Extraño pasajero

lunes, 13 de marzo de 2006 · 01:00
México, D F, 13 de marzo (apro)? Estimados lectores: yo no sé como reaccionarían ustedes, pero cuando de regreso a mi departamento en madrugada pasada vi, por el espejo retrovisor, que de la penumbra del asiento trasero del carro surgía un individuo mal trazado, de rostro macilento, sin afeitar y de ojos extraviados y brillantes que se hacía hacia delante para acercarse a mi espalda, se me erizó el cabello, sudé frío y se me cortó el aliento El infarto me rondó, estuve a punto que me diera cuando, con voz doliente, oí que me decía, al mismo tiempo que me mostraba, poniéndomelo bajo la nariz con su diestra, un enorme y reluciente revólver: ―¿Cuánto me da por esto? De la impresión, casi choco contra otro vehículo ya estacionado en la desierta y oscura callejuela por la que transitaba Con un frenazo evite la colisión, de milagro, quedé atravesado, casi tapando la vía Se paró el motor y yo, con las manos pegadas al volante, la respiración entrecortada y los ojos fijos, por el retrovisor, en mi extraño pasajero, el cual, con voz afectuosa me dijo: ―¡Cuidado! ¡Uf! Estuvimos cerca Tranquilo, no tema Lo único que le estoy proponiendo es un intercambio Un trueque "¡Qué hijo de la tiznada! ¡Hasta pretende ser gracioso!", pensé indignado, más no dije palabra y con manos temblorosas procedí a hacerle entrega de mi cartera, anillo, roles, la maciza esclava de oro, todo lo cual iba recibiendo con complacencia Estaba luchando con el cierre del torzal, también de oro, que llevaba al cuello, cuando el polizonte de mi "nave" amablemente se ofreció a ayudarme diciéndome meloso: ―Permítame que le eche una mano Tome el revolver Quédese con él Total, ya es suyo ¡Y me lo dio! Una alegría salvaje borró la sorpresa que me produjo la inesperada entrega Al tiempo que pensaba: "¡este delincuente es un pendejo!", le grité autoritario: ¡Manos arriba! ¡Ahora el que manda soy yo, jijo de?, bájese de mi carro, pero antes me devuelve lo mío! ¡Haga lo que le mando, de prisa, o lo quiebro! Se me quedó mirando con estupor Reaccionó y me dijo con desconcertante tranquilidad: ―Usted manda Obedezco Bajo del carro, pero no le devuelvo nada Y que conste que me queda a deber la cadena Hizo intención de abrir la portezuela para apearse ―¡Quieto, o te dejo frío! ?le grité enfurecido ante tanta desfachatez ¿Creerán que me hizo caso? ¡Pues no! El muy cínico, después de quitarle el seguro, entreabrió la portezuela y se dispuso a apearse Lo confieso con vergüenza; ciego de rabia ante tanta insolencia apreté el gatillo del revolver una, dos? tres veces y estupefacto, escuché como la aguja del percutor sólo producía tres inofensivos y metálicos clic, clic? clic de consecuencias imprevisibles Aterrado, vi como mi entraño asaltante interrumpía su bajada, volvió a acomodarse en el asiento y me dijo condescendiente: ―Tranquilícese No estoy herido ¿A poco pensó que estaba cargado? No Eso es peligroso No hay que jugar con esas cosas "¡Ahora sí que este desgraciado me truena!", pensé lleno de pánico al creer percibir no sé que diabólica burla en sus palabras y el modo de decirlas Pero no fue así Me había equivocado Instintivamente, impulsado no sé porqué idea, intenté devolverle su arma, pero el movió la cabeza, la rehusó y me dijo: ―De ningún modo, caballero Le pertenece, guárdela Exasperado, la arroje al asiento trasero, junto a su legítimo dueño, que se me quedó mirando con una inmensa tristeza en sus ojos, lanzó un suspiro y, para mi sorpresa, comenzó a devolverme mis pertenencias mientras iba murmurando como para sí mismo, con un tono de cansancio de siglos: ―Siempre es igual No me reconocen, me usan, me rechazan y no me entienden ¡Qué familia! Lo vi tan derrotado La ropa, que era de buena calidad, pero luída por el uso, colgaba de su cuerpo arrugada y mugrienta Le sentaba a la medida del dicho: "el difunto era mayor" Su rostro, con barba de días, no lucía muy aseado, sus manos lo mismo Un aspecto de abatimiento y abandono emanaba de toda su persona, que era acentuado por el tufillo que despedían su vestimenta y cuerpo Me dio lástima, al punto que, sacando algunos billetes de mi cartera, se los ofrecí generosamente Y aquí le corto, pues como me queda otro tanto de lo ya contado, en próxima entrega terminaré esta extraña historia Por lo tanto no me despido, sino les digo: hasta la siguiente De ustedes, su seguro servidor JUAN NIPORESAS

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