Santa Cruz Atoyac exige su cristo negro

domingo, 4 de abril de 2010 · 01:00

Las organizaciones populares de este antiguo pueblo de la Ciudad de México –atrapado entre ejes viales, centros comerciales y la misma sede de la delegación Benito Juárez– aseguran que la joya de su culto, un valiosísimo cristo de pasta de caña del siglo XVI (valuado en 70 millones de euros en el mercado negro), fue sustituido durante una restauración del INAH. Acusan al párroco del templo, Sergio Oliva, y presentan una denuncia ante la Procuraduría General de la República, pero éste señala que se le exoneró.

 

Protegida al parecer por la Arquidiócesis de México y por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), una influyente red de traficantes de arte sacro se ha robado más de 100 valiosas piezas artísticas del templo de Santa Cruz Atoyac, una de las primeras parroquias construidas por los evangelizadores españoles y situada al sur de la Ciudad de México.

Entre los tesoros robados destaca el Señor de la Preciosa Sangre, un cristo del siglo XVI valuado en aproximadamente 70 millones de euros en el mercado negro. La escultura –elaborada con pasta de caña– quizá ya se sacó del país para ser vendida a algún rico coleccionista privado del extranjero.

Pero dicho cristo no es sólo una valiosa obra de arte, sino que también ha sido –durante más de cuatro siglos– el más venerado objeto de culto del pueblo de Santa Cruz Atoyac, por lo que un grupo de pobladores interpuso una denuncia ante la Procuraduría General de la República (PGR), exigiendo que se les restituya su santo patrono y se castigue a los saqueadores.

Don Mauricio Reyes Hernández, quien a nombre del grupo puso la denuncia, señala que fue un robo muy sofisticado, pues el cristo se sustrajo del templo con el pretexto de que necesitaba ser restaurado.

Relata:

“Nuestro cristo estaba en buen estado. Pero el párroco del templo, el padre Sergio Oliva, empezó a decirnos que estaba muy dañado y que requería de una restauración. De esa manera, entre octubre de 2007 y abril de 2008, el cristo supuestamente se mandó restaurar, por medio del INAH y de la Comisión de Arte Sacro de la arquidiócesis de México. Pero después nos entregaron otro cristo muy diferente e intentaron hacerlo pasar por el Señor de la Preciosa Sangre ya restaurado.”

–¿Qué pruebas tienen para asegurar que no es la misma escultura?

–Mire, nosotros conocíamos cada pequeño detalle de nuestro cristo. Durante generaciones la gente del pueblo le cambiaba su atuendo, sobre todo durante las festividades. Teníamos contacto físico con él. Era un cristo agonizante, y nos lo cambiaron por un cristo muerto. Ahora, la gente que entra al templo lo primero que dice es: ‘Éste es otro cristo’. Lo nota a golpe de vista.

Nativo de Santa Cruz Atoyac, don Mauricio señala que además cuentan con dos dictámenes, elaborados por el propio INAH, que prueban la sustitución de la imagen. Y los muestra al reportero. El primero de ellos fue elaborado por la restauradora de esa dependencia, Roxana Romero Castro, el 16 de octubre de 2007, al iniciarse la restauración. Ahí se señala que la pieza tiene una altura de 2.10 metros, la extensión de los dos brazos abiertos mide 1.80 metros, y la cintura 50 centímetros. 

Mientras que el segundo reporte, elaborado siete meses después –el 26 de mayo de 2008–, al término de la restauración, señala que la pieza mide 2.20 metros de altura, 1.75 de brazos y 45 centímetros de cintura. Este segundo dictamen lo elaboró María del Carmen Castro Barrera, directora de Conservación e Investigación del INAH.

Comenta don Mauricio:

“Ni siquiera tuvieron el cuidado de respetar las medidas; nos entregaron un cristo 10 centímetros más alto. Solo falta que nos digan que nuestro cristo creció y que se trata de un milagro.”

Ante esta sustitución, don Mauricio interpuso la denuncia en la PGR el 18 de noviembre de 2008. En ella dice que además desapareció la “lámina de oro” que recubría el cendal, así como un moño de “oro macizo” que en un costado tenía la escultura original, hecha por artesanos michoacanos y traída al templo el “primer domingo del año de 1565” por los padres franciscanos.

Pide en la denuncia que se “finquen responsabilidades penales” al párroco de Santa Cruz, Sergio Oliva, y a su asistente Luz María Medinilla, así como al arquitecto Miguel Ángel Castañeda, principal responsable de la “supervisión” del INAH. Indica que estas personas están coludidas en un “probable fraude” del que incluso tiene conocimiento el cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México.

Aparte del cristo –que le daba identidad al pueblo–, la denuncia indica que “hacen falta ya más de 100 piezas, entre imágenes de culto (muchas del siglo XVI, según la memoria del pueblo) y ornamentaria”. Y señala también que al templo de Santa Cruz se le somete a una remodelación que no respeta su arquitectura original.

De 16 páginas, la denuncia remata:

“Esto demuestra una vez más la corrupción e impunidad en la que desafortunadamente estamos inmersos y que debido a ello estamos perdiendo no sólo un monumento histórico, sino también la historia de nuestro pueblo en los últimos 443 años.”

 

El cardenal, enterado

 

Don Mauricio dice representar a dos agrupaciones agraviadas: la Asociación de Residentes de la Colonia Santa Cruz Atoyac y la Comisión en Defensa del Patrimonio Histórico del Pueblo de Santa Cruz Atoyac. Lo mismo a la cofradía del Señor Santiago y a la cofradía de la Virgen del Carmen. 

En su modesta vivienda –un remanso con aire provinciano, donde macetas y jaulas de pájaros se alinean en el patio–, don Mauricio se alisa el bigotillo, luego se lamenta:

“Nos están arrancando nuestras raíces. ¡De plano! Con decirle que, ahora con la remodelación del templo, hasta exhumaron a nuestros muertos que teníamos enterrados en el piso de la parroquia. Ni sus lápidas dejaron. Ahí estaban enterrados mis tatarabuelos y bisabuelos. Y el atrio lo convirtieron en un estacionamiento público donde se cobra por entrar... ya todo es negocio.”

–¿Han recurrido al cardenal Norberto Rivera?

–Sí, en una ocasión le pedimos una cita para hablarle sobre la desaparición del cristo. Pero nos mandó a uno de sus vicarios. Éste nos dijo que nada podía hacer por nosotros porque cada párroco manda en su templo. 

En la entrevista, don Mauricio es acompañada por el arqueólogo Carlos Jiménez Hidalgo, representante del Consejo de Pueblos y Barrios del Distrito Federal y quien lo asesora en sus gestiones.

Afirma tajante el arqueólogo:

“¡Esa pieza fue sustituida! Que nos aclaren qué pasó durante los meses en que supuestamente estaba en restauración, una restauración que además no necesitaba. Hay puntos oscuros. El pueblo de Santa Cruz Atoyac está indignado por la desaparición de su santo patrono.”

–¿En el robo estarán coludidos funcionarios civiles y eclesiásticos?

–No me atrevo a dar un sí tajante, pero puede ser, pues no hay otra manera. Se necesita conocer de arte sacro. No es delincuencia común, sino toda una red dedicada a saquear iglesias. El Senado ya elaboró un documento al respecto, mientras que la PGR prepara personal para que se capacite en este tipo de robos, pues finalmente es patrimonio nacional lo que se está perdiendo. Y este debió ser un robo hecho por encargo. 

–¿Un robo planeado por especialistas?

–Evidentemente, pero no sabemos quiénes son con exactitud. Ignoramos si son personas de la Comisión de Arte Sacro, si son del INAH… no tenemos pruebas para hacer una acusación tan directa. Lo cierto es que, de ese templo, ya han desaparecido aproximadamente 150 piezas en los últimos 10 años, entre esculturas, óleos y objetos litúrgicos. ¡Claro! El cristo es la pieza más valiosa.

–¿Cuánto valdrá en el mercado negro del arte?

–Depende dónde se compre. Si se compra todavía en México su valor es menor, unos 5 millones de dólares. En cambio, el precio aumenta muchísimo cuando el traficante ya logra sacarla al extranjero. Esa pieza tal vez esté en Europa. Allá andará costando unos 70 millones de euros. Quizá un coleccionista privado ya la compró. 

–¿Por qué tan costosa?

–Por sus características. Tenemos información de que solamente hay cuatro cristos semejantes. Uno de ellos está en la catedral de la Ciudad de México y otro en España. Son piezas hechas con bagazo de caña, bajo una técnica muy especial. Les llaman cristos de ‘tatzingue’. Son huecos por dentro. En su interior resguardan códices. En cambio, el Señor de la Preciosa Sangre guardaba tres pequeñas campanas de oro.

Refiere el arqueólogo que, justamente, al cristo que está en España, llamado El Crucificado de Bornos –por estar en la parroquia de Bornos, perteneciente a la provincia de Cádiz– acaban de descubrirle el códice en su interior, que data de 1540.

Coinciden los entrevistados en que el sacerdote Sergio Oliva, por ser el párroco del templo, es el principal responsable de la sustitución del cristo.

Pero el padre Oliva desmiente tales versiones:

“No, no, el cristo es el mismo. No hubo ninguna sustitución. Simplemente se restauró”, dice a Proceso.

Agrega que respondió a la denuncia en su contra y aclaró las cosas ante la PGR:

“Acudí a la PGR en calidad de testigo, no como acusado. Y ésta ya me exoneró.”

–¿Cómo fue que decidió restaurar la escultura?

–No fue idea mía. Le cuento: El anterior párroco, el padre Arnulfo, tenía solamente el proyecto de construir nichos, pero no lo pudo concretar porque lo cambiaron de parroquia. Yo llegué aquí en 2004 y retomé su proyecto. Pero el INAH me recomendó que lo mejor sería rescatar todo el templo, restaurando también sus imágenes. El proyecto de rescate empezó en 2006 y todavía continúa. Por lo pronto, el cristo ya quedó restaurado.

–Se dice que no es el mismo cristo, que éste es 10 centímetros más alto que el original. ¿Cómo sucedió esto?

–No lo sé. Desconozco los detalles. Lo único que puedo decir es que esa restauración está totalmente avalada por el INAH y por la Comisión de Arte Sacro de la arquidiócesis. Tengo toda la documentación que lo prueba. Al cardenal Norberto Rivera se le mantiene informado. 

Acepta que, encabezados por don Mauricio Reyes, hay un grupo de pobladores inconformes con el rescate, pero señala que son una “minoría” y “sin ninguna representatividad” en el pueblo.

Explica:

“A estos inconformes los mueve el dinero. A don Mauricio, por ejemplo, la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (Sederec), del gobierno del Distrito Federal, le entregó 50 mil pesos para que implemente un proyecto de rescate de la cultura de Atoyac. Y a su hijo Román le entregó 36 mil pesos. Ellos tratan de justificar su proyecto oponiéndose al nuestro, diciendo que estamos atentando contra sus tradiciones.”

El padre Oliva recalca que cuenta con el apoyo de la comunidad, principalmente de las tres mayordomías, encargadas de organizar los dos festejos patronales, el realizado cada primer domingo del año y el del 3 de mayo, día de la Santa Cruz. 

“Desde el principio, yo organicé una junta con los nativos para hablar sobre el proyecto de rescate. Ellos estuvieron de acuerdo”, dice.

–¿No realizó exhumaciones, como se le acusa?

–No, para nada. Ni siquiera se quitaron las lápidas. Sólo se recubrió el área con un nuevo piso.

El párroco deambula entre las obras de remodelación. Observa al grupo de albañiles colocando adoquines en un área del atrio, que actualmente sirve de estacionamiento público.

“Es difícil encontrar estacionamiento en la zona. Por eso damos este servicio. Pedimos un donativo de 10 pesos por automóvil. No es ningún negocio y el INAH está informado. En cuanto concluyan las obras, no se permitirá más la entrada a los vehículos”, comenta.

Señala los añejos olivos del atrio, circundados por arriates de roca. Refiere:

“Esos olivos fueron sembrados por los evangelizadores franciscanos que construyeron el templo en el siglo XVI, evitamos que resulten dañados por las obras.”

Apunta a la fachada de estilo plateresco, y explica:

“Se pintó color ocre, con pintura hecha con baba de nopal, como la original.”

Se escucha el barullo de los cláxones de la avenida Cuauhtémoc. El templo y el pueblo de Santa Cruz quedaron en medio del asfalto, entre ejes viales, modernos centros comerciales y edificios de cristal de la delegación Benito Juárez.

El sacerdote entra a un recinto del templo donde guarda antiguas esculturas religiosas –una Dolorosa y un Nazareno del siglo XVIII, entre otras figuras resquebrajadas–. Muestra además dos grandes óleos recién restaurados.

“Aquí, que yo sepa, no se ha perdido nada”, asegura.

Enfila después rumbo al altar. Se para frente a él. Ahí está el enorme cristo negro, adosado a la pared, con su cabeza inclinada y cubierta con una corona dorada.

“No se sabe de qué siglo sea. Ni cómo llegó aquí. Dicen los peritos que no puede ser del siglo XVI y elaborado en la Nueva España, pues en ese tiempo los indígenas todavía no tenían la habilidad para elaborar este tipo de piezas”, concluye el párroco.  l


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