Festival de Sonora: un desierto para la danza
HERMOSILLO, Son., 2 de mayo (apro).- A 18 años de haber dado sus primeros pasos, el festival “Un Desierto para la Danza” está listo para convertirse en un evento autónomo, sin necesidad de asesoría o curaduría por parte del INBA o Conaculta.
Semillero de buenos coreógrafos --Adriana Castaños, David Barrón, Benito González, Miguel Mancillas y Evoé Sotelo--, el estado ha dado hasta ahora seis premios nacionales de danza.
La zona tiene otros creadores, como Manuel Ballesteros, Aldo Siles, maestros como Ángeles Martínez y Zygfryd Ryzko, y una buena cantidad de academias de danza con profesionales realmente capaces, como Alma Sofía García y Banky Osio, entre otras. Esto sin contar los bailarines que, egresados de la Universidad Autónoma de Sonora o del Núcleo Antares, poseen condiciones óptimas en cuanto a técnica e interpretación.
Por ello, el resultado de la edición 18 de “Un Desierto para la Danza” es claro: teatro lleno en todas las funciones, con colas larguísimas de gente ávida por comprar boletos y un público sensible y educado que valora los espectáculos programados.
La sociedad sonorense está preparada, pues, para tener temporadas permanentes de danza, mientras en la Ciudad de México se instrumenta todo tipo de programas para promover que el público asista a ver espectáculos de ese tipo y los teatros siempre lucen vacíos,
Con el grupo Antares como anfitrión del festival, se contó con la presencia nacional de Producciones La Lágrima, de Adriana Castaños; Cressida Danza, de Lourdes Luna; Delfos Danza Contemporánea, de Claudia Lavista y Víctor Manuel Ruíz; Contempodanza, de Cecilia Lugo, y Antropía, de Jessica Sandoval. En la parte internacional se presentó Lanónima Imperial de Juan Carlos García, de Barcelona, y Boandanz Action, de Estados Unidos.
Alternativamente a la parte escénica se efectuó el Festival Internacional de Danza y Medios Electrónicos, presidido por Mariana Arteaga y Haydé Lachino, todo un programa de actividades paralelas, como la exposición fotográfica colectiva Corpuscinesis, sobre danza contemporánea, así como la presentación del libro Silencios, de Claudia Lavista.
También hubo talleres de técnica clásica y jazz dinámico con Guillermo Maldonado, el taller de fotografía en movimiento con Gloria Minauro, técnica de danza contemporánea con Francisco Illescas, e improvisación y coreografía con David Barrón.
Con una oferta de este tipo, es claro que la danza sonorense tiene rato de haber llegado a la mayoría de edad y merecería un festival propio, del nivel del de ópera en la ciudad de Alamos. Y la cercanía con Estados Unidos permitiría cuentear fácilmente a las grandes compañías europeas y estadounidenses que se presentan en California, y en convenio con otras ciudades como Tijuana, Mexicali y Mazatlán, se podrían crear corredores con danza de un perfil muy alto.
De forma paralela, existe también un gran número de grupos de danza contemporánea a nivel nacional como ApocApoc, de Jaime Camarena; Forámen Mágnum, de Marcos Rossi; La Cebra Danza Gay, de José Rivera; Aksenti, de Duane Cohran; El Cuerpo Mutable, de Lidya Romero; Quiatora Monorriel, de Benito González y Evoé Sotelo; Tandem, de Leticia Alvarado, y Producciones La Manga, de Gabriela Medina, que podrían llevar a cabo proyectos de colaboración e intercambio con los artistas sonorenses y obtener resultados por demás sorprendentes.
Con un buen reforzamiento de las condiciones técnicas del Teatro de la Ciudad, la compra de equipo profesional para puestas en escena más complejas y la construcción de camerinos adecuados, cualquier grupo de nivel profesional del mundo podría presentarse en Hermosillo.
De igual forma, los grupos sonorenses podrían trabajar en municipios y ciudades del propio estado con gran éxito. Y es que Sonora posee las condiciones para desarrollar su propio movimiento dancístico de alto nivel. La posibilidad de exportar danza sonorense es un filón de oro que el Instituto de Cultura no debe de desaprovechar.