Hartazgo

lunes, 8 de septiembre de 2008 · 01:00
MÉXICO, D F, 3 de septiembre (apro)- Amable lector de la presente: no está usted para saberlo, pero este su servidor sí está para informarle a través de este buzón que, como millones de prójimos en mis circunstancias, está hasta la maceta, está harto Harto de creer con resignación que el trabajo era una maldición divina; de que era ley ineluctable, es decir, inevitable, y que no se puede combatir ni rebatir aquello de que "el que no quiere trabajar, que tampoco coma", según dijo San Pablo; harto de ver que no faltan vivales que, en vez de ganarse la vida con el sudor de su frente, como sentenció el mismo Dios, se la ganan con el sudor de su prójimo, haciéndoles sudar, mejor dicho Harto de que por los siglos, a contrapelo de lo que dice la Biblia, se haya hecho la alabanza y glorificado a la maldición divina al punto de que representantes, servidores y administradores de la voluntad de Dios en la tierra, los monjes benedictinos, tuvieran como lema el "laborare est orare" (trabajar es orar); harto de que por haber escuchado, de todas formas y maneras, que el mismo Dios vende al humano todos los bienes, incluso los más inimaginables e imprevistos al precio del trabajo, como creía y dejó escrito Leonardo Da Vinci, haya caído en esa creencia, creencia que me llevó, como a tantos millones de mis prójimos, a ser ingenuo y ferviente partidario de la idea totalmente optimista de "que el trabajo no es culpa de un edén ya perdido, sino el único medio de llegarlo a gozar", como escribió el poeta peruano José Santos Chocano Harto estoy, digo y sostengo, de que todas esas prédicas, revelaciones, sermones, explicaciones y publicidad del y sobre el trabajo a este su servidor, como a tantos millones de otros prójimos, nos hayan hecho llegar "a tal punto de imbecilidad que consideremos el trabajo no sólo como honroso, sino como sagrado, siendo así que no es otra cosa que una triste necesidad", como pensaba y escribió el francés Remy de Gourmont Harto estoy también de que no falten y más bien sobren solemnes declaraciones, vocingleras publicitaciones, engoladas proclamas y hasta graves y formales disposiciones legales que ordenen y determinan el derecho al trabajo de todo humano, como la Declaración de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, en la que se dice que toda persona tiene derecho al trabajo, la libre elección del mismo y a la protección contra el desempleo; que, sin discriminación alguna, toda persona tiene derecho a igual salario por trabajo igual; que toda persona que trabaja tiene derecho a un salario equitativo y satisfactorio que le asegure a él y a su familia una existencia conforme a la dignidad humana; que toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses Harto estoy igualmente de que con la globalización se nos esté vendiendo, cada vez más y con más insistencia, la idea de que las personas no son únicamente seres de necesidades y problemas, sino también seres portadores de capacidades creadoras y productivas de bienes y servicios, con lo que la fuerza de trabajo no es una mercancía más, sino que por esas capacidades creadoras y productivas se ha transubstanciado en capital humano, tanto o más importante que el capital físico, es decir, que el dinero, por lo que el trabajador es uno de los mayores depósitos y promotores de riqueza del mundo, uno de los más importantes y grandes patrimonios del planeta Harto estoy, digo, de que tan solemnes declaraciones, tan pomposas proclamaciones y la alharaquienta publicidad sobre lo que es el trabajo y el derecho al trabajo de las personas, me harta, sí, ya que en la práctica, según estudios y estadísticas, en este mundo de la globalidad el 84 por ciento de los recursos de la tierra es utilizado por el 16 por ciento de la población; mundo en que los pobres son mayoría; mundo en el que más de mil millones de humanos viven con menos de un dólar al día; mundo en que los miles y miles de personas que van de sus países a otros en busca de trabajo, porque en el que han nacido no lo encuentra, o tienen sueldos de miseria, son tratados como parias y hasta como criminales; mundo donde miles y miles de jóvenes con títulos universitarios están desempleados y personas de 40 años tienen dificultades para conseguir trabajo; mundo donde las grandes empresas e incluso los pequeños empresarios están exigiendo "flexibilidad en el empleo", que en la práctica no trata más que de mermar y hasta de ignorar los derechos de los trabajadores, del "capital humano" Harto estoy, sí, porque soy uno de esos millones de personas que están comprobando, confirman y sufren que "un trabajador que no puede encontrar empleo es un personaje infinitamente más trágico que cualquier Hamlet o Edipo", como dijo John Morley Amable lector de la presente, ¿estás en mi lamentable situación? Recibe entonces mis condolencias ¿No lo estás? ¡Felicitaciones! Sin más UN JUAN DESEMPLEADO

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