¿Paquete? ¡Paquetazo!
MÉXICO, D.F., 14 de abril (apro).- Muy señores míos, lectores de la presente: seguro que habrá entre ustedes más de uno que esté de acuerdo con lo expuesto en la misma, en que si las acusaciones de que Juan Pablo II actuó como tapadera en casos de pederastia ejecutados por sacerdotes de su Iglesia, así como en las depravadas acciones cometidas por Marcial Maciel, fundador de Los Legionarios de Cristo, dejan un paquete, ¿qué digo?, ¡paquetazo!, a los que tienen la misión de llevar a dicho Papa a los altares, de hacerlo santo.
Lo digo porque ahora no van a tener el beneficio de la duda para su causa, pues hoy no son únicamente las voces de los no pocos que fueron víctimas de tan abominables actos los que eso dicen, incluso el jerarca de la Santa Madre Iglesia ha declarado que Juan Pablo II fue el promotor de ese silencio cómplice ante esos vergonzosos hechos, y lo ha declarado urbi et orbe, o sea, a los cuatro vientos.
Según parece, tal actitud encubridora del papa Juan Pablo II se debió al temor del mismo de que el balconeo de tan reprobables hechos por parte de funcionarios de la Iglesia de Roma desataría un huracán mediático… y no se equivocó en modo alguno, ya que ese temor se ha cumplido y ese mismo temor se ha hecho a sí mismo en más carne para el tigre de la malicia, de la suspicacia humana… y con razón.
Reflexionemos al respecto: la sabiduría sagrada de la Santa Madre Iglesia nos ha dicho y sostiene que al Papa se le otorga y tiene la facultad… y la obligación, como capitán indiscutible e indiscutido que es de la Nave de San Pedro y para que la misma no pierda el rumbo, se le ha dado y tiene –repito— la potestad de ser el guardián constante y vigilante incansable de la fe y, por lo tanto, también la obligación de investigar, juzgar y, en su caso, castigar en la medida de su falta, a todo aquel que pecare contra la sacra imagen y buena andadura de la Nave de San Pedro… sobre todo y ante todo si esos transgresores de la ley divina son mandos de dicha Nave.
Ante esta realidad, esa potestad y obligación, difícil es de creer que el papa Juan Pablo II, con su saber, habilidad y mundología, esto es, con su experiencia y conocimiento del mundo y de los hombres, no se diera cuenta de que la imposición del silencio ante los indecentes hechos señalados al inicio de la presente, por temor al escándalo mediático, provocaría al tigre de la malicia, a la suspicacia humana, con lo que haría mayor el mismo, como está sucediendo en este tiempo; cuesta trabajo entender que con su sapiencia y práctica mundana, no comprendiera que su decisión de guardar silencio ante las perversas acciones llevaría a la Nave de Pedro, de la que era piloto y capitán, a un peligroso mar de corrientes traicioneras, bancos de arena y de filosos e hirientes escollos que la expondrían al peligro… y a él mismo, como se está viendo en estos días.
Esta realidad, y las de no haber dado crédito, no haber investigado y haber intentado ser sepulturero de la verdad gritada por víctimas de esos nefandos actos, confirman –ni modo— y han hecho bueno lo que los suspicaces dijeron desde el principio de su gestión como jefe de la Iglesia católica: que su papado sería un golpe a la derecha, y lo corrobora el acoso y cerco que sufrió de su parte el sector liberal de la misma. Estas evidencias, con las anteriores aquí expuestas, los lectores dirán si demuestran o no que a la verdad proclamada por la sagrada sabiduría de la Santa Madre Iglesia que afirma: “la verdad hace libre a los humanos”, se opuso e impuso o se trató de imponer la verdad --¿de conveniencia?--. Ustedes, lectores estimados, juzguen qué sugiere: “la verdad aireada en público no siempre hace libre a los hombres”.
Verdad es que estos hechos aquí balconeados escandalizarán e incluso indignarán a no pocos lectores de la presente; a los mismos les digo que no merecen que los pongan en ese extremo pues, siento decirlo, siempre ha sido así. En los largos años que llevo sobre la Tierra, siempre he visto que las jerarquías de derecha de la Santa Madre Iglesia se han distinguido por perseguir una y otra vez también a los empeñados en preferir la verdad que libera, en este mundo y en el otro, a la que duda de sí misma, díganlo si no fue y sigue siendo así las persecuciones sufridas por los bogumilos, cátaros, albiguenses, el monje Joaquín de Floris y sus partidarios, los arnolfinos, seguidores de Arnolfo de Brescia, los franciscanos en ciertos momentos y los partidarios de la denominada Teología de la Liberación en esos sus días.
Verdad es que esas jerarquías religiosas de derecha ya no excomulgan ni queman en la hoguera como solución para acabar con los rebeldes, con los que los critican, pero “hay muchas maneras de matar pulgas”, como dice el refrán, maneras que pueden caer en el pecado mortal por necesidad, quieran o no lo juzguen así los que las ponen en práctica…
Nota: La larga carta a este buzón, de la que damos un resumen por considerarla de interés para los estimados lectores, está firmada por El Judío Errante. La próxima semana les daremos a conocer una síntesis del resto de la misma.
VALE