasta hoy, Tirán aloja a una misión de la ONU que se encarga de supervisar la libre circulación marítima en la zona, garantizada por estos. Las autoridades sauditas ya adelantaron que los seguirán honrando.
Pero Sanafir y Tirán no son las únicas islas en el Mar Rojo a las que Riad está prestando atención. El Departamento de Turismo y Antigüedades saudí anunció que puso en marcha un proyecto para promover el turismo “halal”, es decir, un turismo apegado a la sharia que no tolerará bikinis ni alcohol ni otras veleidades occidentales. La primera etapa pretende rehablitar 70 islas (de mil 200), dos de las cuales, Ahbar y Forsan, ubicadas frente a la zona meridional de Yazan, ya ofrecen deportes acuáticos, paseos culturales, exquisita gastronomía y vistas espectaculares.
Oficialmente, el riguroso reino wahabita registra una total ausencia de turistas extranjeros. Según las cifras del Ministerio de Exteriores saudí correspondientes a 2014, de las 10 millones de visas que otorgó ese año, 71% fue para peregrinaciones religiosas y el resto para actividades comerciales y diplomáticas. De hecho, no existe una visa de turista, ya que los extranjeros (residentes o visitantes) sólo entran por causas específicas y tienen que sujetarse estrictamente a la ley islámica.
Pero este enfoque podría empezar a cambiar. Pese a sus enormes reservas en divisas y en crudo, el desplome en los precios del petróleo (que significa el 73% de sus ingresos), el aumento en el gasto público y su cuestionada intervención militar en Yemen llevaron a Arabia Saudita a un déficit público de casi 100 mil millones de dólares, equivalente al 15% de su PIB. La deuda pública, por su parte, subió hasta casi 6%.
Ante estas cifras, el ministerio de Finanzas anunció un duro ajuste presupuestario y un paquete de reformas económicas, fiscales y estructurales para “fortalecer” las finanzas públicas. Entre ellas destaca un plan para “reducir la dependencia del petróleo” en un plazo de cinco años. Y ahí, además del puente sobre el Mar Rojo y los beneficios comerciales que éste acarrearía, puede entrar la rehabiltación de las islas para atraer a un turismo externo.
De hecho, ya hay un proyecto de ley para otorgar visas de turista a extranjeros que se está estudiando, aunque el vocero del Departamento de Turismo, Mutleq al Harbi, dijo que todavía era “muy prematuro hablar de este asunto”. En cualquier caso, está claro que los sauditas se están moviendo en busca de alternativas.
Del otro lado, y aunque la construcción del puente y los apoyos económicos anunciados por el rey Salman sin duda ayudarán a Egipto, al régimen de Al Sisi apenas si le permiten sostenerse y ahondan cada vez más su dependencia del reino saudita y de las otras monarquías del Golfo, con quienes no necesariamente comparte su postura ante los conflictos regionales, como ya se vio con su negativa a participar en la coalición militar que combatió a los rebeldes hutis en Yemen.
Con una caída drástica del turismo, su principal fuente de ingresos, desde las revueltas populares que en 2011 derribaron al régimen de Mubarak, encumbraron luego a un gobierno islamista y desembocaron en un golpe de Estado que devolvió el poder a los miltares, Egipto no ha podido salir por sí mismo de su postración económica.
Justo hace un año, en una cumbre que reunió en El Cairo a actores económicos de todo el mundo, Al Sisi convocó a invertir en Egipto ofreciendo estabilidad y seguridad, y de paso anunció obras faraónicas como la ampliación del Canal de Suez y la construcción de una nueva capital administrativa, alterna a la saturada capital histórica. Consiguió algunos contratos millonarios, pero a la postre no llegó la esperada “lluvia de inversiones” ni tampoco la prometida estabilización.
Además de las constantes escaramuzas y atentados domésticos, una serie de graves fallos de seguridad deterioró aún más la imagen internacional de Egipto, en lo que el diario español El País llamó “el invierno negro de Al Sisi”.
Empezó con la matanza por error de 12 turistas mexicanos que viajaban en un convoy, a manos de la fuerza aérea; siguió con el derribo sobre el Sinai de un avión ruso con 200 pasajeros a bordo, que reivindicó el Estado Islámico, pero el gobierno de El Cairo insistió en querer hacer pasar por un accidente; luego la brutal tortura y el asesinato de un estudiante italiano, con huellas típicas de los métodos que utiliza la policía política, y finalmente el secuestro y desviación de un avión civil a Chipre por parte de un marido despechado.
En estas condiciones, nadie quiere viajar ni invertir, pero sí llueven críticas por la falta de garantías y las violaciones a los derechos humanos. Pese a ello y a la draconiana ley que castiga en Egipto las manifestaciones, miles salieron a la calle para protestar por la cesión de las islas del golfo de Aqaba a los saudíes. “¡Pan, libertad y nuestras islas”, coreaban los manifestantes y remataban: “¡Queremos que Al Sisi se vaya!” Por el momento no hay quien lo sustituya.