"Género, poder y política en el México posrevolucionario"

domingo, 11 de abril de 2010 · 01:00

MÉXICO, D.F., 7 de abril (apro).- Género, poder y política en el México posrevolucionario, una publicación coeditada por el Fondo de Cultura Económica (FCE) y la Universidad Autónoma Metopolitana (UAM) es la que acaba de aparecer bajo la compilación de Gabriela Cano, Mary Kay Vaughan y Jocelyn Olcott.

         El libro de 500 páginas se divide en cuatro partes: “La cultura revolucionaria en los cuerpos”, “Moldeando la esfera doméstica”, “Género en organizaciones sindicales”, y “Las mujeres y la política revolucionaria”; con un epílogo de Lynn Stephen, “El activismo de base de las mujeres del campo, 1980-2000; la nación vista desde abajo”, y las reflexiones finales de Temma Kaplan, “Género, caos y autoridad en tiempos revolucionarios”.

         El siguiente es el prólogo escrito por Carlos Monsiváis, titulado “De cuando los símbolos no dejaban ver el género (Las mujeres y la Revolución Mexicana)”:

“Gabriela Cano, Mary Kay Vughan y Jocelyn Olccott han compilado una serie de ensayos (investigaciones, incursiones temáticas) sobre las mujeres, el género y la Revolución Mexicana. La antología toca temas muy diversos, las coronelas de la Revolución, el machismo a tijeretazos en la Ciudad de México, el tratamiento fílmico de las mujeres indígenas, el divorcio en medios conservadores, la educación femenina, la construcción de las nuevas familias, la vida sindical, el sexo racionalizado, el activismo de las católicas y de las organizaciones rurales y el sexismo en el Frente Popular.

         “Sin embargo, no obstante su variedad el libro ofrece un panorama unificado y complejo, y se aparta con vigor de las generalizaciones. Ya se sabe que Dios, el diablo y los lectores atentos están en el detalle. En las notas que siguen me propongo un panorama tal vez complementario del ofrecido en una recopilación tan significativa como la presente.”

 

“El principio antes del principio: las feministas del inicio

La bienvenida al feminismo se da a través de la ridiculización y los hostigamientos y, además, se produce relativamente tarde. En la sociedad inaugurada por la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma de 1860, es inadmisible la participación femenina fuera de la ‘zona sagrada’ (la recámara, la cocina, las labores domésticas, la misa, el confesionario); eso, aunque desde 1821 hay grupos que exigen sus derechos cívicos, acción vigorizada por la causa liberal. Pero la mirada social no las toma en cuenta, las desvanece y silencia. No sin excepciones: a fines del siglo XIX una suerte de profetisa mezcla las alucinaciones místicas y la agitación radical. Teresa Urrea, la santa de Cabora, proclama sus visiones (entonces un medio no reconocido de comunicación masiva), adquiere un discipulado y es el símbolo de la resistencia a la injusticia. En Tomochic (1895) Heriberto Frías narra la sublevación de un pueblo y su trágico aplastamiento.

“En la Ciudad de México, en el siglo XIX y el siguiente el espacio más libre o menos intolerante del país, surgen grupos que alegan apasionadamente los derechos de la mujer (en singular; se defiende a la especie y no a sus integrantes), asisten a las reuniones gremiales, intervienen en las huelgas (no son lideresas pero sí las activistas indispensables), y se afilian al Partido Liberal Mexicano de los anarcosindicalistas. Fuera de este ámbito, su presencia resulta inconcebible. El celo patriarcal y su transmutación en código de los reflejos condicionados de las familias, santifican el atraso de las mujeres (‘Mujer que sabe latín, ni tiene marido, ni tiene buen fin’, o quizás ‘Mujer que se independiza no asiste a misa’). En la segunda mitad del siglo XIX, la gran mayoría de las mujeres no tiene acceso a la educación y los espacios públicos, y debido a eso y en pos de la secularización los liberales juaristas impulsan algunos cambios. Gracias a un punto del Programa de Gobierno (1861), las mujeres ingresan selectiva y paulatinamente a las universidades, y en la provincia se fundan escuelas normales ‘para señoritas’. Con el anhelo de espacio propicio y convencida del impulso emancipador de la educación, la escritora Laureana Wright de Kleinhaus funda la primera revista ‘de género’ en México, Violetas del Anáhuac (1884-1887), que entre multitud de poemas y reflexiones moralistas demanda el sufragio femenino y la igualdad de ambos sexos.

“En el campo del trabajo hay hechos significativos. En la reunión de 1876 del Congreso General Obrero de la República Mexicana una agrupación, La Social, envía a dos mujeres de representantes y en la sesión general --informa John M. Hart en El anarquismo y la clase obrera mexicana 1860-1931-- el socialista Mata Rivera se opone al desempeño de las mujeres en los asuntos públicos. Los de La Social parecen convencidos; en efecto, las delegadas en el Congreso son un precedente riesgoso. Muñúzuri, editor de El Hijo del Trabajo, persuade a la asamblea de lo contrario. Por vez primera en la historia del movimiento obrero de México, las mujeres intervienen en una organización nacional.”

 

jpa

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