"El mundo invisible de René Magritte"
MÉXICO, D.F., 31 de marzo (Proceso).- Con obra digna pero nada espectacular o emblemática, con una museografía caótica y una carente estrategia de comunicación que sin cobro alguno explique la importancia creativa del artista, el Museo del Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México aloja una retrospectiva de René Magritte (1898-1967) la cual, lamentablemente, no logra transmitir la profunda, inteligente y misteriosa propuesta del surrealista belga.
Comisariada por la directora y subdirectora del recinto –Roxana Velásquez y Sandra Benito, respectivamente–, la realización de la muestra contó con el apoyo de la Fundación Magritte y la asesoría curatorial de Michel Draguet, director del Museo Magritte que se inauguró el año pasado en Bruselas.
La selección está centrada en la obra pictórica y pone énfasis desiguales en los distintos periodos del artista; así, el contenido de la exposición ejemplifica una buena parte tanto de sus propuestas creativas como de su iconografía más conocida: cielos azules con nubes blancas, ojos, piedras, figura masculina con bombín. Integrada con piezas que abarcan tanto sus inicios surrealistas en los años veinte del siglo pasado, hasta las últimas obras realizadas en los años sesenta, la exposición excluye su controvertida obra postimpresionista de los años cuarenta.
Diseñada museográficamente para un público conocedor que no necesita introducirse en la esencia y significado contextual del artista, la muestra banaliza notoriamente la apasionante complejidad que caracteriza a las imágenes de René Magritte. Reflexivo en lo que respecta a la relación entre el pensamiento, la realidad y la imagen que aparentemente representa esa realidad, Magritte desarrolló un lenguaje que se basa en la alteración del orden de las convenciones del pensamiento. Cielos diurnos con paisajes nocturnos, sirenas con piernas de mujer y torso-rostro de pez, plantas transfiguradas en animales, enormes rocas que se suspenden en el aire.
Maestro en la integración de la creación artístico-pictórica con la reflexión sobre la apariencia de la realidad, Magritte logró la magia de hacer visible el pensamiento. Construida cada una de sus pinturas como un pretexto para activar la mente a través de la seducción visual, sus obras requieren de entornos limpios y tranquilos para poder ser pensadas y apreciadas.
Producida por el Instituto Nacional de Bellas Artes con un costo de 16 millones de pesos y diseñada para ser visitada por un público masivo y numeroso, la muestra El mundo invisible de René Magritte es una gran contradicción. Concebida museográficamente con base en las ideas implementadas para los espacios del museo Magritte, la exhibición mexicana carece del ambiente adecuado para relacionarse con la esencia conceptual del extraordinario artista. Exagerada en la oscuridad de los espacios, sin congruencia cronológica, y sobresaturada visualmente en el contenido de las salas, la muestra es una experiencia museística que resulta antimagrittesca.