La muerte de David Levine

lunes, 1 de febrero de 2010 · 01:00
MÉXICO, D.F., 1 de febrero (Proceso).- El pasado 29 de diciembre murió en Brooklyn, el barrio neoyorquino que lo vio nacer y en el que vivió siempre, David Levine, uno de los grandes caricaturistas del siglo XX. Pocas veces sucede que un caricaturista tenga trascendencia universal. Por lo general, su trabajo sólo es comprendido y disfrutado plenamente dentro de la sociedad que lo ocasiona, y pierde su brillo fuera de su contexto. La caricatura es casi como una expresión idiomática. Sólo al hablante nativo de la lengua que forja esa expresión se le entregará todo lo que ella cifra. Pero hay caricaturistas cuyas obras valen no sólo por lo que representan. Su maestría como dibujantes es tan grande, que sus obras perviven mucho tiempo después de que los acontecimientos que las originaron se han evaporado y son estimadas en lugares apartados de aquel en que se produjeron. Hogarth, Daumier, Posada... A esa estirpe de caricaturistas pertenece David Levine. Aun si uno supiera muy poco de los personajes a los que fijó en sus dibujos, no dejaría de admirar sus trazos. Sin embargo, su renombre internacional no se debe sólo a los centenares de excelentes y afiladas caricaturas políticas que realizó desde finales de los años cincuenta para diversos diarios y revistas neoyorquinos. La gran fama que tiene en el ámbito cultural internacional se debe principalmente a su trabajo en una publicación periódica en la que colaboró casi desde que ella se originó, y que habría de convertirse en la mejor plataforma para desplegar su talento: The New York Review of Books. La revista se fundó en febrero de 1963, y Levine comenzó ahí en septiembre de ese año. Su primera colaboración fue una caricatura para ilustrar un artículo de Susan Sontag sobre los Cuadernos de notas de Albert Camus. Aún no consolidaba el estilo que poco tiempo después sería reconocible a golpe de vista. David Levine nació en Brooklyn, Nueva York, el 20 de diciembre de 1926, en el seno de una familia de comunistas militantes que le enseñaron a cuestionar la autoridad y a estar a favor de los desposeídos. Los primeros dibujantes a los que admiró fueron los colaboradores de revistas como The Masses (Las Masas), en la que colaboraba Art Young, el célebre caricaturista socialista. A los 10 años decidió que sería dibujante y empezó a frecuentar la Escuela de Arte del Museo de Brooklyn y el Instituto Pratt. En 1944, se mudó a Filadelfia para realizar estudios de pintura en la Tyler School of Art, que se vio obligado a interrumpir en 1946 para cumplir el servicio militar (que lo llevó a Egipto y a Bélgica). Durante su conscripción ilustró una revista llamada Stars and Stripes y pensó en convertirse en parte de un equipo de dibujos animados. En 1947, cuando regresó a Estados Unidos, conoció a Jules Feiffer, quien también habría de convertirse en un afamado caricaturista, y empezó a probar suerte como ilustrador en la revista The Gasoline Retailer y luego en el diario de izquierda The Daily Worker. También decidió estudiar con Hans Hoffman, uno de los más célebres representantes del expresionismo abstracto. A pesar de la importancia que éste tuvo en su formación, prefirió lo figurativo a lo abstracto. A comienzos de los años cincuenta, entró a trabajar en una compañía de tarjetas navideñas que quebró, pero que le sirvió para empezar a definir su estilo. Vivía de la venta de sus acuarelas (su género preferido como pintor), por las que en ese entonces le pagaban entre 50 y 75 dólares. “Solía decirles a mis amigos –recordó Levine en una entrevista– que la pintura era mi manera de ganarme la vida y costear mi pasatiempo, que era la caricatura. Quién iba a decirme que la caricatura sería, a la postre, la actividad que me permitiría pintar.” Las acuarelas de Levine son de verdad notables. Pocos las conocen. Algunas de las imágenes que realizó en Coney Island, el lugar de veraneo al que acudió cada semana durante 25 años para pintar a los bañistas, pueden verse a través de la red electrónica. En 1958, aparecieron sus primeras caricaturas en la revista Esquire. En agosto de 1963, conoció a Robert Silver, fundador, con Barbara Epstein, de The New York Review of Books. En esa época hacía cinco o seis dibujos cada 15 días para ilustrar artículos que le entregaban el jueves o el viernes y que leía atentamente el fin de semana para entregar sus dibujos el martes siguiente, aunque él habría querido trabajarlos durante meses. Trabajaba siempre a partir de fotografías o de ilustraciones antiguas, y prefería hacerlo con lápiz. Decía que la tinta aplanaba los dibujos. Por desgracia, el trazo a lápiz se perdía en la reproducción. Asimismo usaba siempre hojas de papel de 35 centímetros de alto por 28 de ancho, que invariablemente eran reducidas al imprimirse. Pero la reducción no le molestaba. Sentía que sus dibujos ganaban en misterio. El tamaño de las hojas con que trabajaba lo llevó preferir los acercamientos al rostro del personaje en vez de describirlo haciendo algo. A ello se debe uno de los rasgos característicos de su trabajo: las enormes cabezas sobre pequeños cuerpos en los que resaltan algunos elementos emblemáticos. Entre 1963 y 2006, realizó más de 2 mil 600 dibujos para The New York... Músicos, pintores, escritores, políticos, científicos, humanistas, figuras históricas de la más diversa índole. No obstante, en su catálogo figuran pocos latinoamericanos (Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante), de ellos sólo dos mexicanos: Emiliano Zapata (para ilustrar el artículo de Carlos Fuentes sobre el Zapata de John Womack Jr. en marzo de 1969) y Octavio Paz (para ilustrar el ensayo de Michael Wood sobre cuatro libros de Paz, en mayo de 1976). Levine hizo miles de caricaturas más para los diarios New York Times y Washington Post, y las revistas The New Yorker y Rolling Stone, Ilustró cubiertas de libros y publicó varias compilaciones de sus mejores dibujos, como Needles and Pens, prologado por John Updike, uno de los escritores a los que más veces dibujó. (El personaje más dibujado por Levine es Richard Nixon –66 cartones–, retratado siempre de manera despiadada, “de cualquier forma posible que pudiera mostrar su locura”, porque lo consideraba como una auténtica amenaza. Su último libro, American Presidents (Presidentes estadunidenses) apareció en noviembre de 2008. Sus cartones contra George Bush, a quien describe siempre como un títere de Dick Cheney, son tan duras como acertadas. Para entonces ya tenía tres años sin dibujar. Un problema degenerativo de la vista se lo impedía. No obstante, todavía logró hacer finas caricaturas de Obama y de su contendiente, James McCain. En español sólo se publicó una reunión de su trabajo, Caricaturas (1975), bajo el sello de Grijalbo, que también aprovechó el trabajo de Levine para las portadas de una colección que circuló en México en los años setenta: Maestros del Pensamiento Contemporáneo (Camus, el Che Guevara, McLuhan, Ludwig Wittgenstein...). En 1986, Nicholas Penny lo entrevistó para el catálogo de la exposición Caricaturas y acuarelas, y le dijo: “La gente piensa que eres muy brillante.” “Sí –respondió Levine–, y no lo soy. Me considero un caricaturista literario iletrado. Ante todo soy un bocetista, y muy en segundo lugar un crítico literario informado.” Naranjo lo rememora Muchas veces se ha señalado un aire de semejanza entre las caricaturas de David Levine y las del michoacano Rogelio Naranjo –quien por cierto en abril del año pasado ganó el Gran Premio de la quinta edición de World Press Cartoon–. Esa semejanza es mucho menor de lo que parece cuando se examina con detenimiento el trabajo de ambos artistas. Ejemplo de ello es lo que el propio Naranjo cuenta a Proceso cuando se le solicitan unas palabras a propósito de  su colega estadunidense: “Cuando entré a trabajar al suplemento cultural de Siempre!, a finales de los años sesenta, Carlos Monsiváis me dijo: ‘Queremos que hagas caricaturas de escritores y hombres de letras, así como Levine ha hecho caricaturas de gente de todo el mundo. Pero queremos que tú las hagas de mexicanos’. Y yo comencé a hacer caricaturas de autores mexicanos y latinoamericanos. De los cuales creo que Levine casi no se ha ocupado. “Por supuesto que yo no aspiraba a compararme con Levine. Él era ya un maestro y yo todavía era muy joven, aún no estaba completamente formado. “Tiempo después supe que alguien, en Francia, le había enseñado algunas de mis caricaturas. Me contaron que, al verlas, Levine hizo cara de asombro y dijo ‘¡Uff!’, por la cantidad de líneas y de trabajo que suponían. Y es que yo soy muy barroco. Él, en cambio, economizaba mucho las líneas, siempre tan limpias y tan bonitas. “Finalmente un día lo conocí. Me sentí como cualquiera de sus fans: lleno de admiración y afecto. Fue en Washington, a comienzos de los años ochenta. Él iba a presentar una exposición de cerca de 200 caricaturas patrocinada por una fundación. “Lo encontré muy delgado. Lo había visto en fotografías y en ellas se veía más bien gordo, pero una enfermedad le había hecho bajar de peso, lo que le había sentado bien. Conversamos un rato y fue muy amable. Me dedicó uno de sus libros. Acompañaba su firma con un pequeño dibujo, muy peculiar, como un pajarito de pico muy largo. Me alegra haber tenido oportunidad de saludarlo.”

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