2010, la gran paradoja
MÉXICO, D.F., 31 de diciembre (apro).- 2010 será el año de la gran paradoja: Aquello que en 1810 y en 1910 se combatió ideológica y militarmente, estará en el centro de las “celebraciones” del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución.
Los herederos de quienes en esos momentos no pudieron preservar el colonialismo y la dictadura, se hicieron desde hace años el poder en México.
En realidad nunca se fueron. Con todo y sus reiteradas batallas, terminaron por ajustarse a la vida independiente y al autoritarismo posrevolucionario, sacando el máximo provecho político y económico.
Su retorno al control directo del poder comenzó hace dos décadas, cuando Carlos Salinas, falto de legitimidad por el proceso electoral fraudulento con que se quedó en la Presidencia de la República, se abrazó al conservadurismo y pragmatismo del PAN.
La sucesión del poder entre el PAN y el PRI ha consolidado a la derecha en el país, facilitado por una izquierda autodestructiva.
El PRI y el PAN son una pareja de hecho. Su connivencia coincide con el desastre económico de las últimas dos décadas. Su modelo económico de liberalización económica, sin resguardo para la industria y el campo nacional, ha sido una garantía para la pobreza.
Los años ochenta del siglo pasado –con el sistema priísta agotado– y el primer decenio del siglo XXI –con el PAN en el poder–, quedaron ya registradas como “décadas pedidas” porque la economía mexicana ha estado prácticamente estancada. La peor en América Latina.
Proteccionista sólo con los aliados económicos e ideológicos del PRI y el PAN, en particular con el duopolio televisivo, en ese liberalismo están las causas de la expansión de la delincuencia organizada y la imparable violencia en México.
Los priistas que se sintieron legatarios del liberalismo del siglo XIX, están ahora rebasados por los priistas que defienden las tesis ideológicas que de manera natural le corresponden al PAN.
Así ocurrió con la contrarreforma de Salinas de fines de 1991, cuando “normalizó” las relaciones del Estado con la Iglesia, enfrentados militarmente a principios del siglo pasado e ideológicamente hasta entonces.
Lo mismo ocurre con los gobernadores y diputados priistas que han hecho posible que en 18 estados se impongan reformas confesionales en las constituciones locales para impedir el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Y así actuará este año para tratar de revertir la reforma aprobada por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) para impedir que las parejas homosexuales puedan adoptar hijos, negando el carácter heterodoxo de la Ciudad de México.
El PRI se ha convertido en el defensor más eficiente de la Iglesia católica. Sus votos permiten que el PAN promueva acciones de inconstitucionalidad en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Otras veces, sus votos no hacen falta, como en el caso de la reforma de la ALDF que aprobó la interrupción del embarazo hasta las 12 semanas. En ese caso, fue el gobierno de Felipe Calderón quien se opuso. Pero también lo hizo, en un contrasentido más, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).
Severamente cuestionada, por los escándalos de pederastia y los obscenos niveles de vida entre su jerarquía, la Iglesia católica mexicana –que se opuso tanto a la Independencia como a la Revolución– está en un buen momento para las fiestas del bicentenario, blindada por el PAN y el PRI, que reniega de su historia.
Como Salinas en su falta de legitimidad, Calderón retoma la historia sólo para beneficio y reivindicación personal. Eso fue lo que hizo recientemente cuando declaró que su padre fue “cristero”.
Esa confesión fue una ofensa pública al Ejército –uno de los pilares de su gobierno– que durante años dedicó hombres y recursos para combatir a aquellos religiosos que se opusieron violentamente a la Constitución de 1917.
Con el cogobierno del PRI y el PAN, cualquier celebración oficial del bicentenario más allá de reivindicar al pensamiento conservador, será mero fuego de artificio. Fuego fatuo.
jcarrasco@proceso.com.mx