Vida de Fray Servando, de Christopher Domínguez Michael

lunes, 24 de enero de 2005 · 01:00
México, D F, 24 de enero (apro)- Crítico e historiador de la literatura, Christopher Domínguez Michael (México, DF, 1962) acaba de entregar una obra biográfica de 802 páginas a Biblioteca Era y al INAH sobre una figura axial de la historia de México, Servando Teresa de Mier Lo hace, anuncian los editores, “echando manos de tintas enérgicas y gracias a una formidable sabiduría historiográfica y estilística” para dibujar, así mismo, “el tránsito de los siglos XVIII al XIX de la historia americana” En Vida de Fray Servando leemos --continúan--, “como sobre un diorama coloreado y dinámico, una biografía exhaustiva y fascinante, cuya cifra no es sólo un personaje entrañable y seductor, sino la propia historia moderna de México” Dedicado a Octavio Paz --con quien Domínguez colaborara intensamente en la revista Vuelta--, el volumen va directo y sin preámbulos al primero de cinco grandes aparatados, “El arte de la predicación (1763-1795)”, y de ahí se desarrollará así: Segundo, “Vida de pícaro (1796-1805)”; tercero, “El prodigio de la historia (1805-1816)”; cuarto, “La última disputa por el nuevo mundo (1816-1820)”; y quinto, “Profeta en su tierra (1820-1827)” Además de un epílogo, configuran el libro una bibliografía, una cronología y un índice onomástico Del apartado tercero escogemos un fragmento del rubro “Testigo en las Cortes” * * * El doctor Servando Teresa de Mier aparece en Cádiz en los primeros meses de 1811 Existe un pasaporte emitido en Valencia, el 9 de enero de ese año, que lo autorizó a viajar Pero carecemos de testimonios directos que dejen constancia de su rostro o de su conversación Sabemos el domicilio de todos los diputados, de las iglesias o tertulias a las que acudían y hasta la historia clínica de muchos de ellos Mier, quien quizá trató de ser electo diputado a Cortes desde Cataluña o Valencia, no tuvo éxito, y llegó a Cádiz entre los curiosos y los rebeldes Fiel a su fantasmagoría, Mier no aparece, contra toda esperanza y pronóstico, en la Vida literaria de Villanueva Su presencia entre los diputados americanos como amigo y animador se deduce de fuentes secundarias, algunas tan autorizadas como Lucas Alamán, amigo del fraile y enemigo de sus ideas, quien dijo que, a falta de taquígrafos, en Cádiz estaba el padre Mier A diferencia de los episodios previos en las cárceles españolas, en Francia o en Italia, nadie duda que Servando haya estado en Cádiz, pues toda su vida posterior se desprende de ese hecho: allí se hizo lector y corresponsal de El Español, periódico de José María Blanco White, quien sería su maestro en Londres, y en el puerto se convirtió en un conspirador por la Independencia Gracias a su estancia en Cádiz, escribió dos textos liminares de la historiografía de la época: las Cartas de un americano (1811-1812) y la Historia de la revolución de Nueva España (1813), ambas publicadas en Londres, pero obra de un testigo presencial de las Cortes de Cádiz, notables por la riqueza de su documentación y algunos detalles originalísimos Pero no podemos fijar la duración de su estadía en Cádiz Sólo cuando abandona la bahía, Servando podrá mostrar la licencia militar que lo autoriza para irse Como fuese, calculando en medio año la estadía de Servando en Cádiz, tendríamos a un oscuro clérigo llegando casi en el anonimato, y despidiéndose ya como historiador revolucionario Más que la guerra --que estaba en las probabilidades existenciales de un fraile desde la fundación de las órdenes mendicantes--, fue la experiencia de las Cortes, inédita para su generación, lo que lo arrojó a la madurez Situar a Servando en Cádiz requiere de dos narraciones simultáneas: la situación de los diputados americanos en las Cortes y la versión que dará el nuevo historiador y polemista desde Londres, a través de sus cartas y de su tratado histórico Empecemos con lo primero La convocatoria a la elección de diputados para las Cortes fue publicada en la Nueva España hasta el 14 de diciembre de 1810, de tal forma que en Cádiz se eligieron “diputados suplentes” entre los americanos allí avecindados, eclesiásticos y abogados que estaban en Madrid buscando togas y canonjías, así como viejos residentes y no pocos españoles Ése fue el primer problema y el más grave Sólo treinta --la cifra varía-- representaban a América el 24 de septiembre cuando se reunieron las Cortes por vez primera; a lo largo del bienio siguiente fueron llegando más diputados hasta completar unos sesenta y ocho Pero al día siguiente de la instalación, los diputados sustituidos sometieron al pleno una iniciativa para elevar su representación a la misma cifra que la peninsular: un diputado por cada cincuenta mil habitantes Al oponerse energéticamente, los españoles decidieron que ni en el momento más generoso de su liberalismo iban a aceptar la igualdad de los multitudinarios reinos de ultramar, que se habían levantado, sin excepciones, por Fernando VII El primer jefe de los diputados americanos fue el quiteño José Mexía Lequerica, nacido en 1777 y diputado de la Nueva Granada Era un orador sólo igualado por Argüelles en vehemencia y dialéctica; presumiblemente se convirtió más tarde en francmasón El 1º de octubre protagonizó una escena patética, apelando a la caridad de las Cortes ante la finalidad de las castas, los indios y los criollos del Nuevo Mundo Servando, que todavía no estaba en Cádiz, la menciona (Memorias): “Tampoco es mala la muestra que han dado de su saber los diputados de América en las Cortes Instaladas por el obispo de Orense con una corta alocución en el Coliseo de la isla de León, sin darles ni aun tintero, no hacían sino mirarse, cuando el americano Mexía tomó la palabra, hizo la división de poderes, zanjó la ruta, y por decirlo así, les enseño a hablar (…) Y todavía aunque el elocuente diputado Mexía peroró largamente de rodillas en la tribuna implorando piedad para los mulatos o castas libres, y enterneciendo de facto extraordinariamente al pueblo, no se pudo impedir que los diputados europeos inflexibles…” Contra la inflexibilidad aducida por Mier, los diputados españoles, cuya ignorancia de sus colonias llegaba al extremo de creer que las Filipinas estaban en América, se asustaron ante esos rijosos e inesperados invitados a su fiesta constituyente Tras excluir a la población negra del conteo, el 15 de octubre, a propuesta del puertorriqueño Power, se declaró que España reconocía como miembros de una misma familia, una sola monarquía y una sola nación a los americanos blancos, indios y mestizos en unión con los peninsulares Esa victoria americana colocó a las Cortes, y después a Fernando VII, ante un callejón sin salida ¿Si se había reconocido esa igualdad, cómo tratar jurídicamente a las rebeliones americanas que comenzaron en 1810? La discusión de Las Casas y Ginés regresaba Ya no se discutía el alma de los indios, sino la ciudadanía de los americanos Esa afrenta marcó a Mier y lo convirtió en un historiador radical Su rencor criollo, contenido por sus años como capellán al servicio del capitán Blake, estalló En su Historia, cuyo texto examinaremos con detalle después, dijo fray Servando: “Así la Central, cuando se vio fugitiva y arrinconada en Sevilla, declaró a la América parte integrante y esencial de la monarquía, y llamando a participar el solio en representación de dos individuos aun de la provincia más pequeña de España, sólo llama a uno de cada virreinato o capitanía general de América, aunque tenga como la de México 6 millones Repite la misma declaración la Regencia, y el 14 de febrero de 1810, mandando a concurrir a un Congreso Cultural de la Nación un diputado por cada 50 mil almas, elegido por el pueblo de cada parroquia en cada provincia de España () sólo quiere que venga uno de cada provincia de América, aunque poblada de millones, y ése elegido a la suerte entre tres sólo por el ayuntamiento de la capital Aún le parece mucho, y manda luego, el 26 de junio, no vengan sino 28 por todos, sin decirles el cupo que a cada uno toca, para que, necesitando nuevas instrucciones, ninguno llegue a tiempo, como sucedió, y la cosa se maneje con 20 suplentes y aventureros, a los que después se añadieron dos “Estos exigen, desde el 25 de septiembre siguiente al de la instalación de las Cortes, igual representación de la América en ellas, y se les niega definitivamente el 6 de febrero 1811 para estas Cortes, porque iban a establecer el pacto social fijándolo con la Constitución, esto es, iban a declarar que las Américas han de ser eternamente inferiores a la España () Así tuvieron que jurarla los diputados americanos” La declaración del 15 de octubre sólo pospuso la furia de los diputados americanos y les dio una cohesión única en las Cortes ()

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