"Un pedazo de mar por bocacalle. Homenaje de amistad a Fernando Espejo"
MÉXICO D.F., 14 de abril (apro).- Necesario, fértil y muy grato resulta este volumen en formato de cuaderno que, en 212 páginas y con un anexo iconográfico del poeta emeritense (1929-2007), ofrece el compilador Carlos Peniche Ponce, su colega y paisano.
A él se debe también la introducción, más bien un breve estudio, precedido del prólogo que encargó a Hernán Lara Zavala en esta edición publicada en coautoría por Editorial CEPSA y el Ayuntamiento de Mérida, Yucatán.
Además de los citados trabajos, componen el libro 25 textos y poemas de Álvaro Mutis, Roldán Peniche Barrera, Juan Duch Gary, Roger Cicero Mac-Kinney, Roger Campos Munguía, Francisco José Paoli Bolio, Manuel Alvar, Ricardo Bello Bolio, José Menéndez Navarrete, María Teresa Mezquita Méndez, Gaspar Gómez Chacón, Jorge H. Álvarez Rendón, Margarita Díaz Rubio, Luis Pérez Sabido, Felipe Ahumada Vasconcelos, José Díaz Cercera, así como del propio Peniche Ponce.
Asimismo, tres entrevistas, una sin firma y las otras de Patricia Garma Montes de Oca y Joaquín Tamayo. Se recogen también cinco discursos de Espejo, así como nueve “prosas dispersas” y siete “poemas conocidos”, como “El mar”, cuyo último verso da precisamente título al libro.
Aquí el prólogo de Hernán Lara Zavala titulado Fernando Espejo: Me hubiera gustado:
“Lamentablemente Fernando Espejo y yo estuvimos destinados a ser amigos más tarde que temprano. Pasaron muchos años antes de encontrarnos, a pesar de nuestros múltiples amigos y lazos en común: Martha Espejo, su sobrina, casada con Rubén Iturralde; Raúl Renán que asistía a las tertulias yucatecas del ya desaparecido Café de las Américas, en donde Chucho Amaro Gamboa y el propio Fernando llevaban la voz cantante; Rodrigo Mora, su vecino en las calles de Fernando Leal, fotógrafo y escritor, que siempre me lo ponderaba con cariño, afecto y admiración por sus alegres fiestas familiares y su gran apego a la cultura y a la música yucateca y me insistía en que quería presentarnos; Carlos Peniche Ponce y Roger Campos, que no cesaban de recomendarme que lo buscara en la Ciudad de México. Sin embargo, no fue personalmente como tuve mi primera aproximación a él, sino por la célebre grabación ‘El habla de los yucatecos’, que llegó a mis oídos de manera providencial y que me hizo reír, disfrutar, reflexionar y convencerme de que escuchaba a alguien que, además de poseer el don de la conversación, conocía a fondo las costumbres y las curiosas expresiones sincréticas del maya y el español que constituyen el habla yucateca.
“El sábado 4 de febrero de 2006 Rodrigo Moya inauguró a las 12 del día una exposición de fotografía en la Colonia Polanco titulada ‘El trenecito’, en la galería López Quiroga. Después de recorrer la exposición, cuál sería mi sorpresa cuando Rodrigo me dice: ven que te quiero presentar a alguien. De súbito me veo frente a un hombre alto, elegante, delgado, de abundante cabello entrecano, lentes y sonrisa franca. ‘Él es Fernando Espejo’. Nos abrazamos y, ese mismo mediodía, sin plan preestablecido, nos fuimos a comer juntos al Club Asturiano que se encuentra en las calles de Arquímedes. Yo sabía que además de publicista y conferencista Fernando era poeta, periodista, narrador y compositor. Él había leído algunos de mis libros y, como si hubiéramos sido amigos de toda la vida, conversamos afectuosamente e incluso antes de comer me confió: “en honor a nuestro encuentro voy a faltar a mi prescripción médica y me voy a tomar una copa de vino contigo”. Y así nos pusimos al día sobre varios tópicos: vida y familia, amigos y conocidos, libros, autores y gustos.
“Ese primer encuentro bastó para que Fernando me citara a desayunar en la Tasca Manolo, donde le gustaba reunirse con sus amigos. En esa ocasión solos, tuvimos la oportunidad de hablar más en serio y tocar temas personales, musicales y literarios con entusiasmo, afecto e intimidad. Nos despedimos cerca del mediodía. En ese entonces yo dirigía la revista Casa del Tiempo de la UAM y le pedí una colaboración. Aceptó gustoso y quedamos en volvernos a reunir. Pocos días después me envió su hermoso y evocador libro Tragaluz, Pláticas de familia, así como un par de discos con su poesía y sus canciones, junto con una prosa breve para su publicación titulada “Me hubiera gustado”, fechada en Coyoacán abril de 2006 y que a la postre resultó una suerte de legado sobre su oficio de poeta.
“’Me hubiera gustado’ apareció en el número 89, correspondiente a junio de 2006 de Casa del Tiempo dedicado, ni más ni menos, a James Joyce y Ulises. El texto de Fernando inicia así: ‘Me hubiera gustado poder mostrarle algunos de mis versos a mi padre. Me hubiera gustado ver si ponía cara de asombro: ‘se va a morir de azúcar tu cintura/como la flor que sueñan las abejas’ ¿qué tal eso papá?’, y de ahí continúa con una serie de recuerdos sobre su formación de poeta, alentado por su padre que lo conminaba a leer a Bécquer y a Núñez de Arce, hasta que un domingo en que publicaron un soneto suyo en la Página Literaria del Diario de Yucatán, a los 18 años, y su padre lo despertó con un periodicazo en el brazo de la hamaca diciéndole: ‘¡Despierta poeta!’ Pero su madre murió cuando Fernando tenía 21 años. Sin embargo, ‘Me hubiera gustado’ continua evocando los diversos encuentros que tuvo durante su vida con Octavio Paz o con Carlos Pellicer, así como García Lorca, Gorostiza o Sabines. No obstante, al final del texto confiesa que el reconocimiento más anhelado era el de su propio padre: ‘Me hubiera gustado --más que a ningún otro-- tratar de apantallar a mi padre: Aquí mi padre quiso que yo fuera/ como el paisaje en los alrededores/como esta casa y como la primera/ conversación que hicimos de señores…’
“Vi por última vez a Fernando en Mérida con motivo de la presentación del libro Peregrina: Mi idilio socialista con Felipe Carrillo Puerto editado por Michael Schuessler. Estuvo brillante, como siempre, y se me quedó grabado su comentario sobre el frustrado escape de Carrillo Puerto en la Manuelita: ‘aunque he leído infinidad de veces el trágico episodio siempre que lo releo siento otra vez el deseo de que logre escapar, de que por favor se salve.’
“Durante el velorio, Gloria, su esposa, nos comentó que Fernando, ya sin la facultad del habla que tanto lo ennoblecía, se despidió sereno con ademanes amorosos de ella y de sus hijos como si emprendiera un viaje más en su vida.
“Saludo a Fernando Espejo: al poeta, al compositor, al prosista y al gran conversador y sólo lamento, como él, que ‘me hubiera gustado’ disfrutar más del privilegio de su sapiencia y amistad.”
cvb
--FIN DE NOTA--
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