atenco: el día después

domingo, 14 de julio de 2002 · 01:00
Atenco: El día después Es el rechazo al cada vez más lejano nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, pero algo más Es el repudio a las expropiaciones ejidales, pero algo más Es el rencor contra las autoridades estatales y federales, pero algo más Son los machetes al aire, pero algo más Es el incendio de vehículos, la captura de rehenes, pero algo más San Salvador Atenco es la exasperación que aflora, la ira incontenible, el hartazgo, la violencia social que ya está ahí Fabrizio Mejía Madrid / Foto: Benjamín Flores -No puede pasar— me dice el policía federal que con su patrulla y unos botes con letreros improvisados (“Camino Cerrado a Atenco”) desvía los autos Hay, según presumen ellos mismos, más de mil de estos policías de gris A éste no le ha gustado la credencial ni mis tenis ni que le hable de tú Me lo ha dicho Está muy irritado con mi insistencia Llama a su “superior”, quien me revisa de nuevo y pregunta genuinamente extrañado: —¿Viene usted a pie? Y le digo que sí, que ser peatón es mi protesta contra lo descomunal Siento que caminando la ciudad conjuro de alguna forma lo que ya no tiene dimensiones humanas Soy como los de Atenco, le explico, y debe comprenderlo porque bufa y me deja pasar con una mueca desde la que le bisbea a un hombrón que no habla y que no ha dejado de escudriñar mis gestos: “Los pinches de Proceso” Mientras camino por la carretera que, muy eventualmente, me llevará a San Salvador Atenco, veo las huellas de lo que ha sido con toda seguridad una larga noche de rumores, miedo y la inminencia, entre cabeceos, café y cigarros, de la muerte o la detención: fogatas de llantas recién apagadas en las orillas del arroyo que pasa por debajo del puente, municiones disparadas quizás en una falsa alarma, trincheras improvisadas con cajas de refrescos Tienen a 14 de sus líderes detenidos y, a la hora que llego al pueblo, a tres policías, un Ministerio Público y al subprocurador de Texcoco como rehenes No han dormido Todos ahí, hasta las ancianas y los niños, tienen los ojos enrojecidos del insomnio En los retenes civiles los ánimos están más que exaltados Al quejarme por la tercera revisión en menos de 10 metros, el ejidatario saca su machete y lo blande justo al lado de mi nariz: —¿Qué? Si no nos rajamos allá, menos aquí No entiendo a qué se refiere, pero puedo ver ese gesto, mezcla de rencor, impotencia y ganas de obtener un poco de atención que muchos tienen por aquí A pesar de que es un hombre que podría pasar de ese exabrupto amenazante al llanto autocompasivo en menos de un segundo, no olvido que es esta una zona de guerra Cada montón de basura es una trinchera Los machetes labrados con la leyenda “Por la defensa de San Salvador”, los palos con clavos, los azadones, un trinchete, no son las principales armas En pleno centro de San Salvador Atenco está la evidencia: el tráiler de miles de Coca Colas ha sido vaciado Cada envase que se bebe es almacenado para hacer bombas molotov que serán llenadas con las tres pipas de gasolina que, detrás del Auditorio Municipal, se esconden entre ahuehuetes La capacidad incendiaria alcanzaría, según calcula un campesino con pasamontañas llamado Matías, para hacer volar al suyo y a otros 11 pueblos en los alrededores “San Juanico se queda corto”, exagera, y creo que sonríe debajo del pasamontañas En la azotea de una farmacia en la esquina de la plaza veo a dos jóvenes empeñados en trabajos complementarios: uno se toma los refrescos, el otro convierte los envases en bombas Han construido una barricada en la azotea y, desde ahí, supongo que pretenden recibir a la policía La exaltación generalizada proviene de la situación en la que su pueblo se encuentra, pero no hay que descartar, además, el exceso de azúcar que han ingerido El asombro es mío cuando pienso que así combatirán a mil policías armados con armas largas y automáticas, helicópteros, camiones blindados y chalecos antibalas A lo lejos veo a dos campesinos a caballo Traen palos El “talk show” Lo que ocurre al día siguiente es un mitin en torno de una televisión de muy pocas pulgadas, cuyo sonido es amplificado para todos con un micrófono modesto La tranquilidad aparente de los asistentes que se miran en la tele, en su propio show, le resta dimensiones al estado de guerra en el que el pueblo se encuentra: hay risas cuando el vocero del movimiento asegura que el procurador de justicia estatal, Alfonso Navarrete, tiene “caca en el cerebro”; hay rechifla cuando aparece el gobernador Arturo Montiel a cuadro, y sólo cuando la cámara los toma, ellos levantan los machetes y gritan consignas Con un discurso de identidad, ligado a los valores de la tierra y a los que ahí están enterrados, el movimiento contra el aeropuerto metropolitano se presenta también como un talk show que se vale de la televisión, literalmente, para hablarse, convencerse y cohesionarse —Mira, ahí estamos —dice una joven con ombliguera del Che Guevara, que alcanza a taparse los dientes urgidos de ortodoncia Su nombre es Magdalena y, a pesar de que los medios la convierten en protagonista de este episodio, no quiere hablar, tiene pena y se acaba tapando la cara con un trapo blanco Y es ahí donde emerge de nuevo lo profundo: es la tela que se está usando para las bombas El vocero, David Pájaro, cuyo hermano es uno de los detenidos, aprovecha la emisión en directo del Canal 4 para negociar: —Antes de que se oculte el sol —dice en doble micrófono, el del mitin y el de la televisora—, queremos que el gobernador y el procurador nos presenten a los detenidos, no importa cómo, hinchados, torturados, como sea, pero los queremos ver Si lo hacen, nosotros les enseñaremos a los que tenemos retenidos Hay un componente de compensación: quieren estar en igualdad de condiciones frente al Estado Por eso han retenido a las autoridades de justicia, por eso buscaron un diálogo público con el presidente Fox, por eso, cuando sienten siquiera un poco que están siendo desdeñados, vociferan: “La tierra no se vende” La aparente frivolidad de hacer un mitin frente a una tele se desdibuja a cada instante en que alguien, una anciana con cataratas, un gordo con pasamontañas y tatuajes, el custodio del cañoncito de madera, explota: “Quieren repetir el 68” Ésa es la dimensión real en la que ellos se miran, no es, a pesar de las apariencias, la de la televisión Es la de la historia con mayúsculas La falta de disciplina El peso que uno de los detenidos, el líder Ignacio Valle, tiene entre los atenquenses no es desdeñable En el mural que adorna el Auditorio Municipal está su rostro algo divinizado: en vez de la cicatriz que tiene en la mejilla, aparece una herida sangrante Valle está al lado de Zapata, de un encapuchado sin pipa leyendo La Jornada (el titular: “Atenco se levanta”), de Ricardo Flores Magón y de Digna Ochoa Justo al pie del escenario mediático, el santo local: “Divino Salvador” y la Virgen de Guadalupe De todos los héroes mezclados, el único vivo es Ignacio Valle Y fue detenido con seis órdenes de aprehensión Sin duda, es ya la víctima propiciatoria de Atenco —Quieren liberar a todos menos a Nacho —anuncia David Pájaro, y la gente se indigna— Y nosotros decimos: primero liberen a Nacho —y la gente se enciende Se percibe un caos asambleístico al menos en los asistentes al mitin de la televisión, unos 200: de su interior surgen propuestas gritadas, consignas anónimas, aplausos o rechazos sin origen ubicable Lo veo mucho más claramente en David Pájaro, que va haciendo declaraciones para probar el estado de ánimo de sus bases, y así las va variando En aprietos, recurre al nombre de Nacho Valle, cuando siente aprobación se muestra beligerante, al ser rechazado repite: “No voy a tomar ninguna decisión que no venga de ustedes” La asamblea habla con chiflidos y consignas, es difícil entenderla Y desorganiza al movimiento En algún momento de la entrevista en vivo con otra de las líderes, Marta Pérez, las guardias se descuidan, todos quieren ver qué dice en la tele, las guardias civiles en bicicleta están todas donde no deben estar, tratando de ser espectadores y protagonistas, cuidando las palabras de sus líderes, desconfiando hasta de sus propias autoridades Y es la falta de disciplina lo que hace ver, no a “guerrilleros” como aseguró el gobierno del Estado de México apenas 15 horas antes, sino una resistencia autorregulada por los recelos, las simpatías, el estado de ánimo mayoritario El de esta mañana es, sin duda, el de estar al tú por tú con las autoridades Les responden, se refieren a ellos, tras nueve meses de ignorarlos Es en ese momento de confusión —muchos de los guardias civiles parecen oponerse a que David Pájaro permita a una televisora filmar a los rehenes— que se aprovecha para anunciar que uno de los heridos en el enfrentamiento de ayer en Acolman, Abel Galicia, con una bala en el brazo, no ha sido atendido por un médico —Ahí lo tienen mientras los policías heridos ya hasta fueron dados de alta —acentúa el orador para, una vez más, marcar lo que más molesta en Atenco: el trato desdeñoso Y logra su objetivo La gente olvida que se estaba oponiendo a que los rehenes fueran fotografiados y todo termina en una avalancha de periodistas cuyos embates son controlados por golpecitos en los tobillos Los reparte una señora de mandil armada con un palo En la punta tiene al menos seis clavos “Ya estamos muertos” En verdad Atenco es, desde el 22 de octubre de 2001, un lugar expropiado Las 4 mil familias a las que se les ofreció entre 7 y 25 pesos por metro cuadrado, continuaron ahí y pasaron, en nueve meses de desdenes y prepotencia gubernamentales, de exigir un pago justo a simplemente no vender la tierra y morirse resistiendo “Ya estamos muertos”, me dice María Galicia “Sólo estamos esperando que nos saquen al camposanto, porque no vamos a ir por nuestro propio pie De eso no le quepa duda, joven” Al ver el polvo salitroso en el que no crece nada, al mirar el agua enturbiada por la sal que sale de los pozos, y los dos cerros, Tepetzingo y Huatepec, sin vegetación, uno no puede sino preguntarse qué es lo que se defiende Un pequeño pueblo polvoso combate al Estado de las inversiones millonarias sólo por una razón: para ser tomados en cuenta Ése es el reclamo de San Salvador Atenco a unas autoridades que anunciaron la construcción del nuevo aeropuerto por la televisión, que jamás se presentaron a dialogar —ni cuando se destituyó a la alcaldía electa ni cuando secuestraron máquinas de medición geológica o a empleados de una constructora—, que nunca reaccionaron a sus marchas No hay que preguntarse aquí por la legalidad —los ejidatarios detenidos tenían amparos contra la detención—, sino por la justicia Subido en la tarima desde la que los medios hacen de estos campesinos la parte indignada del talk show (las autoridades son la parte balbuceante), me pregunto si vale la pena morirse sólo por ser tomado en cuenta Dicen los teóricos que a lo descomunal-global siempre se le opone lo local con sus dimensión más humana, pero aquí lo local tiene que empezar por reconstruirse desde el tamaño de las personas Si algo ha provocado el silencio de los gobiernos estatal y federal es que las personas, éstas que se mueven en bicicletas, se sientan empequeñecidas y, frente a eso, levantan los machetes Nada qué perder En este día, el siguiente al enfrentamiento de Acolman, la policía no llegó A los llamados al diálogo siguió la lluvia y nos fuimos dispersando Varias veces corrió el rumor de la intervención de la policía federal, pero ellos seguían, como dijeron, “a órdenes”, comiendo de los platos que les trajeron desde Toluca A tres kilómetros, los ejidatarios comieron arroz con tortillas, oyendo los discursos de solidaridad de campesinos de Tepoztlán y de estudiantes universitarios La idea de hacer un canje de rehenes por detenidos en el río Jalapango, no recibió, al menos en ese día, respuesta alguna de las autoridades En la aparente tranquilidad del momento tuve un recuerdo muy viejo En diciembre de 1987, el ahora procurador estatal, Alfonso Navarrete Prida, cuando era consejero estudiantil por Derecho en la UNAM, se levantó de una mesa donde un ceuísta bromeó con cambiarle el nombre al barco Justo Sierra por “Che Guevara” Eso recordé Y hasta ese momento me di cuenta de que la imagen del guerrillero no estaba en Atenco No había utopía ahí, nada qué construir y, a la vez, nada qué perder

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