El Sahara Occidental, la Palestina del Norte de África

viernes, 15 de julio de 2016 · 22:32
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El 31 de mayo murió Mohamad Abdelaziz, fundador del Frente Polisario (FP) y presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) durante los últimos 40 años, mismos que tiene el conflicto en el Sahara Occidental desde que España se replegó y Marruecos ocupó ese territorio ubicado al sur de su frontera. Pasados 40 días de duelo, el congreso del FP se reunió para designar a su nuevo secretario general y presidente de la RASD, cargo que recayó en otro líder histórico, Brahim Gali, quien contaba con la plena confianza de Abdelaziz. Fue ministro de Defensa durante la guerra con Marruecos (1975-1991) y después embajador en España y Argelia, dos países clave en el manejo del conflicto. Si bien quienes lo votaron destacan su experiencia militar y diplomática, muchos temen que se decante por volver a las armas ante la creciente presión de sectores frustrados por la imposibilidad de lograr la autodeterminacióna mediante una solución negociada, en tanto que la posición del rey de Marruecos, Mohamed VI, se endurece cada vez más. Para la prensa oficialista marroquí, Gali no es más que un “títere” de Argelia –país que ha dado su apoyo irrestricto al FP y alberga a la mayoría de los refugiados saharauis que huyeron de la persecución de Rabat–, además de representante del “ala radical” del que llama “movimiento separatista”. Peor aún, medios como el diario digital Le360 lo acusan de torturador y violador. Y es que en 2007 la Asociación Saharaui para la Defensa de los Derechos Humanos interpuso una querella contra varios dirigentes del FP, entre ellos Gali, por detenciones ilegales, torturas, despariciones y asesinatos cometidos entre 1976 y 1987 contra refugiados saharauis asentados en los campamentos cercanos a la localidad argelina de Tinduf. Según El País, esta querella fue admitida en 2013 por el juez de la Audiencia Nacional, Pablo Ruz, quien imputó a Gali por los presuntos delitos de “genocidio y tortura contra la población saharaui disidente” asentada en dichos campamentos. El diario afirma que Gali también fue acusado por una mujer saharaui de haberla violado cuando se presentó en las oficinas del Polisario en Argel para solicitar una visa. Nada bueno augura este perfil ni dentro de las filas del propio Polisario ni en una eventual negociación con el gobierno de Rabat, que podría declarar a Gali “interlocutor no válido”, como lo ha venido haciendo el premier israelí Benjamín Netanyahu con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, para postergar una y otra vez las conversaciones de paz. Y es que pese a sus indudables diferencias geográficas, históricas, ideológicas, de contexto político e importancia geoestretégica, ambos conflictos muestran una serie de similitudes sobre las que por lo menos vale la pena reflexionar. De entrada, sus raíces pueden rastrearse en las divisiones territoriales que establecieron durante el siglo XIX y principios del XX las metrópolis europeas tanto en el Medio Oriente como en el Norte de África. Tal como Palestina era un “protectorado” británico, Marruecos y la región occidental del Sahara estaban “protegidos” por Francia y España respectivamente. Con el cambio de fuerzas surgido de la Primera Guerra Mundial, pero sobre todo con la ola de descolonización emanada de la Segunda, las potencias coloniales buscaron replegarse sin abandonar sus intereses, pero ante la creciente rebeldía de las poblaciones locales buscaron acogerse a los nuevos organismos internacionales. Estos tampoco lograron una transición ordenada. Aunque la naciente ONU aprobó la partición de Palestina para la creación de un Estado árabe y otro judío, y fijó un cronograma, el movimiento sionista encabezado por David Ben Gurión se adelantó y proclamó unilaterlamente el Estado de Israel. Ello desató una serie de guerras con sus vecinos árabes, que en 1967 se saldó con la ocupación no sólo de toda la zona palestina, sino también de las mesetas sirias del Golán y el Sinaí egipcio. En el noroeste de África, desde que en 1956 Marruecos obtuvo su independencia de Francia, empezó a reivindicar los territorios que consideraba históricamente suyos, entre ellos el Sahara Occidental. La ONU sin embargo recomendó en 1964 su descolonización y en 1973 el Frente Polisario lanzó su lucha por la independencia. Presionada por la insurgencia y en agonía el régimen de Franco, España ofreció a principios de 1975 un referéndum para dotar de autonomía a su colonia. Pero Marruecos se opuso y el litigio acabó ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, para que determinara quiénes eran sus propietarios antes de la colonización. La corte observó ciertos “vínculos legales de sumisión” entre algunas tribus locales y el sultán de Marruecos, pero no consideró que fueran suficientes para desplazar los derechos territoriales de otros grupos asentados en la zona y se pronunció por la autodeterminación. Contrario al fallo, el entonces rey Hassan II organizó un contingente de 350 mil marroquíes desarmados que, con el Corán en la mano, avanzaron sobre “las provincias del sur”. Paralelamente fueron enviados con más discreción suficientes elementos armados para desplazar los remanentes de las tropas españolas y frenar a las milicias del Polisario. Conocida como la “Marcha Verde”, la caminata fue vista por el FP como una invasión, lo que derivó en una guerra de guerrillas de los saharauis contra las tropas regulares de Marruecos hasta 1991, cuando se firmó un cese del fuego, pero no la desocupación marroquí. Y es que tanto Tel Aviv como Rabat siempre hablaron del “gran Israel” y el “gran Marruecos” como sus respectivos objetivos. Y para ello no sólo llevaron a cabo operaciones militares, sino campañas de amedrentamiento contra la población civil que, a la postre, redundaron en cientos de miles de refugiados. Los palestinos asentados mayoritariamente en Jordania, Siria e Irak; los saharauis, menos numerosos, concentrados en Argelia. Otra estrategia compartida ha sido la de enviar colonos a las zonas ocupadas. Así como Israel ha ido extendiendo sus asentamientos en Cisjordania y el Este de Jerusalén –tenía en Gaza, pero los desmontó– ,Marruecos ha ido desplazando a decenas de miles de marroquíes al Sahara Occidental, que aunque no concentrados en zonas específicas, han incidido en su perfil demográfico. Según organizaciones independentistas, apenas entre 30% y 40% de los habitantes locales es de origen saharaui. Esto se vio el 6 de noviembre de 2015, cuando Mohamed VI festejó con gran despliegue el 40º aniversario de la “Marcha Verde” en la capital regional El Aaiún. No sólo los marroquíes locales salieron a vitorearlo, sino que llegaron unos 140 mil “acarreados”, la mayoría policías y militares vestidos de civil, que según fuentes del Polisario amedrentaron a los saharauis para que no protestaran, dando una impresión de bienvenida generalizada al monarca. Esta colonización no sólo tiene efectos territoriales, económicos y culturales de facto en Palestina y el Sahara Occidental, sino redunda en obstáculos políticos concretos para la resolución negociada de ambos conflictos. En el primer caso, dos de los puntos básicos de los palestinos para alcanzar la paz son volver a las fronteras previas a la guerra de 1967 y el retorno de los refugiados. Algo que en los hechos resulta cada vez más difícil, dada la creciente –y deliberada– expansión de los asentamientos judíos. En territorio saharaui, la colonización está directamente relacionada con el referéndum sobre su autodeterminación. Cuando en 1991 cesaron las hostilidades militares con Marruecos, la ONU creó una misión especial no sólo para supervisar el cese del fuego, sino con el encargo de organizar dicha consulta. Tras 25 años, ésta no ha podido llevarse a cabo. El principal punto de discordia es que el FP exige que sólo participen los saharauis reconocidos como tales –sin importar si están ahí o en el exilio–, y el gobierno de Rabat pretende que lo hagan todos los habitantes actuales de la zona. Parece obvio cuál sería el resultado en cada caso. Definidas por la legislación internacional como “potencias ocupantes”, tanto a Israel como a Marruecos les molesta este término. Ante las críticas a su política expansionista, Netanyahu ha hablado de tendencias “anti Israel” y hasta de antisemitismo. Y Mohamed VI ya acuñó también el término “antimarroquí”. El celo del monarca lo llevó inclusive a un enfrentamiento con el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, después de que éste realizara en marzo su primera visita al campo de refugiados saharauis en Tinduf y osara decir que los niños nacidos tras “la ocupación” habían crecido “bajo condiciones tristes”. En respuesta, el ministerio de Exteriores marroquí denunció “los deslices verbales” del diplomático y lo acusó de ser “no neutral”. El gobierno organizó además una manifestación en Rabat, en la que miles de personas de todo el país se dedicaron a lanzar diatribias contra él. Ki-Moon lo consideró no sólo como un ataque contra su persona, sino “contra la ONU”. Pero no paró ahí. El 20 de marzo Marruecos expulsó a 73 miembros civiles de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum del Sahara Occidental (Minurso), dejando sólo a 28, imposibilitados de cumplir con su tarea. Un mes después, el Consejo de Seguridad manifestó la “necesidad urgente” de que la misión volviera a funcionar “a plena capacidad” en un plazo máximo de 90 días, y renovó por un año su mandato. La resolución molestó en Rabat, y más que fuera Estados Unidos, al que considera un “amigo”, el que la hubiera redactado. Y el malestar con Washington se ahondó luego de que el Departamento de Estado en su informe anual observara en Marruecos restricciones a las libertades y violaciones a los derechos humanos. Las quejas de “abandono”, “incomprensión” y hasta “traición” de Mohamed VI se parecen mucho a los reclamos de Netanyahu al gobierno Obama, cada vez que ha externado alguna crítica o “preocupación” por sus excesos. Pero en materia de “ocupación”, ni Israel ni Marruecos tienen el aval de sus tradicionales aliados occidentales. Así como en Europa hubo un diferendo por la denominación de los productos de exportación fabricados en los territorios palestinos ocupados, así el año pasado el Tribunal Europeo de Justicia falló que Rabat no podía extender sus ventajas comerciales a productos provenientes del Sahara Occidental. Según determinó el tribunal, ningún acuerdo puede pasar por alto que “la soberanía del Reino de Marruecos sobre el Sahara Occidental no está reconocida ni por la Unión Europea ni por sus Estados miembros ni, de manera más general, por la ONU”. No, como no lo está la soberanía de Israel sobre los territorios palestinos. Pero la comunidad internacional, aglutinada en el sistema de Naciones Unidas, tampoco ha sido capaz de solucionar bajo sus propias reglas estos dos conflictos.

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