Paraíso

lunes, 5 de mayo de 2008 · 01:00
México, D F, 5 de mayo (apro)- Amados hermanos en la fe: les voy a revela un gran secreto ¡Alegrémonos! No tenemos por qué angustiarnos por haber perdido el Paraíso, ni tampoco por recuperarlo y mucho menos tenemos que afanarnos por reconstruirlo, por recrearlo con nuestras propias manos ¿Por qué? ¡Por la sencilla razón de que siempre hemos estado en él! ¡Porque continuamos en él! El que esta realidad la hayamos ignorado en el pasado, el que no la percibamos hoy, se debe a nuestra malicia y a nuestros pecados Sí, no me miren así, con ojos de sorpresa tantos, de incredulidad otros, de malestar otros más, de desconfianza e, incluso, burla algunos, de indignación no pocos, no faltando los que interrogan que cómo podemos estar en el Paraíso si nos rodean los gemidos del sufrimiento, los temblores del miedo y el escalofrío de la muerte Pues sí, yo les aseguro que, pese a ellos, en verdad seguimos en el Paraíso? aunque no lo es menos el que, ahora sí, nos encontramos en un verdadero peligro de perderlo para siempre, ¡y nosotros con él! Una confesión, amadísimos hermanos: a fuerza de ser sincero, debe informales que el descubrimiento de que estamos viviendo en el Paraíso o Edén no es de un servidor, que se debe al poeta visionario William Blake, inglés él, autor de El matrimonio del cielo y el infierno, quien en obra inédita, más bien en esbozo de poema, afirma que el Jardín de que habla la Biblia no puede haber desaparecido de la faz de la Tierra, ya que Dios, en esencia creador, no puede haber destruido una de sus obras maestras W Blake, en su esbozo de poema, se imagina a sí mismo buscando el Paraíso por largos años hasta que una noche, en sueños, se le aparece el mismo Creador, ¡quien le revela que el paraíso terrenal es toda la Tierra! Que Adán y Eva no fueron expulsados de ningún lugar cerrado o aislado; que perdieron la visión nítida de sus ojos, por su pecado original, y ya obnubilados por el mismo no pudieron ni quisieron reconocer el asilo de delicias en que Dios los había puesto La Tierra estaba como desde su creación, pero los humanos, desde nuestros primeros padres, por nuestra índole pecadora, siempre hemos visto en ella un horrendo infierno o, en el mejor de los casos, un doloroso Purgatorio ¡Ay de nosotros pecadores! Con orgullo luciferino creímos, ¡y seguimos creyendo!, que somos capaces de enmendar la plana al Creador! Impulsados en un principio por nuestras necesidades, cortamos árboles aquí y allá, a destruir bosques para hacer chozas, cercados para el ganado, para alimentar las llamas de nuestros hogares y construir utensilios diversos; a desviar las aguas para el regadío de cultivos, mover molinos y de ahí para el real ¡Más ay! Estas constantes satisfacciones de nuestras necesidades por medio de nuestro ingenio, artes y trabajos, el ver que por medio de ellos se iba consiguiendo una progresiva independencia de las condiciones ambientales, una menor sumisión a las leyes de la naturaleza, hizo que cayéramos en ebriedad de orgullo, a pensar que el trabajo, en vez de una maldición, era una virtud para crear un nuevo Paraíso; de que olvidáramos que la Tierra, jardín de delicias, se nos había dado, sí, para que gozáramos de sus frutos, pero con la condición de que cuidáramos de la misma Este olvido, oh, amados hermanos en la fe, nos ha llevado al pecado de la explotación desmedida e, incluso, al despilfarro, al desperdicio de los bienes terrenales ¿A qué se debe tal pecado? Al impacto en la Tierra, sobre todo en estos nuestros tiempos, de lo que más orgullosos nos sentimos: ¡de nuestras tecnologías industriales! ¿Resultado de tal orgullo? Deforestación, escapes de humos, gases y partículas metálicas, smog, efecto de invernadero, desertificación, lluvia ácida, destrucción de la capa de ozono y, lo más grave: la contaminación creciente de las mismas fuentes y cuna de la vida; ¡del aire y el agua! Con lo que estamos amenazando a la flora y fauna del planeta ¡y nuestra propia existencia como especie! ¡Ah, hermanos, nunca como ahora, por la ecología, vemos y confirmamos que el pecado es muerte! ¿No creen que ya es hora de que nos arrepintamos? En reunión de amigos, así habló Fray Candela, quien siempre se expresa como si estuviera sermoneando; es decir, con sus puntos de predica, reprimenda y exhorto Convenció a la mayoría, pero, como siempre, Juan Contreras sembró la discordia al decir, irónico, que él, como en su tiempo dijera Voltaire, estaba viejo y demasiado corrompido por la civilización que no podía, por respeto a la naturaleza, ponerse a caminar a cuatro patas Esta opinión, como es natural, nos llevó a una apasionada discusión de la que no sacamos nada en limpio Ustedes, los que conozcan los dos puntos de vista por lectura de la presente, ¿qué juicio les merecen los mismos? De ustedes respetuosamente Juan Lanas

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