Vislumbres de México en Camus

martes, 2 de febrero de 2010 · 01:00
MÉXICO, D.F., 2 de febrero (Proceso).- Hace 50 años el escritor argelino Albert Camus se aprestaba a regresar a París en tren con su amigo el poeta René Char. Habían pasado las vacaciones de fin de año en el sur de Francia. En el último minuto decidió viajar con su editor Michel Gallimard en el automóvil de éste –un lujoso Facel Vega–, que se estrelló contra un árbol. Camus nunca vino a México, aunque lo deseó. En junio de 1962, Mario Vargas Llosa, quien a la sazón vivía en París, escribió una breve nota periodística titulada Revisión de Albert Camus en la que señalaba cómo, dos años después de su muerte, la reputación literaria de Camus se había derrumbado y sobrevivía apenas como “un escritor oficial, desdeñado por el público, vigente sólo en los manuales escolares”. Trece años más tarde, en un extenso ensayo, Albert Camus y la moral de los límites, se confesaba sonrojado por la ligereza de los juicios que había vertido, no tanto contra el escritor al que no había leído suficientemente, sino contra “la caricatura que de él habían hecho sus adversarios”. No fue Vargas Llosa, desde luego, el único que se equivocó al juzgar a Camus. Desde la célebre polémica de 1952 entre éste y Jean-Paul Sartre, desatada por la publicación de El hombre rebelde –el certero ensayo en el que Camus condena el estalinismo–, muchos le reprocharon lo que consideraban su “ingenuidad política” y su “idealismo filosófico”. (Por cierto: gracias a las preguntas que Gabriel Caballero le hizo a Octavio Paz en 19791, contamos con su inestimable testimonio sobre el significado de aquella polémica y sobre su amistad con Camus, cuya influencia en el pensamiento de Paz es evidente.) Como bien señala Vargas Llosa, puesto que seguimos debatiendo la mejor manera de alcanzar el bien, la justicia y la libertad para todos, las ideas que enfrentaron a Camus y a Sartre continúan en el centro del debate político. Ciertamente, ésa es una de las razones por las cuales, 50 años después de la muerte de su autor, sus obras siguen siendo importantes. Pero es obvio que su valor no se reduce a su lucidez política. La mayoría de sus libros late, respira y nos habla gracias a su excelente calidad literaria. 2   En mayo de 1956 apareció uno de los libros que reflejan las heridas y las ideas que aquella polémica suscitó en Camus: La caída. Una novela corta en forma de monólogo, cuyo protagonista, Jean-Baptiste Clamence cuenta su vida a su inaudible interlocutor y ensaya una feroz autocrítica que es al mismo tiempo una suerte de crítica del mundo. Gran parte de la novela ocurre en un bar de mala muerte ubicado en la ciudad de Amsterdam y llamado (“nadie sabe por qué”, dice Clamence, y el lector tampoco lo sabrá) “México City”. Intriga esta referencia a nuestro país –inexplicada en los ensayos que se han escrito sobre la novela– que sin duda cobró relevancia ante los ojos de Camus a raíz del apoyo que brindó a la república española y del asesinato de Trotsky. En 1944, Camus vive con Francine Fauré, su segunda esposa, cuando conoce a la actriz María Casares, hija de Santiago Casares Quiroga, quien era primer ministro del gobierno republicano al estallar la insurrección franquista. Camus y María Casares se conocieron a comienzos de 1944. Ella empezó a ensayar el papel de Marta para la puesta en escena de El malentendido, la segunda obra de teatro que él escribió. María tiene 21 años. Ella admira al autor y él a la actriz. No tardaron en enamorarse. El telón de fondo de su relación, que no tarda en volverse del dominio público, es la Francia ocupada por los nazis. “Siempre parecen felices –escribe Olivier Todd– pero, perplejos ante el futuro, consideran la posibilidad de emigrar a México”.2 Ello no ocurre porque Camus no quiere abandonar a su esposa, varada en la ciudad de Orán, al noroeste de Argelia, y porque decide integrarse a la resistencia. Tras la Liberación de Francia, la relación con Casares continúa. De hecho, aunque se separan por un tiempo, prosiguen toda la vida. Es ella precisamente quien presenta a Octavio Paz con Camus, en 1951. La nacionalidad del poeta, su simpatía por la república, su participación en el Congreso Antifascista de Valencia en 1937 y la común amistad con Luis Buñuel, sin duda pavimentaron el trato entre ambos escritores, que probablemente habría sido más amplio si Paz no hubiese sido enviado a la India –por primera vez– a finales de ese año. Paz no es el único intelectual mexicano al que Camus trata en aquella época. Jaime Torres Bodet, director general de la UNESCO de 1948 a 1952, lo invita el 30 de mayo de este último año “a participar en una encuesta en el campo de la educación y la cultura”, según cuenta el escritor estadunidense Herbert R. Lottman, primer biógrafo de Camus. Éste se negó a participar en ella porque la unesco se encontraba considerando el ingreso de España a este organismo. Camus lo señaló así en la respuesta que le envió a Torres Bodet: “la admisión de España a la unesco, al igual que la admisión de cualquier gobierno totalitario, violaría la lógica más elemental”.3 “Camus lamentó –dice Lottman en su magnífico libro– tener que hacer pública esta carta tan pronto como Torres Bodet la recibió”. Su intención al hacerlo fue solicitar la adhesión de los intelectuales franceses para evitar que se admitiera a España. Lamentablemente, España ingresó a la UNESCO el 12 de diciembre de 1952. Fue el primer organismo internacional que admitió a un representante del franquismo. Es una lástima que Camus nunca haya venido a México. Estuvo en Nueva York de marzo a mayo de 1946, y en tres países de América del sur (Brasil, Argentina y Chile), de junio a agosto de 1949. Ambas experiencias están registradas en sus Diarios de viaje (Losada, 1979, traducción de Silvio Baldessari). Uno se pregunta qué páginas habría redactado aquí este gran amante de la naturaleza. Pero el nombre de nuestro país salpica la obra de Camus aquí y allá, especialmente en apuntes de los Carnets redactados entre 1948 y 1951, como éste, que prevé el futuro de Europa con pesimismo: “Los creadores. Al principio tendrán que combatir, cuando la catástrofe llegue. Si acontece la derrota, los sobrevivientes irán a tierras donde será posible reconstruir la cultura: Chile, México, etcétera...” Por la belleza e inteligencia de su obra, que por suerte puede encontrarse con relativa facilidad en las librerías y bibliotecas mexicanas, el número de lectores de Camus entre nosotros se multiplicará en este siglo.  l   1 Gabriel Caballero: “Inicuas simetrías”. Obras completas de Octavio Paz (Vol. 15.  pp. 202-213. 2 Olivier Todd: Albert Camus. Una biografía. Tusquets Editores; Barcelona, 1997. p. 370. 3 Herbert R. Lottman: Albert Camus. A Biography. Doubleday; Nueva York, 1979. pp. 502-503.

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