Sonidos y ruidos del silencio

lunes, 11 de abril de 2005 · 01:00
México, D F, 11 de abril (apro)- Imposible olvidar aquellas definiciones aprendidas en la secundaria, cuando se nos enseñaba: “La música es el arte de combinar los sonidos y el silencio” Recuerdo la variante que ofrecía el libro del poblano Guillermo Orta Velázquez, Elementos de cultura musical (Porrúa, 1972), texto oficial para 1º de secundaria en muchas escuelas: “La música es un medio de expresión cuyo elemento esencial de producción es el sonido A su producción contribuyen también el silencio y el tiempo” Por supuesto, lo excitante del fenómeno musical para cualquier alumno cuyos oídos funcionen más o menos es experimentar en directo los sonidos “vivos” (como las marchas de una banda de guerra, durante la ceremonia de izamiento al lábaro patrio), o participar, cantando piezas a coro, con los colegas en algún exclusivo salón (que al piano acompañaría el maestro de música) En cuanto a mí, esto resultaba menos tedioso que lo otro de aventarse a machacar páginas enteras sobre algunos personajes incluidos como tarea, en el tratado del mentado Orta Velázquez: 100 Biografías de la historia de la música (Olimpo, 1970), en el cual John Cage brillaba por su ausencia Y viene al caso el nombre de Cage, porque es ejemplo de que una sola definición para el arte de la música no basta, y sí que hay múltiples maneras de hacerlo Seguramente tres años antes de mi nacimiento, en el año 1952, éste compositor norteamericano pretendió burlar aquellas definiciones de la secundaria cuando creó su pieza 4’33 (¡cuatro minutos y 33 segundos de silencio!) sin más sonidos que, acaso, los producidos por el ambiente donde “se ejecuta” dicha ¿composición? Debieron pasar muchos más para que mi curiosidad “descubriera” doctrinas musicales distintas Como la pitagórica, en la Antigüedad griega, acerca de la “música de las esferas”, postulante de la relación armónica entre los planetas, y regida por sus velocidades proporcionales de rotación y su distancia fija de la Tierra Tal creencia podemos rastrearla hasta el concepto judío de un cosmos ordenado que canta las alabanzas de su Creador; pensamiento que, continuado en el Renacimiento, atrajo al astrónomo Kepler en 1619, y fue metáfora persistente en el siglo XX para compositores como Hindemith, o en el México de la actual centuria para el flautista Jorge Reyes (fundador del conjunto de rock Chac Mool) Los escritores alemanes del Romanticismo, por su lado, utilizaron la expresión “música absoluta” como calificativa de un ideal de música “pura”, independiente de las palabras y del drama, en oposición a la “música programática” (término introducido por Liszt y que gozara, en la década de los 60 y 70, de fuerte resurgimiento) Recuerdo que hacia 1980 supe, por el profesor Sandalio Sáenz de la Maza (entonces director del Crea y a quien debemos la organización de los más que insoportables maratones atléticos por las contaminadas calles de la Ciudad de México), tras su viaje a la esotérica isla de Malta, que existía una “música masónica” --siendo Mozart un notable representante de esta tendencia no desde 1784, cuando Amadeus se convirtió en francmasón, sino once años atrás de esa fecha, al componer la música de Thamos König in Ägypten, una obra de teatro masónica del barón von Gebler-- O sea, más allá de la combinación armónica en el tiempo de “sonidos y silencios”, como definición del arte musical --a no dudar-- hay otras concepciones más complejas que habrían maravillado al vienés Guido Adler (quien por 1885 determinó la manera de estudiar científicamente la música bajo normas específicas, aquellas que establecieron el campo de la investigación llamado musicología) Paralelamente, no faltaban en esos años maravillosos de la era jipi las discusiones de juicios valorativos emanadas de mentes eruditas que defendían lo que consideraban música “buena” o “verdadera”: la “clásica” o “seria”, minimizando expresiones sonoras y populacheras del vulgo común y corriente, apartando otros géneros de “rarezas” (¿bajezas?) como el jazz, el rock, los musicales, las canciones de teatro cabaret, las rancheras y los corridos pero, en fin, eso era algo que parece haber existido durante los siglos anteriores a la invención del fonógrafo –y proseguirá por tratarse justamente la música de un arte tan huidizo entre los sonidos y el silencio En aquel tiempo, cuando compré un disco barato intitulado en su versión alemana original Elektronische Musik (“música electrónica”) y lo escuché en mi aparato estéreo “comal disc”, dudé: ¿Era realmente música eso de un fulano que firmaba sus obras con el apellido germánico de Stockhausen? Signos vitales de nuestra era cibersónica La experimentación orientada a construir instrumentos electrónicos data de 1890, al construir Thaddeus Cahill su “telharmonium”, que exhibió por vez primera en 1906 pero fracasando fabricarlo para su comercialización, durante toda su vida Por 1924 se inventó el locuaz “theremin” (paisajística auditiva presente en escenas de horror para cintas de El santo y un destacado protagonista de Los Beach Boys, en su prodigiosa rolita “Good vibrations”), y dos años más tarde, las “ondas Martenot” Los proyectos musicales que manipularon grabaciones gramofónicas brotaron a montones, y Pierre Schaeffer radicalizó el asunto en 1948 con modificaciones, play-back y cadenas de (¡ojo!) ruidos para dar origen a la “música concreta” --utilizando también fuentes sonoras naturales en los registros Los sesenta fueron años que vieron comercializarse los sintetizadores de voltaje controlado, y fue así que algunos compositores pudieron trabajar en máquinas portátiles, desarrollando programas para computadoras y, luego, en los ochenta, el arte musical revolucionó hasta nuestros días con sintetizadores digitales Olvidemos, pues, el mudo 4’33 de Cage y atendamos la súplica del argentino Horacio Guaraní (quien aún vive) a que no calle el cantor porque, como escribió Paul Simon en Los sonidos del silencio: “El silencio cual cáncer crece” Así mismo, el tampiqueño Rockdrigo reflexionó en su canción “El gran silencio” --que inspirara hacia 1993 el nombre de un conjunto regiomontano de rock--: Vaga el mundo por el tiempo, en el gran silencio Pero si Jim Morrison, de Las Puertas, apagó las luces según reza en su corte “Cuando la música termine”, nuestra flamante iPod Apple 2005 se recarga de esperanza cuando oímos la voz del payador perseguido Héctor Roberto Chavero, alias Atahualpa Yupanqui (1908-1992), en las coplas pamperas que le dictó el viento milonguero y acompañó él con su guitarra doliente: Un día monté a caballo y en la selva me metí, y sentí que un gran silencio crecía dentro de mí Cuando el amor me hizo señas, todo entero me encendí Y a fuerza de ser callado, callado me consumí Le tengo rabia al silencio por lo mucho que perdí, que no se quede callado quien quiera vivir feliz

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