Décima, Undécima Contradicción y Conclusión

martes, 5 de abril de 2005 · 01:00
Décima contradicción Como comunicador carismático y estrella mediática, el Papa, incluso a su venerable edad, buscó particularmente a los jóvenes, aunque se apoyó sobre todo en "nuevos movimientos" de origen italiano; en el Opus Dei, fundado en España, y en un público acrítico y fiel al pontífice. Todo esto es sintomático de la relación que el Papa mantuvo con el mundo laico y de su incapacidad para dialogar con un público crítico. Los grandes encuentros mundiales de los jóvenes, celebrados tanto regional como internacionalmente bajo la vigilancia jerárquica de los nuevos movimientos laicos (focolares, Comunión y Liberación, San Egidio, Legionarios de Cristo, Regnum Christi, etcétera), atrajeron y atraen a cientos de miles de jóvenes, muchos de ellos voluntarios y completamente acríticos. El carisma personal de Wojtyla era más importante que los contenidos que transmitió. Las demandas que los jóvenes hicieron al Papa y que, en ocasión de su primer viaje a Alemania, le pusieron en un serio aprieto, muy pronto dejaron de ser consentidas. Las asociaciones de jóvenes que no se encuentran en la línea del Vaticano son sometidas a la disciplina y puestas bajo el orden romano mediante el retiro del apoyo financiero por parte de los obispos locales. Por otra parte, se ha puesto en duda la confianza que en otro tiempo se le concedió a los jesuitas; predilectos de los papas anteriores, durante el papado fueron percibidos como arena en el engranaje de la política de restauración del Papa debido a su calidad intelectual, a sus teólogos críticos y a sus opciones por la teología de la liberación. En el lugar de los jesuitas, Karol Wojtyla, desde los tiempos cuando era arzobispo de Cracovia, le concedió su plena confianza al Opus Dei, poderoso desde el punto de vista financiero y en términos de influencia, pero antidemocrático y comprometido en el pasado con regímenes fascistas. Undécima contradicción Juan Pablo II ofreció, en el año 2000, una confesión pública por los pecados que la Iglesia cometió en el pasado, aunque no extrajo ninguna consecuencia práctica. La confesión, aparatosa y barroca puesta en escena en la Plaza de San Pedro, por los errores pasados de la Iglesia resultó, sin embargo, vaga y ambigua. El Papa pidió perdón solamente por los errores de los hijos e hijas de la Iglesia, pero no por los del Santo Padre, ni por los de la Iglesia misma ni por los de la jerarquía presente. El Papa nunca tomó posición en cuanto a los enredos de varias sedes de la Curia en asuntos mafiosos, y contribuyó más a ocultar que a revelar escándalos y crímenes (Banca Vaticana, el "suicidio" de Guido Calvi, el homicidio ocurrido en las instalaciones de la Guardia Suiza...) El Vaticano también ha sido extraordinariamente titubeante ante la revelación de los escándalos de pedofilia de miembros del clero. Pese a algunas peticiones, el Papa jamás le dio audiencia a alguna víctima. Por el contrario, llenó de elogios en el transcurso de una fastuosa ceremonia en el Vaticano a un insigne criminal: el mexicano Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo (500 sacerdotes y 2000 seminaristas) y del movimiento laico Regnum Christi que se ha convertido en concurrente y es aún más conservador que el Opus Dei. Conclusión Para la Iglesia Católica este pontificado se muestra, a pesar de sus aspectos positivos, como una gran esperanza fallida y, al final de cuentas, un desastre, porque Karol Wojtyla con sus contradicciones polarizó profundamente la Iglesia, alejando a sus innumerables hombres y arrojándoles en una crisis memorable. Contra todas las intenciones del Concilio Vaticano II, el sistema romano medieval -un aparato de poder caracterizado por sus trazas totalitarias- ha sido restaurado gracias a una política personal y doctrinal tan astuta como despiadada: los obispos han sido uniformados, los padres espirituales sobrecargados, los teólogos dotados de bozal, los laicos privados de derechos, las mujeres discriminadas, las iniciativas populares de los sínodos nacionales y de las iglesias ignorados. Y después de los escándalos sexuales, la prohibición de la discusión, el dominio litúrgico, la prohibición de predicar para los teólogos laicos, la exhortación a la denuncia, la privación de la eucaristía. De todo esto, ¿es forzosamente culpable "el mundo"? La gran credibilidad de la Iglesia católica, obtenida por Juan XXIII y el Concilio Vaticano II, ha dejado en su lugar una verdadera crisis de esperanza. Esto es el resultado de la profunda tragedia personal del Papa: Karol Wojtyla, en su calidad de pontífice, ha querido expandir su idea católica de modelo polaco (medieval, contrarreformista y antimoderna) al resto del mundo católico. Y ha producido lo contrario de lo que él se esperaba: Polonia misma ha sido apartada del moderno desarrollo secular y, tras la sustitución de la alianza electoral en el gobierno hasta 2001, Solidaridad se apoya cada vez menos en las ideas de fe y de moral promovidas por el pontífice. Cuando llegue el momento, el nuevo Papa deberá decidir si afronta un cambio de ruta y dota a la Iglesia del valor de una nueva singladura, recuperando el espíritu de Juan XXIII y el impulso reformista del Concilio Vaticano II. "Videant consules" (véanlo los cónsules) se decía en la antigua Roma, queriendo decir que la voluntad de éstos era siempre hacer lo mejor para que la Republica no sufriera daño. "Videant Cardinales" (véanlo los cardenales) hagan los cardenales lo necesario para que la Iglesia no sufra daño, debería decirse en la Roma actual. (Traducción: Sanjuana Martínez.) (Proceso 1483/3 de abril de 2005)

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