"La invención del estado", de Clemente Valdés

viernes, 5 de noviembre de 2010 · 01:00

MÉXICO, D.F., 3 de noviembre (apro).- En días recientes se publicó la investigación del filósofo y jurista mexicano Clemente Valdés S., acerca del significado de “Estado”, palabra que en boca de presidentes y líderes democráticos es empleada con el afán de controlar a los pueblos, según afirma su autor en La invención del Estado (Colección Derecho y Sociedad de Ediciones Coyoacán, México. 135 páginas).

“En un sistema en el que efectivamente la población sea la titular del poder en una república democrática, no hay necesidad de ningún Estado”, señala el ensayo a manera de conclusión.

Presidente de la Asociación Internacional sobre el Funcionamiento de la Justicia, profesor de Derecho Constitucional y, desde 2006, miembro del Consejo Directivo de la Asossiaction Internacionale Droit, Étique et Science, con sede en Estrasburgo, Francia, el también filósofo Valdés S. incluye un apartado crítico sobre El Estado en la Constitución Mexicana, que establece:

“En México, en la actualidad, el Estado puede ser cualquier cosa (…) Las citas y las menciones que se hacen del Estado en la Constitución Mexicana al momento que escribo esto, son un conjunto de enigmas y contradicciones (…)”

La invención del Estado desarrolla, a lo largo de cuatro capítulos, un trabajo “comprensible no únicamente para los profesionales y los estudiantes de Derecho, sino para la mayoría de las personas que no tienen formación jurídica”.

La enorme paradoja del tema se debe a que “no existe el menor acuerdo sobre qué es el Estado”. Empero, tan recurrente expresión “es quizás la más usada para dominar a los pueblos que gustan de cierto tipo de fantasías”.

 

Poderes del Estado  

 

El retrato absurdo del Estado abre con esta caracterización: “En la versión más optimista que resulta de por sí totalmente fantástica, el Estado nunca duerme y siempre está activo. Es además ilustrado, fomenta las Bellas Artes y se ocupa de ayudar a los desempleados. El Estado proporciona servicios de policía para proteger a la población, aunque en algunos países sus agentes se dedican principalmente a extorsionar, asaltar y secuestrar a sus habitantes.”

La palabra “Estado” sufre doloso manoseo semántico cuando “se pronuncia y es ejecutada por los llamados estadistas nacionales”, léase: los altos jefes del gobierno mexicano.

“El Estado tiene muchísimos trabajadores que se dice están a su servicio, él es el patrón de todos ellos, pero todos trabajan en algunas de las grandes ramas del gobierno, cuyos dirigentes se pelean por tener más plazas para ofrecérselas a esos ‘trabajadores al servicio del Estado’. Al interior de cada una de esas ramas del gobierno (que tienen el bonito nombre de Poderes, con mayúscula inicial), los trabajadores tienen nombres diferentes…”

En un país como México, insiste Valdés S., “los más importantes se llaman ‘funcionarios’ y los otros se llaman empleados”. La diferencia estriba “en el artículo 108 de la Constitución mexicana, primer párrafo, y la Ley Federal de Responsabilidades de los Servidores Públicos, que “en su artículo 80” --fracciones II, IV y V-- estima: “Funcionarios son todos los servidores públicos, desde el nivel de jefes de departamentos hasta el presidente de la República”.  

Supuestamente hay igualdad entre los trabajadores al servicio del Estado. No obstante, el escritor señala que en México “unos son más iguales que otros”, sirviéndose de una analogía con la famosa novela del inglés George Orwell, Animal Farm (Rebelión en la granja o La granja de los animales), adaptada exitosamente al cine de Hollywood. 

“Así los trabajadores comunes, llamados empleados, con frecuencia reciben malos servicios médicos en los hospitales del propio Estado; en cambio, los trabajadores principales que son quienes dirigen esos poderes reciben servicios médicos en hospitales privados y el Estado lo que hace es pagar esos servicios, o los seguros de gastos médicos  que para eso contratan ellos mismos.

“Los que dirigen los poderes del Estado pueden repartirse más o menos como quieran el dinero que le quitan a la población a través de los impuestos, se fijan a sí mismos los salarios que quieren y se otorgan además diferentes cantidades de dinero a las cuales les llaman con los nombres más diversos: primas, compensaciones, ayudas, bonos. Esto también puede hacerse, como hacen en México los diputados y senadores, distribuyéndose entre ellos el dinero sobrante del presupuesto anual que se les entrega y que no hayan utilizado.”

 

Un “gran engaño”

 

Una frase primordial del pensador florentino Nicolás Maquiavelo en El príncipe traduce fielmente el espíritu del Estado dominante:

“Todos los estados, todos los dominios que han tenido y tienen imperio sobre los hombres, son estados y son o repúblicas o principados.”

El capítulo Del Estado en la monarquía tradicional al Estado contemporáneo repasa definiciones de Aristóteles, Jean Bodin o Juan Jacobo Rousseau, y alcanza lo que el propio investigador subscribe:

“En mi opinión, el Estado, como entidad imaginaria, soberana con poder absoluto, es incompatible con un sistema en el que la sociedad participa de manera efectiva en el gobierno aprobando o reprobando las decisiones más importantes que toman sus representantes y los otros empleados principales, nombrando y revocando el mandato de sus delegados y haciendo uso, cuando se necesita, de la huelga general, o de la suspensión total del pago de impuestos, que es una mejor manera de mostrarles a los empleados públicos de tiempo en tiempo, que el poder reside en los individuos que forman la sociedad.”

¿Es compatible la supremacía del pueblo con el Estado omnipotente? La respuesta al capítulo que Valdés S. postula es negativa:               

“Una vez que se inventa el Estado como una entidad impersonal, diferente de los individuos que ejercen el gobierno y que se le atribuyen a ese Estado o al gobierno, igualmente impersonal los actos de los individuos que dicen representar a la población y los de los demás empleados públicos de primer nivel, se produce un cambio completo: La responsabilidad de cada uno de los hombres que usan el poder que la sociedad les ha prestado, tiende a desaparecer.”

Esto es, “la responsabilidad se ve distribuida entre las entelequias”, inventándose un “gran engaño” tras la apropiación del término Estado. La misteriosa palabra, “que en el mejor de los casos” únicamente puede tener un significado real como “sociedad organizada”, encarnó en miles de empleados “que utilizan la máscara del Estado omnipotente para someter a la sociedad”. Trae a colación el pensamiento de Hobbes, “aquel que se adueña de la palabra, se adueña de su significado”. Y de Ignacio Burgoa:

 “La población es despreciada. Se trata simplemente de los gobernados… los nuevos gobernantes, que ahora son meros empleados de la sociedad que deberían estar dedicados a servirla, pues para eso existen, se convierten en autoridades que tienen el poder de mando sobre la población, después someten su voluntad a la sociedad, mantienen a los habitantes como súbditos y disponen a su arbitrio de los recursos naturales del país y del dinero de los impuestos.”

El llamado “Estado de derecho” constituye “una mentira más”, ya que “el Derecho, casi sin excepción, en todas partes del mundo es el que hacen los grupos privilegiados, antes que todo para defender sus propios intereses (…) responde inevitablemente y antes que todo, a los intereses de los grupos dominantes, (…) los grandes empresarios, los banqueros, etc.”

La falacia deriva en alegorías verbales como “Golpe de Estado”, “una visita de Estado”, “razón de Estado”, o “la soberanía del Estado”:

Subsidio de Estado es una de las muchas maneras de engañar a la población, ya que en realidad el Estado –independientemente de que no haya acuerdo sobre lo que la palabra significa— no posee un solo centavo propio (…) es una de las frases tramposas más usada por los empleados gobernantes (…) oculta que el dinero que aquellos destinan y entregan a algunos grupos o algunas empresas o entidades, es el dinero de la misma población.”   

Cierra el capítulo cuarto El Estado al servicio de los grupos dominantes y su utilización para otros propósitos, que en el apartado El Estado y la Constitución Mexicana revela:

 “En ninguna parte de la Constitución de la República se dice qué es el Estado, ni tampoco quién o quiénes lo representan.”

Clemente Valdés S., integrante del Consejo Editorial de la Revista de la Universidad La Salle en México, dedicó este ensayo, La invención del Estado, a su colega John Anthony Jolowicz, catedrático emérito de Derecho Comparado en la Universidad de Cambridge.

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