La escena invisible, de Carmen Leñero
MÉXICO, D.F., 3 de noviembre (apro).- Desde su temprana juventud, allá por la década de los años 70, cuando nos maravilló la dulce finura vocal de Carmen Leñero (DF, 1959) en espectáculos de teatro, canto y lírica infantil, los ricos frutos de su enorme producción estética no han cesado.
Esta vez, Carmen sorprende con la aparición de un volumen de ensayos-ficción titulado La escena invisible. Teatralidad en textos filosóficos y literarios (Conaculta, primera edición 2010, México. 276 páginas), donde destaca el capítulo dedicado en cinco apartados al poema Cántico, del místico español San Juan de la Cruz (1542-1591): A la escucha. Teatralidad en la poesía de San Juan de la Cruz.
Escribe Carmen Leñero en la presentación:
“Cuando canto, cuando escribo o cuando pienso, soy milagrosamente traída al presente… Los ensayos que presento aquí hablan un poco de música, de literatura, de filosofía, de magia y de teatro, y se expresan mediante el relato, la canción, el razonamiento o el parlamento, trenzándolo todo en el tejido de las palabras.”
Más adelante, dice:
“…para mí el lenguaje es ‘la cosa en sí’ y cada proceso interno en modelar la materia, un caso. Es la felicidad y la nostalgia que quiero cantar… Es la música silenciosa que escucho en una escena invisible: mi caverna.”
En este ensayo acerca de la poética de San Juan de la Cruz, en particular sobre el Cántico espiritual, convergen una mirada teatral y un oído musical para explorar un tipo de poesía muy especial, apunta Carmen: la poesía mística. Y la cuestión fundamental para ella es cómo una experiencia inefable pretendería expresarse a través de las palabras; es decir: ¿cómo escribir sobre Dios? ¿Cómo nombrarlo desde las limitaciones del lenguaje?
La autora responde que el Cántico espiritual es ciertamente un poema dramático, “pues revive una cacería, un duelo, un enfrentamiento entre dioses y hombres”. Añade: “Es canción y experiencia simultáneamente”, de tal manera que no aspira “representar” ni relatar nada, “sino dar voz y cuerpo al evento que manifiesta”; que el proceso de escribirlo es el mismo de la experiencia que se vive (“con sus fases de duelo y goce”). Y finalmente:
“Que el poema se escribe desde un Tú absoluto que orienta la dinámica de los versos. Así pues, el canto interno, silencioso, es la forma de escuchar esa voz que dicta, la voz de Dios.”
Los personajes en la escena del Cántico, el Alma y el Amado, siendo de sustancia distinta, más que fundirse se involucran en una trama amorosa:
“En el canto, como en un caudal en que se sumerge el propio ímpetu del poeta, él pierde autoría pero gana individuación, porque el Tú, el Ser total, el poseedor del Verbo, será quien le otorgue realidad como presa insustituiblemente amada… La canción no relata, ni explica; la canción agradece, suplica, aclama, desde el propio cuerpo, sus vísceras, su garganta.”
Para el apartado segundo, Las cavernas de piedra. La interioridad como escenario, Carmen Leñero rememora los castigos que San Juan de la Cruz padeció durante nueve meses “en una estrecha y húmeda prisión” del Convento de los Calzados, en Toledo:
“Lastimado, enfermo y a oscuras, fray Luis se cantaba silenciosamente esos versos que iba componiendo: la primera versión de las Canciones entre el Alma y el Esposo. Era un canto mental, seguramente, apenas más bajo que el volumen de la vocecilla con que Juan musitaba sus cantos para las monjas de quienes era confesor, antes de ser capturado. Sí, claro, lo que escucha proviene lejanamente del Cantar de los Cantares, de las armonías de los salmos litúrgicos…”.
Entrando se ha la esposa
en el ameno huerto deseado.
Y a su sabor reposa,
el cuello reclinado,
sobre los dulces brazos del Amado.
“La voz que oye y habla por Juan, la de ese silencio desprovisto, pero que añora la escucha del hombre alcanzar su entraña. Se oye si uno habita allí, en la misma caverna escondida, pues aquellas canciones son para con las almas que tienen oídos para oírlas, dice san Juan, que son las almas limpias y enamoradas.”
Poco alienta que Leñero insista en que a los ensayos del presente volumen “no los caracteriza la erudición, la inteligencia, ni el talento”, pero sí “el deseo de conjugar una práctica concreta con la reflexión y la reflexión con el sueño”. Abordó un poeta “difícil de entender” (reza la Enciclopedia Salvat) y sale bien librada en su estudio, lo disfruta así como Sor Juana prefería poner bellezas en su entendimiento, que no su entendimiento en las bellezas:
“El arte cuesta trabajo, pero no es un trabajo; no genera valor, sino sentido. El oficio de hacer arte es arduo, pero es natural. Las palabras son la sustancia que habita mi cuerpo.”
La escena invisible… es un libro que nació como consecuencia de la tesis para el doctorado en letras que Carmen Leñero obtuvo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en 2004. Aun sin desglosar a fondo la significación de este ensayo sobre san Juan de la Cruz, las siguientes frases con que ella culmina su análisis (apartado quinto El giro. Estructura sonora, encarnada) parecieran tener vida propia. Incluso, fuera de contexto:
“Música es allí donde el silencio –uno, insondable, vacío—adquiere forma… La música humaniza al silencio, le permite entrar en el tiempo, hablarnos al oído, tocarnos boca a boca… El silencio se parece al aire que pasa por las cuerdas vocales, las tañe haciéndolas vibrar a tal velocidad que traspasa la dimensión de lo audible. No sé si lo que llamamos música es una forma de producir los sonidos, o una forma de escucharlos.”
Carmen Leñero es miembro del Sistema Nacional de Creadores Conacyt y del Centro de Poética en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Premio Nacional de Cuento Infantil “Juan de la Cabada” 1996; del Nacional de Poesía “Carlos Pellicer” 1998, y Premio Nacional de Ensayo Literario UV 1994. Ha grabado cinco álbumes como cantautora solista. Ver:
http://www.myspace.com/carmenlenero
http://centrodepoetica.wordpress.com/carmen-lenero/
http://www.urtextonline.com/product_info.php?products_id=817 )