Encrucijada

viernes, 18 de diciembre de 2009 · 01:00

MÉXICO, D.F., 16 de diciembre (apro).- Apreciados lectores de la presente: señales hay, en diversas partes del mundo, de que no faltan ciudadanos que expresan desconfianza y molestia hacia ciertas instituciones, como los partidos políticos, el orden judicial, los parlamentos o la policía, por ejemplo, y ello se manifiesta con el hecho de no denunciar los  atropellos de los que son víctima por parte de los delincuentes. ¿Y para qué, si hay abuso de las autoridades sobre sus derechos como individuos?

A lo anterior hay que añadir el desencanto y el recelo de no pocos ciudadanos ante la democracia y sus bondades, mostrados y demostrados con actos como: incredulidad y agrias y amargas críticas ante las promesas, proyectos y declaraciones de los políticos en general y de quienes los gobiernan en particular, y la abstención a la hora de votar. A esta democracia, el mejor de los sistemas políticos, según dijo el inglés W. Churchill, ¿cómo creen que le afectan las elecciones llevadas a cabo en países agredidos, invadidos y aun ocupados por los ejércitos invasores, como ha sucedido en Irak y Afganistán, o los ejercicios electorales de la “berlusconicracia” de Italia, la “juanitocracia” de México, la “micheleticracia” y “lobocracia” de Honduras, por ejemplo? ¿Todos esos lances electorales son suficientes para legitimar a la democracia? Los mismos la prestigian o la desacreditan. Estimados lectores, ¿qué piensan ustedes de los mismos?

En lo personal, he de confesarles que esos hechos me tienen perdido en una encrucijada de la que no acierto a salir. La desconfianza y cuestionamiento a las instituciones, los gobiernos, la política y los políticos, y el desencanto y el recelo de ciudadanos ante la democracia, me ha llevado a preguntarme: ¿a qué se deben esos hechos? ¿A la malicia innata de los humanos? ¿O la confusión y la maldad es propia de las instituciones y en el mejor sistema político para las mismas: la democracia?

Atormentado por estas preguntas sin respuesta, sucedió que en noche pasada mis ojos cayeron sobre la Biblia y en obras de Hobbes, J. J. Rousseau, Hume y Locke, reunidas en un mismo estante de mi despacho. Casi al mismo instante, las razones expresadas en esos libros, las de sus autores, se pusieron a discutir en mi cerebro, intentando imponerse a mi voluntad. A continuación les doy un extracto de la esencia de la sabiduría encerrada en esos libros, es decir, de los autores de los mismos.

La Biblia: El hombre es débil y por eso es malo, y la medida de su maldad está en la medida de su debilidad ante las tentaciones que le ofrece el diablo, debilidad que ha llegado a tanto que ha exigido el cruento sacrificio del mismo Dios hijo en la cruz para redimirlo.

Hobbes: Los humanos no son seres sociables por naturaleza; en estado natural el hombre es un lobo para todo otro hombre. Si se unen, si llevan a cabo un pacto social, será por egoísmo, por miedo, y tendrán que admitir que la autoridad que los gobierne deberá ser absoluta en sus funciones.

Hume: Puede que el hombre sea malo en estado natural, pero pienso que en él es más poderoso su deseo de placer y felicidad, imposibles de alcanzar si no se comparte con los otros, por lo que los pactos sociales conducen, inevitablemente, al bien común.

Locke: Tengo para mí que la sociedad está fundada no en la maldad, el egoísmo, en el miedo humano, ya que el hombre es mayormente un ser de razón, que sabe y valora lo que debe de hacer, por lo que propongo que el gobierno sea el resultado de un pacto de armónica correspondencia de los principios sociales e individuales; pienso que el gobierno debe ser el resultado del libre acuerdo entre gobernados y gobernantes, de forma tal que nunca se violen los derechos individuales y procure protegerlos, por lo que se debe rechazar todo poder personal que no tenga trabas, todo poder personal sin regulaciones.

J. J. Rousseau: El hombre no es un malvado, un ser antisocial por naturaleza. Al contrario, es la sociedad y sus instituciones los que pervierten su naturaleza primigenia. “El buen salvaje”, en el proceso civilizatorio, es sustituido o se convierte en el “hombre cultura”, que zurce todo un entramado de reglas convencionales, de artificios que fuerzan al “buen salvaje” a traicionar sus sentimientos para poder sobrevivir en un medio hostil, en el que prevalece la ley del más fuerte, en el que se establecen diferencias inexistentes en el estado de natura, todo lo cual le lleva a su destrucción. Un pacto social, estable y progresivo únicamente es posible si prevalece la voluntad de la mayoría de sus integrantes y en él no predominan los privilegios de la minoría.

Con lo anterior, apreciados lectores de la presente, aquí me tiene desde hace unos días, debatiéndome con inquietud y angustia y, por momentos, desesperado en esta encrucijada de ideas contrapuestas. Agradeceré si alguno de ustedes me da hilo para salir de la misma.

Con mi sincero afecto para todos.

JUAN L. ANAS

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