El poderoso caballero

lunes, 8 de febrero de 2010 · 01:00

MÉXICO, D.F., 8 de febrero (apro).- Ni modo, confusos y perturbados humanos; mal que les pese, cada vez más no les queda otro remedio que darme el lugar que ustedes mismos me han ido dando, haciendo que de su servidor me vaya convirtiendo en amo y señor de ustedes.

No es mía la culpa, tienen que reconocerlo. Durante los milenios en que no fueron otra cosa más que salvajes, cuando iban de un lado a otro recolectando raíces y granos o, cazadores, persiguiendo a sus presas y matándolas para alimentarse, ni me pelaron, como vulgarmente dicen, o sea, que ni siquiera pensaron en darme vida, ¡ah!, pero en cuanto comenzaron a civilizarse me dieron ser y, luego, luego, en mi misma cuna, iniciaron su tormentosa, aturdida, inquietante, dramática e incluso por momentos trágica relación con servidor. ¿Cómo ocurrió eso? Por el poder que ustedes, los humanos, me fueron dando. Desde mis inicios, me pusieron a luchar a brazo partido con otros poderes de los que ustedes se han valido y se valen para satisfacer sus necesidades, imponerse a otros o conseguir sus deseos, tanto si son materiales como espirituales, por lo que he tenido que vérmelas, a veces como competidor y en otras como aliado o simplemente como auxiliar, con poderes como el de la fuerza bruta, la política y la religión.

En Europa, por ejemplo –más adelante les aclararé el porqué de la elección del mismo--, conquistadores y bandidos hicieron uso de la fuerza para conseguirme y aumentar así su poder; durante siglos, en ese continente, fue más importante la llamada “nobleza de sangre” y tuvo más poder y privilegios que las talegas repletas de un servidor… y como tenían la espada, estuve sujeto a sus caprichos, así como los hombres que más y mejor sabían manejarme, de hacer un mejor uso de servidor, aumentando mi tamaño y poderío; la cruz, mejor dicho, la Iglesia, siempre me despreció y predicó advirtiendo a sus creyentes de mi pernicioso poder… aunque paradójicamente no le repugnaba tenerme en sus manos… y a tal punto creció su amor a su servidor, que el mismo sirvió de pretexto para que se produjera la ruptura de la unidad religiosa que por más de un milenio había imperado en Europa… ruptura que aprovecharon no pocos nobles, príncipes e incluso reyes, para socavar el poder religioso e imponerse a la Iglesia católica… oportunidad que también aprovecharon no pocos hombres de los que más y mejor sabían manejarme y me hacían aumentar en tamaño y poder.

Como bien saben, les recordaré que, desde esa ruptura de la unidad religiosa en Europa, se inició el tobogán, con trágicos pasos atrás, paradas y saltos adelante, de la superioridad de crédito, consideración, autoridad, dominio y privilegios de las iglesias en el continente y después, con el corte de cabeza de los reyes de Inglaterra y Francia para sus respectivos súbditos, se inicia la decadencia, hasta un ocaso, de la nobleza en las Europas. De ahí en adelante, mi lucha ha sido principalmente con lo que ustedes llaman la política, con las leyes empeñadas en regular y acotar mi creciente poder, pero pese ha todo, les voy ganando las pulsadas. Ejemplo de lo que digo: la decisión de hace unos días del Tribunal Supremo estadunidense, que en nombre de la libertad de expresión votó por dar vía libre a las corporaciones, a las grandes empresas, a los sindicatos y otros grupos de interés para gastar todo el dinero que quieran y puedan en propaganda para apoyar o cuestionar, en atacar a cuanto candidato a puesto público se  presente en tiempos electorales.

¡Qué gran victoria! Lo es, tengan en cuenta que Estados Unidos es la nación más poderosa, heredera y representante de la llamada Civilización Occidental y Cristiana, que también es, por otra parte, el líder indiscutible de la globalidad en la que respiran y no olviden que una de las inclinaciones más comunes entre los humanos es la imitación.

Lo que no acabo de entender es que haya tantos de ustedes que se inquieten e incluso se indignen por esta mi última gran victoria, pues lo único que ha hecho el Tribunal Supremos estadunidense es sacar los hechos que se producían en lo oscurito a la luz del día, en quitar la máscara de moralina con la que cubren tantos de sus actos, ¿pues a poco no es verdad que, en mayor o menor medida, en todos los países no es común el llamado cabildeo entre los representantes o gestores de las grandes empresas, corporaciones, sindicatos y otros intereses y los políticos? ¿Entonces?

Para terminar la presente, les confieso que ya me están cansando el que tontamente me estén culpando de tantos de los males que sufren; si abundo porque abundo, si escaseo porque escaseo. Quiero aclararles que, en lo particular, no soy el mayor contribuyente a ese auge creciente de mi poder, sino ustedes, los humanos. Y así seguirá siendo mientras no moderen su amor hacia mí y se sigan humillando ante mí porque el que me posee es hermoso, aunque sea feo; porque doy y quito decoros y quebranto fueros, leyes; porque hago iguales al rico y al pordiosero; porque rompo recatos, etcétera, como bien dijo el poeta.

Piénsenlo, creo que merece la pena por su bien.

Sin más por el momento.

DON DINERO

 

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