¡Denme crédito!

domingo, 17 de enero de 2010 · 01:00

MÉXICO, DF, 17 de enero (apro).- Lectores de todos mis respetos: por medio de este buzón hago llegar a ustedes la presente, motivada por variados sentimientos un tanto contradictorios, como son la admiración, la envidia, el halago, la frustración y la ira.
Admírame la paciencia, la tenacidad y la habilidad desplegada por la iniciativa privada y sus organizaciones para conseguir sus propósitos. Por siglos tuvo que luchar contra la espada y contra la cruz hasta que logró la colaboración de ambas para ir acercándose a su meta. ¡En ocasiones hasta los convirtió en sus sirvientes para lograr su objetivo! Soy honesto, por lo que no dudo en confesar mi envidia ante su éxito. ¡Ahí es nada! En la globalidad o internacionalización en que hoy respira la humanidad, hay que admitir, aunque muchos y ella misma lo nieguen, que en gran medida ha sido y sigue siendo conformada y regida por la llamada visión empresarial de la historia, es decir, por la iniciativa privada dueña del dinero, la industria, el mercado y los medios de comunicación.
Me halaga en sumo grado que a poco más de 60 años transcurridos de mi ignominiosa muerte, la iniciativa privada –bueno, no toda, ya que toda regla tiene su excepción… que la confirma, como sentencia el dicho por todos conocido-- esté haciendo tanto uso, poniendo en práctica y con ello haciendo realidad no pocas de mis ideas, a tal punto que, si se reemplazan, si se emplean las palabras empresario y empresa, los primeros pueden decir y afirmar con toda razón lo que su servidor dijo y escribió en sus días sobre la tierra al referirme al Estado corporativo. Para que puedan juzgar si es así o no, a continuación les va una muestra:
“… para el empresariado, todo está en la empresa y nada humano ni espiritual existe a fortiori, nada tiene valor fuera de la empresa. En este sentido la empresa es totalitaria, y la empresa privada, síntesis y unidad de todo valor, interpreta, desarrolla y domina toda la vida del pueblo (o de la sociedad)”. Y con los logros que han obtenido con la globalidad en que viven, igualmente pueden decir y suscribir la frase que sigue sin faltar a la verdad: “Todo en la empresa, nada contra la empresa, nada fuera de la empresa”.
No me hago ilusiones, por lo que pienso que no pocos empresarios y muchos de los que se alimentan en sus comederos de poder, bien sea el monetario, industrial, del mercado o de los medios de comunicación van a rechazar esas opiniones mías, tachándolas de difamaciones o tildándolas de disparatados absurdos, ¡mas se equivocan!, pues si bien se analiza y bien se reflexiona sobre lo que sucede a su alrededor, ustedes dirán si los llamados rescates bancarios o la de empresas privadas quebradas o el del multimillonario desastre financiero que les tiene con los pelos de punta y sudando frío, todos ellos producidos por la emprendedora iniciativa privada… y pagados con los impuestos que todos pagamos, o el erario; o la exención de impuestos a las empresas de la iniciativa privada para estimularlas, para que mantengan, amplíen o abran nuevos negocios y así generen más empleos con la seguridad de que tendrán ganancias millonarias; o el despido masivo de empleados cuando una empresa es absorbida por otra más fuerte o cuando se fusionan dos o más empresas privadas, despidos justificados e incluso legalizados con la razón de que hay que hacerlas más competitivas, todos estos hechos y otros parecidos, como pueden ser, entre otros, el mantenimiento de bajos salarios, la resistencia a aumentarlos, tendencia también justificada con eso de la competitividad, díganme, repito, si todos estos hecho confirman o no lo que vengo exponiendo en la presente. ¿Cuál es su respuesta?
Por otra parte, me indigna y me hace montar en ira el que la triunfante iniciativa privada, sus ideólogos y publicistas no reconozcan lo mucho que me deben sus pensares, decires y decisiones, ¿es que se avergüenzan de mi paternidad de las mismas? Considero que ya va siendo hora de que se les exhiba como lo que son en verdad: unos simples y pretenciosos inventores del hilo negro y unos arrogantes ‘neodescubridores’ del Mediterráneo. ¿O será que la iniciativa privada, sus ideólogos y publicistas, en vez de ser lo que he dicho que son, por conveniencia y cálculo astutamente callan lo que me deben para no espantar a los que rechazan mi pensamiento político y así poder conseguir más privilegios, como el de su obstinada pretensión de reformas laborales que modifiquen e incluso anulen derechos ya adquiridos de los trabajadores? Es para pensarse. ¿O no es así?
Con la esperanza de que en ese pensar la presente sirva para ir reconociendo mi paternidad en no pocos de los pensares, decires y decisiones que hay en la visión empresarial de la historia, queda de ustedes.
BENITO MUSSOLINI

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