¿Qué pasa y qué va a pasar?
MÉXICO, D.F., 20 de enero (apro).- Honorables lectores de la presente: considero, por lo que estoy de acuerdo en todo y con todos esos científicos sociales, analistas y pensadores del tema, economistas y filósofos que dicen que la sociedad y por tanto los hombres, estamos más que fregados, refregados; repito que tienen razón.
A la luz de tan rotunda afirmación pienso que, con toda humildad, no queda más que admitir que de nada o poco nos ha servido considerarnos criaturas predilectas de Dios o que, por nuestra propia cuenta, hayamos intentado divinizarnos, como lo intentó el francés Augusto Comte con su filosofía positiva; filosofía que, por cierto, veía a la humanidad como un “Gran Ser” único, como un inmenso organismo, del cual los hombres individuales son las partes como las células, por así decirlo, que lo forman.
Este “Gran Ser” se ha desarrollado a través del tiempo y ha tenido su infancia, adolescencia y ha llegado a la madurez con el estado positivo. Este “Gran Ser”, según la filosofía positiva, no únicamente está compuesto por los vivos, sino que también y en gran medida por todos aquellos que han sido, por los muertos, cuyas creencias, inventos, métodos y realizaciones ejercen tal presión que sería vano tratar de resistirlos. Para la filosofía positiva, el gran protagonista de la historia es la Humanidad encarnada en el “Gran Ser”, al que Comte casi diviniza y, en sus últimos años, dijo que había que rendirle culto.
Otro filósofo que también vio un paralelismo entre el organismo corporeo del individuo y el funcionamiento orgánico de la vida social, fue, como no ignorarán, el inglés Herbert Spencer, para el que el gran organismo social funciona como cualquier otro organismo: nace, se desarrolla y evoluciona por diferenciación, integración. Para Spencer, el desarrollo y evolución de la ciencia ha dado por resultado el industrialismo que, por su parte, da vida a la libertad de comercio, del trabajo y, finalmente, la libertad política y una política liberal que tiende al progreso, con el que se llegará a una espontánea armonía de los intereses individuales. ¡Que bella visión! ¿Pero la misma se hará también realidad? Mis honorables lectores, ¿creen ustedes que así será o no?
Recordemos que Tomar Spann, alemán él, fue otro de los científicos sociales que, con su teoría del Universalismo, juzgó que la sociedad era también un todo. Para él, el individualismo es una desrealización, ya que el espíritu individual no se desarrolla por sí solo, sino por medio de los demás, con lo que la individualidad de cada uno de los humanos se convierte en una super individualidad, en un auténtico todo que es algo más que la suma de las diversas partes que la componen y expresión de ese espíritu creador de todos los organismos reales existentes y llamamos Dios.
Por último, no olvidemos que Pierre Teilhard de Chardin, jesuita francés, concibió una portentosa cosmovisión totalizadora, que abarca la evolución entera del universo, que comprende tanto piedras y minerales, como a planetas, plantas, animales y al hombre y a su sociedad, evolución debida a un plan providencial que tiende a la unidad y en el llamado “Punto Omega” culminará en la convergencia con la Divinidad.
Estarán de acuerdo con servidor que esos ver y comparar a la sociedad humana con un organismo vivo, autoriza a pensar que igualmente el organismo social funcionará bien si está sano y que cuando funciona mal es porque está enfermo; que la gravedad de esa enfermedad y peligrosidad de esa enfermedad puede ser detectada por el número de médicos y remedios extremos que se tomen para remediarla.
Siguiendo con este símil, este servidor no puede por menos de estar de acuerdo con el diagnóstico de tantos estudiosos del organismo social que lo encuentran que está fregado y hasta refregado; fregadez debida en gran medida a la pobreza, el número de pobres que hay en él. ¡Raro! Lo digo porque nunca como antes el altruismo, la filantropía, la caridad o como quieran llamarlo han sido tan demandadas y tan publicitadas: hacen gala de ellas los gobiernos, los políticos; ruidosamente las preparan y brillantemente las exhiben la iniciativa privada; las predican las iglesias y las reclaman angustiada la Organización de las Naciones Unidas y otras instituciones internacionales. Y a pesar de que nunca como antes existen tantos planes gubernamentales, tantas fundaciones de la iniciativa privada para auxiliar a los menos favorecidos, como llaman en esta época de expresarse correctamente a los pobres, ni tantos subsidios para su consumo de alimentos, combustibles, hogares, becas para los niños de los pobres, ahí continúa la pobreza, ahí siguen los pobres, lo que confirma lo que dije al inicio de la presente: que de nada nos ha servido y nos sirve el que nos consideremos criaturas predilectas de Dios, ni el que hayamos intentado divinizarnos por nuestra propia cuenta.
¿Qué nos pasa? ¿A dónde iremos a parar de seguir así?
Confieso que no he logrado resolver el trágico problema que representan esas preguntas. Ustedes, mis honorables lectores, ¿podrán hacerlo?
Su seguro y humilde servidor.
Maestro Kunfu So