Saturnino Herrán, la exposición que no tuvo

viernes, 19 de noviembre de 2010 · 01:00

MÉXICO, D.F., 17 de noviembre (apro).- La idea de Saturnino Herrán (1887-1918) de que sólo reconociendo los valores intrínsecos de cada persona se puede salir de la barbarie, plasmada en su obra plástica, sigue, absolutamente, vigente y puede reconocerse en la exposición Saturnino Herrán: instante subjetivo, que actualmente se presenta en el Museo del Palacio de Bellas Artes.

Así lo considera su nieto, el documentalista y cineasta Saturnino Herrán Gudiño, curador también de esta muestra que reúne 107 obras, entre óleos, dibujos, acuarelas, ilustraciones, proyectos de murales y fotografías, durante un recorrido guiado para los medios de comunicación:

“La vigencia de Saturnino Herrán y de esta exposición en particular es esa: Si nosotros nos damos cuenta de valor que tiene la persona, vamos a tener un discurso muy diferente acerca de quiénes somos, de qué nos constituye y podremos detener esta guerra que estamos viviendo actualmente.”

Director de la Fundación Cultural, Saturnino Herrán, A.C., Herrán Gudiño va relatando la vida del artista plástico nacido en Aguascalientes el 9 de julio de 1887.

Comenzó su trayectoria artística desde muy temprano estudiando dibujo en su tierra natal en la Academia de Ciencias de Aguascalientes, con maestros como José Inés Tovilla y Severo Amador, los dos egresados de la Academia de San Carlos y “desde entonces ya mostraba una disposición especial para el dibujo”. Subrayó:

“El dibujo es la parte esencial en la construcción de una figura. Y él tiene esta capacidad tan desarrollada, que en 1907 fue nombrado profesor de dibujo, siendo todavía alumno en la Academia de San Carlos.”

Ya en la Ciudad de México, a la cual llegó en 1903, ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes donde fue discípulo del pintor catalán Antonio Fabrés, así como Leandro Izaguirre y Germán Gedovius. Entre sus compañeros estaban Diego Rivera y Roberto Montenegro.

Cuenta al detenerse en los cuadros Alegoría de la construcción y Alegoría del Trabajo, que hace cien años, en el marco de los festejos del primer Centenario del inicio de la lucha de Independencia, se construyó en la esquina que hoy forman avenida Juárez y Balderas, un pabellón para albergar obras de artistas españoles como Joaquín Sorolla, Ignacio Zuloaga, José Benlliure, Ramón Zubiaurre y Diego García Rodríguez.

Y cuando los artistas mexicanos, maestros y alumnos de la Escuela Nacional de Bellas Artes se enteraron, exigieron tener también un espacio para presentar su trabajo.

Entre julio y septiembre de ese 2010 realizaron sus pinturas y “por aclamación y rechifla” eligieron las piezas que exhibirían. La exposición se realizó con tres mil pesos que logró conseguir el también pintor Gerardo Murillo. Así lo relata la investigadora Alicia Azuela en el ensayo “Las artes plásticas en los centenarios”, de Asedios a los centenarios (1910-1921), volumen editado por la UNAM y el FCE:

“La sociedad Mexicana de Pintores, encabezada por Gerardo Murillo, Dr. Atl, fue la que consiguió el apoyo institucional para que finalmente la escuela pudiera participar en las celebración. Aun cuando esta agrupación de jóvenes artistas plásticos nació con ese propósito principal, decían hacerlo ‘con el anhelo de mejorar su actual situación y hacer próspero y benéfico el arte de México’.”

Se reunieron, consigna la investigadora, 40 estatuas, 300 telas, dibujos y grabados. Y expusieron, entre otros artistas, Saturnino Herrán, Germán Gedovius, Jorge Enciso, Romano Guillermín, José Clemente Orozco, Gonzalo Argüelles Bringas, Joaquín Clausell, Adolfo Best Maugard, Roberto Montenegro, el Dr. Atl y el escultor Fidencio Nava.

A decir de Herrán Gudiño, algo importante de aquella exposición es que fue inaugurada por Justo Sierra, a la sazón ministro de Instrucción Pública, y “queda tan estupefacto que cancela su agenda de Argentina con unos periodistas, se queda todo el día platicando con ellos (los artistas) y al final dice: ‘De hoy en adelante, los muros de los edificios públicos van a ser pintados únicamente por mexicanos.’ Ahí nace el muralismo, ahí nace la Escuela Mexicana de Pintura”.

Azuela relata en cambio que fue el propio Murillo quien solicitó a Sierra los muros del recién remodelado anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria:

“Don Justo les sugirió que en sus murales trataran el tema de la evolución humana y los artistas aparentemente de acuerdo, ya reagrupados en el Centro Artístico, propusieron trabajar en equipo el proyecto definitivo. Con todo y los andamios instalados, se suspendieron los trabajos al estallido de la Revolución.”

Herrán entonces, según información del Instituto Nacional de Bellas Artes, realizó la mayor parte de su producción artística en medio de la revuelta, “viviendo durante los años decisivos de la Revolución… Capturó la vida cotidiana, retrató su círculo intelectual, indagó en la identidad mexicana y buscó representar el alma nacional a partir del individuo, el cuerpo, las leyendas indígenas y los edificios coloniales”.

Y a diferencia de otros artistas, remarca Herrán Gudiño al explicar el apartado de la exposición titulado “La trinchera elegida”, él decidió no sumarse a la guerra y se quedó dando clases en la academia. Convencido de que era “el arte y no la barbarie lo que salvaría al país”, como dijo a su médico en el lecho de su muerte:

“Doctor, no me deje morir porque México necesita de mi pintura.”

 

Poca obra

 

La exposición en Bellas Artes presenta obras provenientes de distintos acervos, entre ellos el Museo de Aguascalientes, la Pinacoteca del Ateneo Fuente de Saltillo, la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional y la Colección Blaisten del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, así como de distintas colecciones privadas.

El curador destaca que la producción de Herrán se dio prácticamente entre 1908 y 1918 y calcula el número de sus obras en alrededor de 235 (dibujos, bocetos, obra terminada).

A su juicio, el artista tuvo una forma tan particular de pintar que no ha visto “una obra falsa que pueda atribuírsele” y, en cambio, ha encontrado varios falsos de otros pintores “hasta mejores” que la obra auténtica.

--Ante tan poca producción, debe ser “un lujo” tener una obra de Herrán…

--Además, son escasísimas en términos de mercado. ¿Qué pasa con Saturnino, ¿por qué con esta grandeza como la que estamos presenciando, no tiene la presencia, la fuerza? ¿Por qué? ¿Qué pasa, por qué no es tan popular, tan conocido, tan reconocido? Yo digo que se debe a la hegemonía del muralismo y otra cosa importante, es que no hay obra en el mercado. En el corredor comercial artístico o de producción artística, hay muy pocos coleccionistas; ellos mismos empujarían su obra.”

La pintura de Saturnino Herrán que se encuentra en México sólo puede venderse dentro del país, está prohibido comercializarla fuera porque así lo establece la Ley de Protección del Patrimonio Cultural, dado que está declarada por decreto del entonces presidente Miguel de la Madrid, del 30 de noviembre 1988, como monumento artístico.

Y siempre ha habido un debate entre coleccionistas y especialistas en patrimonio cultural, en torno a sí esta cuestión beneficia o no a la difusión de una obra. Algunos relacionan la falta de impacto de ciertos artistas con su ausencia en el mercado del arte internacional.

“No tienen precios internacionales, exactamente --responde Herrán Gudiño a Apro--. Aquí hay una cosa interesante, no estoy muy enterado de qué ha surgido en México recientemente, pero quiero poner el ejemplo de Francia, en donde el Estado tiene un ‘derecho de tanto’. Quiere decir que si hay una subasta, el Estado francés tiene derecho a decidir si quiere esa obra o no la quiere, si no la quiere continúa la subasta y eso le da un valor comercial altísimo a la obra; le da realmente el valor, el sitio que tiene en el mercado del arte.”

--¿Preferiría que en el caso de Saturnino Herrán el mecanismo fuera ese y estuviera en el mercado internacional?

--No, porque no hay muchas obras regadas en colecciones particulares, casi no hay nada, es escasísima... Yo creo que hay muy pocos coleccionistas en México. Voy a decir una broma que a muchos puede no gustarles:

“Para ser vendedores de arte, no son malos coleccionistas.”

Herrán es considerado un precursor en la definición del imaginario nacionalista. Su nieto cuenta que, anteriormente, los egresados de la Academia de San Carlos iban becados a Europa a copiar las obras colgadas en los museos; pero Gerardo Murillo, “promotor cultural por excelencia” irrumpió en los salones de esa generación y les pidió hacer obra nacional, propia, monumental, pues tenían todo para no pedir nada a los europeos.

“Saturnino y sus compañeros captan con mucha fuerza y lo expresan por ejemplo, con esta pieza (La leyenda de los volcanes), que es una obra maestra en todo sentido. Él se empeña y sabe perfectamente que sólo con un gran esfuerzo podría consolidar una obra en los años dificilísimos que vivió, fueron diez años de guerra.”

El documentalista y parte del equipo de fundadores de TV UNAM dice que su padre quedó huérfano a los tres años de edad, pues Saturnino Herrán falleció muy joven, en octubre de 1918. Tanto su padre como su abuela sintieron tanto dolor, que no se dedicaron a impulsar la obra del artista, aun cuando él estudió también en la Academia de San Carlos.

 “Fue un dibujante extraordinario, pero se dedicó a la ciencia, es el doctor en química José Francisco Herrán, para muchos --estamos publicando ahora su biografía-- es el padre de la química moderna en México.”

Así que años después él como su nieto, se ha propuesto promoverlo, darlo a conocer, difundir y, sobre todo, documentar su vida y obra.

Éste es el propósito de esta exposición que curó junto con Víctor Muñoz, inaugurada a finales de octubre pasado y que permanecerá abierta hasta el próximo 16 de enero de 2011.

“A partir del trabajo que hemos hecho, me refiero a Víctor Muñoz y a mí, la gente y los investigadores pueden tener la confianza de que todo es auténtico, de que no tienen que ir a otras fuentes, tergiversar o repetir errores, porque muchas veces los historiadores están atrapados en sus verdades.”

Y termina: es la muestra que a Saturnino Herrán le hubiera gustado tener porque “nunca tuvo una exposición personal”.

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