Silvetti: la costumbre de retar a la muerte

lunes, 17 de noviembre de 2003 · 01:00
* La buscó en el ruedo y la encontró en su desesperación Guadalajara, Jal , 17 de noviembre (apro)- Era febrero de 1989 En la cama de un hospital Este paciente, a diferencia de todos los demás, no sufría de dolor alguno La cornada del día anterior era simplemente "una medalla más" de la profesión En los ojos de David Silveti había desconcierto Desde hacía unos años le habían diagnosticado un mal que explicaba muchas de sus conductas: personalidad bipolar El miedo que invade a los toreros antes de enfrentarse al toro no es el mismo que experimentaba Silveti Lo suyo era un gozo Enfundado en su traje de luces, muy cerca del abismo, se transfiguraba Su arrojo era temerario, a veces suicida Trató de justificarlo en esa entrevista de hospital con este reportero: "Hay que tener una cierta dosis de locura para ser torero, desde luego" --¿Tienes miedo a morir en las astas del toro? "Es uno de los costos de la profesión", distinguiéndose en sus ojos una extraña sensación de placer "Es el riesgo Muchos toreros han muerto en los ruedos y yo no soy la excepción Siempre se piensa No se desea, pero existe esa posibilidad, siempre" Sí se desea, pensamos, tras la respuesta Y lo confirmó su padre Juan, abatido, un par de horas después del suicidio: "Él hubiera preferido morir en el ruedo" Y soltó su coraje ante la decisión de su hijo: "Pero una muerte así, no, ¡carajo!" La manía depresiva lo estaba consumiendo De febrero para acá, después de la corrida del retiro, David fue meditando fríamente la conclusión no de la carrera taurina, sino de su vida En el ruedo David tenía la posibilidad de ponerse en las astas de los toros, ahí donde la muerte juguetea en los cuernos, cual si fuese una niña paseando en su columpio Las piernas no le permitían más En ese febrero de 1989, David hacía un recuento de sus medallas de guerra: 13 cornadas y 19 operaciones La rodilla derecha reconstruida por los avances científicos fue salvada para caminar, no para torear Llegó a temerse la amputación de la pierna Pero David seguía en el ruedo, buscando la gloria y coqueteando a la muerte Contrahecho, con las piernas y la cadena lastimadas, quería continuar venciendo las leyes de gravedad Y seguía en la cara del toro, cerca de las astas, ahí donde la muerte merodea incansable --¿Vale la pena, David? "Sí, vale la pena Eso y mucho más (¿la muerte misma?) porque cuando se hace algo por vocación, como yo siento por la fiesta de los toros, vale la pena Las cornadas son como medallas Son cicatrices que quedan por entregarse, por arrimarse al toro como lo hago yo todas las tardes" El retiro le nubló el panorama Había dicho en la cama de hospital: "Delante del toro soy feliz, me estoy desarrollando y sirvo a la sociedad" --¿No es una locura? "Hay que tener una cierta dosis de locura para ser torero, desde luego Pero qué bonita locura porque es de gran intensidad Cuando me sacaron en camilla eché a la gente gritar: '¡torero, torero, torero!' Ese tipo de sensaciones son reservadas para muy pocos, para los que tenemos el privilegio de ser toreros" --¿Cómo entender la ambivalencia del toreo? "Es la magia del toreo En 15 minutos, en un par de horas pasamos por una gama de emociones diversas Desde un miedo terrible, hasta un gozo frenético, pasando por incertidumbre, competitividad, dudas, alegría y el dolor, que no está ajeno Yo creo que las cosas importantes de la vida tienen validez en cuanto tengan costo Al gozo del triunfo le preceden el riesgo, el esfuerzo y la lucha" --En la pasión de torear, en esos 15 minutos, ¿no se pierde un poco la razón? "Totalmente" --A la hora de los percances, de las cornadas, ¿en qué piensa el torero? "Yo pienso en mi mujer y en mis dos hijos (Diego y Eduardo, los únicos que tenía en 1989), que siempre están pendientes de lo que pasa conmigo" Ese era el paciente de hospital, el que llamaba a cada cornada "una medalla más", el que creaba arte en la dimensión del peligro

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