"Gobernador en rebeldía": un adiós sin turbulencias

viernes, 30 de abril de 2004 · 01:00
* Murió Amado Avendaño, víctima de un derrame cerebral México, D F, 29 de abril (apro)- En julio de 1999, don Amado Avendaño cruzaba la plazoleta que da a la Catedral de San Cristóbal de las Casas “Vengo a darle gracias a Dios porque me ha concedido cinco años más de vida”, dijo a este reportero, antes de cruzar el enorme portón del templo Al curtido luchador social --a quien el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) nombró “gobernador en rebeldía” de Chiapas-- se le veía feliz, con su inseparable boina estilo español de color oscuro Agregó de buen humor: “Hace cinco años pensé que iba a perder la vida, durante el atentado que sufrí Es un milagro que aún esté vivo” De esta manera, se refería a un “accidente” que se le fabricó en julio de 1994 Entonces realizaba un viaje por una carretera de la costa chiapaneca, como candidato a la gubernatura, cuando el conductor de un tráiler se arrojó sobre su vehículo para matarlo Durante semanas estuvo al borde de la muerte, debatiéndose en un hospital de la Ciudad de México Logró vivir finalmente Sin embargo, don Amado Avendaño hoy acaba de morir, víctima de un derrame cerebral La muerte lo pescó lejos de la lid política y de las luchas a favor de los indígenas, a las que dedicó toda su vida Lo pescó tranquilo, sin turbulencias Don Amado murió en cama En un pequeño y modesto hospital ubicado en el centro de San Cristóbal Su abundante parentela y sus muchísimos amigos hicieron ahí guardia, día y noche, hasta que exhaló su último suspiro Un prolongado sueño lo condujo tranquilamente hacia la muerte Al estallar la rebelión zapatista, la madrugada del 1 de enero de 1994, todo el mundo supo de la sublevación gracias al periódico Tiempo, un pequeño diario local que imprimían don Amado y su familia --Licenciado, están entrando unos hombres armados a San Cristóbal de las Casas —le avisó al periodista una amiga suya Don Amado inmediatamente le telefoneó al obispo Samuel Ruiz y al general Gastón Menchaca, encargado entonces de la XXXI Zona Militar El periodista se dirigió entonces al palacio municipal y vio llegar a la gente armada Regresó a las oficinas de Tiempo Ya tenía en su poder el manifiesto de los zapatistas Comenzó a llamar a las redacciones de los periódicos de la Ciudad de México Envió por fax la noticia: “La plaza principal de San Cristóbal de las Casas fue tomada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional” A partir de ahí, periodistas de distintas nacionalidades empezaron a llegar a las oficinas de Tiempo Su teléfono y su fax quedaron saturados de mensajes que salían a todas partes del mundo Sin alardes, la familia Avendaño brindaba no solamente información a los reporteros, sino que también --gracias a su conocimiento de la zona y a su trato con los principales actores políticos-- servía de intermediaria para realizar entrevistas y viajes a la accidentada selva chiapaneca Su hospitalidad era inusual A don Amado lo conocí en 1991, mucho antes que estallara el conflicto chiapaneco Yo estaba en Chiapas con la encomienda de entrevistar al sacerdote Joel Padrón, que entonces estaba preso en la cárcel de Cerro Hueco, en Tuxtla Gutiérrez, por oponerse a los atropellos de los terratenientes de Simojovel “Será muy difícil entrevistar al sacerdote preso Hable mejor con su abogado, se llama Amado Avendaño Tal vez él lo pueda ayudar”, me aconsejaban Tan pronto toqué su puerta y le comuniqué mi solicitud, don Amado me dijo: “Vámonos a Tuxtla Ya encontraré la manera de que hables con Joel Padrón” La entrevista se realizó y yo así conocí la enorme generosidad del abogado, periodista y luchador social Después vino el conflicto zapatista, la militarización de la zona y los constantes hostigamientos a Amado Avendaño, al grado que llegaron a balear su casa Su vida siempre estaba en vilo Nunca le interesó el poder, ni las prebendas ni el dinero Lo recuerdo sentado frente a su máquina de escribir, en el rudimentario taller donde imprimía el periódico Fruncía el ceño y abría la boca al teclear, mientras los anteojos le resbalaban por la nariz Me sorprendía la gratitud con la que iba contando los días que le regalaba la vida, como la vez aquella que entró a dar gracias a la catedral de San Cristóbal La integridad de don Amado le permitió morir en paz

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