Otra vez sobre lo mismo
MÉXICO, DF, 20 de octubre (apro).- Gentiles lectores: les comunico que con la anterior a este buzón mismo, en manera alguna terminé con mis observaciones sobre eso del “ostracismo”. Ese sigue siendo el motivo de la presente, que espero merezca su apreciable atención. Por la misma, gracias por adelantado.
Por principio, creo que bueno será recordar el origen de la palabra. Según nos dice la historia, en la Atenas Clásica, en las luchas que tuvieron lugar entre los tiranos, a los que apoyaban los aristócratas terratenientes y las grandes familias ricas politizadas y el demos o pueblo, que eran los más, llegó un momento en el que después de haber tenido que sufrir y combatir a varios tiranos y echarlos del poder, una de las cabezas del demos, Clístenes, por cierto abuelo del célebre Pericles, reformó la Constitución a favor de los ciudadanos más modestos, concediéndoles participación en el gobierno y para evitar de que no se repitiera la tiranía, de la que tan cansado estaba el pueblo ateniense, para impedir que intrigas de individuos o grupos de minorías ambiciosas con poder de manera alevosa, es decir, con perfidia y traicioneramente captaran la voluntad de los más, consiguiendo de ese modo avieso poner el gobierno al servicio de sus muy particulares intereses en vez de los de la comunidad, de los más (ustedes gentiles lectores dirán si eso no sucede en lugares de esa globalidad en la que viven), a Clístones se le ocurrió instituir al “ostracismo”, con el cual el demos, los más, por medio de su voto podía desterrar a los ambiciosos que amenazaran la estabilidad social, cuyo nombre se escribía, por lo general, en conchas de ostra, de ahí su nombre.
Funcionaba de la siguiente manera. En la primavera de cada año se hacía la pregunta a la Asamblea Popular de si se debía o no celebrar una “votación de ostracismo”. Si la respuesta era un sí mayoritario, cada elector escribía, en una concha de ostra, el nombre del individuo que en su opinión ponía en peligro el orden social, a la República. Al menos a la Asamblea debían asistir seis mil votantes y, si conseguía una mayoría absoluta respecto a un nombre determinado, el ganador de esta votación, por decirlo así, tenía que ir al destierro, abandonar el país. El ostracismo no era un baldón para quien le afectaba, ya que no perdía su fortuna, ni sus honores, ni sus derechos ciudadanos. Simplemente, por la obligada ausencia de Atenas, quedaba alejado de la política. En resumen, el ostracismo tuvo el propósito de servir al demos, los más, de defensa contra la codicia y ambición de determinados ciudadanos; era útil siempre que se empleara con buen juicio, siempre que se actuara con cordura, pero constituía un grave peligro en manos de individuos intrigantes que, con sus astucias, podían privar a Atenas de sus mejores hombres.
También podía ser utilizado estúpidamente. Sirva de ejemplo lo que le sucedió al probo Arístides, ciudadano ejemplar, al que se le acercó uno de los votantes que ni le conocía siquiera y no sabía escribir, pidiéndole que pusiera el nombre de Arístides en la concha que le entregaba. –“¿Qué te ha hecho?”—le preguntó el virtuoso ciudadano mientras escribía su propio nombre en la cocha que le había pasado el analfabeta. –“nada”—respondió el otro, “ni siquiera lo conozco, pero estoy cansado de oírle llamar el Justo, el Virtuoso”.
Gentiles lectores de la presente: si en cualquier lugar que la lean de esa su globalidad que viven, los grupos de poder, sean políticos, de las finanzas, del mercado, de la industria, los medios o la religión, no se unen para de manera calculada manipular la opinión pública y así ganarse capciosamente, esto es, con engaños la voluntad de los electores en elecciones, como valiéndose astutamente de la perversa mentira lo hicieron la morsa y el carpintero para así poder devorar a las ostras, como bien saben los que han leído mis aventuras; si igualmente, gentiles lectores, en cualquier lugar en que lean la presente en esa globalidad en que se mueven, sus políticos y los grupos de poder que los apoyan, no los tienen hasta la coronilla con propaganda que más parece lavado de cerebro; machacona propaganda con las que intentan convencerlos que tal fulano o tal mengano serán sus mayores y mejores servidores, cuando no sus salvadores; propagando que, repito, les tienen hasta la coronilla y que de algún modo justificaría, si las imitaran, las insólitas e insolentes palabras que el analfabeta dijo al Virtuoso Arístides, si así es, digo, pueden darse con una piedra en los dientes, ya que pueden estar seguros que viven en democracia.
Si así no es, lo lamento por ustedes.
Con mi sincero amor para todos.
ALICIA EN LA GLOBALIDAD PRESENTE