¿Volverán los kurdos a ser traicionados tras la derrota del Estado Islámico?

viernes, 23 de febrero de 2018 · 11:49
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En 1991, tras expulsar a las tropas de Irak de Kuwait durante la Primera Guerra del Golfo, Estados Unidos instigó a los kurdos iraquíes a rebelarse y derrocar a Sadam Husein. En respuesta, Bagdad bombardeó sus aldeas obligando a más de un millón de kurdos a huir hacia Turquía e Irán a través de las montañas, donde en el siguiente invierno miles murieron de hambre y frío. Ahora, cuando el Estado Islámico (EI) ha sido prácticamente derrotado en Irak y Siria, derrota en la que los kurdos de ambos países han jugado un papel crucial, las pugnas territoriales y los intereses geoestratégicos de los actores regionales e internacionales en esa zona de Medio Oriente amenazan, otra vez, con abandonar a su suerte a este pueblo dividido de 40 millones de personas. Nómadas de origen, los kurdos han perdido todas las apuestas desde que se desintegró el Imperio Otomano después de la Primera Guerra Mundial. Estuvieron a punto de obtener una patria propia con el Tratado de Sevres. Pero al final los intereses de las potencias vencedoras y los países emergentes acabaron por repartirlos en Irak, Irán, Siria y Turquía, con núcleos minoritarios en Armenia, Azerbaiyán, Georgia, Líbano y Rusia, y una nutrida diáspora en Europa y Estados Unidos. Con vaivenes, en todos los países han sido marginales, cuando no perseguidos. Sus sueños de independizarse y formar una nación única han ido disminuyendo, pero no han desaparecido del todo, lo que mantiene focos que se activan en determinadas coyunturas. Y, sin duda, la actual es una de ellas, y en varios frentes. En Irak, durante los primeros años del régimen baasista de Husein, los kurdos gozaron de cierta autonomía. Pero ésta se acabó durante la guerra con Irán (1980-1988), cuando hubo actos de colaboracionismo y agitación en la frontera común. Estos fueron castigados con ataques de gases venenosos sobre las aldeas, donde murieron miles de civiles. Tres años después vino el alzamiento, y la represión se mantuvo por los siguientes 12 años. Pero en 2003, después de la invasión de Estados Unidos y el derrocamiento de Sadam, cambió la correlación de fuerzas. Protegidos por Washington, los kurdos recuperaron su autonomía, asumieron cargos en el nuevo gobierno y su región floreció económicamente como nunca. Sin embargo, en 2014 hubo otro giro. Cuando el emergente EI avanzó hacia Mosul y el ejército regular iraquí huyó despavorido, fueron las milicias de los kurdos las que se encargaron de su defensa y, a la postre, no sólo liberaron la ciudad, sino avanzaron sobre otros territorios que reivindicaron como suyos, incluida la codiciada zona petrolera de Kirkuk. Envalentonado, el presidente del Kurdistán iraquí, Masud Barzani, convocó en septiembre pasado a un referéndum sobre su independencia, que con el voto de 4.5 millones de kurdos se saldó con un rotundo sí (92.73%). Pero no sólo Bagdad lo declaró inconstitucional, también Ankara, Teherán y hasta Naciones Unidas, que llamaron a su anulación. Un mes después, el gobierno de Erbil anunció que “congelaba” los resultados para entablar negociaciones con el ejecutivo federal. Pero éste envió sus tropas para recuperar los territorios ocupados. Hubo algunas escaramuzas con los peshmerga kurdos, pero no pasó de ahí. Presionado por propios y extraños, al final Barzani tuvo que renunciar y las elecciones presidenciales y legislativas fueron pospuestas hasta julio de este año. En Siria, donde se encuentra el otro frente principal con el EI, los kurdos no han tenido mejor fortuna. En el norte, donde se combate, existe un equilibrio sectario complejo, porque Hafez el Assad repobló la zona con árabes y turcomanos, precisamente para desplazarlos, e inclusive les negó la ciudadanía, para impedir sus reivindicaciones separatistas. En 2011, en un intento por evitar que se sumaran a la insurrección en su contra, su hijo Bashar les ofreció ciudadanizarse. Pero ellos al principio se mantuvieron al margen del conflicto, y después de que el opositor Consejo Nacional Sirio nombrara como su presidente al kurdo Abdulbaset Sieda y el Ejército Sirio Libre (ESL) los llamara a sumarse, se volcaron de lleno contra Assad y luego contra el EI. Desplazados primero por el avance del EI, pero reagrupados en las Unidades de Protección Popular (YPG), apoyadas por una milicia kurdo-árabe afín al ESL y por la coalición internacional encabezada por Estados Unidos, los kurdos no sólo recuperaron la ciudad de Kobane y bloquearon vías clave de suministro para los yihadistas , sino que acabaron por estrangular Raqqa, la capital del autoproclamado califato. Actualmente, las YPG controlan una franja de 400 kilómetros en la frontera turco-siria, que corre desde Alepo hasta los límites con Irak. Esta franja, que incluye varios cantones kurdos y es denominada Rojava, corresponde a parte de lo que ellos consideran su territorio histórico. El régimen de Damasco no lo reconoce como tal, y Ankara teme que constituya un foco de contagio para su propio separatismo. Turquía libra desde hace más de 40 años una cruenta guerra contra el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), organización calificada por los turcos –y también por Estados Unidos y la Unión Europea– como “terrorista”. En 2013, siendo primer ministro, Recep Tayyip Erdogan emprendió “pláticas de paz” con el PKK y se observó una cierta distensión. Pero en 2015, después de que la oposición kurda creciera en el Parlamento y se opusiera a sus delirios presidencialistas, y que radicales independentistas desataran una ola de violencia en los cantones kurdos, acicateados por las victorias de las YPG en Siria, la guerra volvió y se intensificó. Acusado al inicio de apoyar, o por lo menos tolerar los suministros al EI a través de la frontera turca, Erdogan finalmente se sumó a la coalición encabezada por Estados Unidos para combatir a los yihadistas. Pero más que contra éstos, sus acciones armadas han estado dirigidas contra las YPG, a las que acusa de estar coludidas con el PKK y también califica como “terroristas”. En cuanto a Irán, el país que proporcionalmente tiene menos población kurda, la guerra en Siria también ha afectado su situación. Marginados en lo social y perseguidos en lo político, en la zona fronteriza con sus contrapartes existe un Partido por una Vida Libre en el Kurdistán. De filiación sunita, se sabe que algunos de sus miembros se han ido a Siria a luchar con grupos yihadistas, incluido el EI. Teherán, aunque de forma indirecta, está involucrado en la defensa del régimen de el Assad a través de sus Guardianes de la Revolución y la milicia chiita libanesa Hezbolá. En nada le agrada que sus ciudadanos kurdos estén en las filas de los que combate, ni tampoco que haya un brote secesionista en su territorio. En consecuencia, la vigilancia y la represión contra esta minoría se han agudizado. En este complicado rompecabezas, a partir de que el EI empezó a perder terreno se han observado señales que hacen preguntarse cuál será el destino de los kurdos una vez que realmente acabe el conflicto. Y la duda principal es si Estados Unidos los seguirá apoyando después de utilizarlos como su principal línea del frente, tanto en Irak como en Siria. El mayor diferendo está ahora entre Washington, Ankara, Teherán y Moscú, y se ubica en la frontera turco-siria, donde operan las YPG. A medidados de 2016, cuando estaba Barack Obama, las YPG fueron obligadas a replegarse en la orilla oriental del Éufrates, a pedido de Turquía. El vicepresidente Joe Biden les advirtió que, de no hacerlo, se suspendería el apoyo estadunidense. El secretario de Estado, John Kerry, comunicó a su homólogo turco, Mevlüt Çavusoglu, que a pesar de la reticencia de los kurdos la orden se había cumplido. Las YPG habían cruzado a la orilla occidental del río para expulsar al EI de Manbij y Yarablus, cantones de la franja Rojava. Ankara se involucró en los combates, pero no tanto para expulsar a los yihadistas como para impedir que las milicias kurdas controlaran ese territorio. Un año después, ya bajo la gestión de Donald Trump, hubo otra confrontación cuando el Pentágono consideró “imprescindible” dotar de armamento pesado a las YPG, para vencer la última resistencia del EI en Raqqa. Turquía advirtió que la medida atentaba contra su seguridad nacional y que “no se puede combatir a una organización terrorista como el EI utilizando a otra como el PKK”, infiriendo que las armas que se daban a los kurdos sirios iban a dar a manos de los kurdos turcos. En enero de 2018 Damasco y Moscú se sumaron al descontento, cuando Washington anunció que formaría una fuerza de seguridad en la zona donde convergen las fronteras de Siria, Turquía e Irak. Integrada por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), las milicias kurdo-árabes que incluyen a las YPG, su función estaría destinada a impedir que los miles de yihadistas que huyeron a las zonas desérticas del este de Siria se reagrupen y vuelvan a atacar. Sirios y rusos coincidieron en señalar que la política estadunidense estaba destinada a “la fragmentación de Siria”, y Turquía advirtió que se reservaba el derecho de atacar militarmente los enclaves kurdos del norte sirio, controlados por las YPG, y atacó. El 20 de enero las tropas turcas entraron en Afrin, organizando una carnicería y tomando el control del pequeño territorio con la clara intención de fracturar la franja controlada por las YPG. Erdogan avisó además que la siguiente operación militar sería en el norteño cantón kurdo de Manbij. Esta vez la preocupación de que Turquía se apropiara de territorio sirio provino de Damasco, que envió a fuerzas afines a el Assad (no regulares), las cuales se vieron luchando codo a codo con las YPG contra el ejército turco. Ahora ya se habla de un acuerdo entre el régimen y las milicias kurdas, que implicaría la devolución al gobierno federal de Afrin y la zona petrolera de Deir Ezzor, también bajo su control. Para complicar más el escenario, días antes la coalición liderada por Washington bombardeó a grupos prosirios que intentaron recuperar esos pozos petroleros, para lo cual atacaron la base del FDS en Khasham, donde, además de sus aliados kurdo-árabes, había fuerzas especiales estadunidenses. Estados Unidos alegó su “innegociable derecho a la autodefensa”, aunque aclaró que no deseaba ningún enfrentamiento con el gobierno de el Assad. La última propuesta, por parte de Turquía, fue que Washington y Ankara formaran una fuerza conjunta en Manbij, para desplazar a las milicias kurdas. El gobierno turco subrayó la conveniencia de que la zona quedara “en manos aliadas”, recordando que ambos países son miembros de la OTAN. El secretario de Estado estadunidense, Rex Tillerson, de visita en la capital turca, prometió “estudiarlo”. Habrá que esperar el resultado.

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