El artista, el filósofo y el guerrero de Paul Strathern

domingo, 30 de mayo de 2010 · 01:00

MÉXICO D.F., 30 de mayo (apro).- Uno de los atractivos de las grandes librerías es siempre su sección de biografías, pero a menos que se lleve un buen aval del autor y del traductor, a menudo el desencanto es muy grande, y el libro una charlatanería.

         Llama la atención en este rubro el nuevo título que proporciona el sello hispano Ariel: El artista, el filósofo y el guerrero. La historia de un encuentro que marcó a Europa, donde el filósofo Paul Strarhern, bajo la traducción de Joan Soler, pone a disposición una variante: tres vidas que se tocan, las de Leonardo da Vinci, Nicolás Maquiavelo y César Borgia.

         Ganador del Premio Somerseth Maugham, el irlandés Strarhern es autor de Great Writers in 90 minutes y The Big Idea: Scientist who Changed the World. Incursionó, además, en el tema renacentista con The Medici: Goodfathers of the Renaissance.

El volumen de 453 páginas es acompañado de una serie de ilustraciones (mapas, dibujos, grabados y facsimilares), una cronología que abarca de 1452 a 1527 (del nacimiento de Da Vinci a la muerte de Maquiavelo) y una interesante y muy útil lista de personajes de la época, que abre con Charlotte D’Albtret –“hermana pequeña de Jean, llegó a ser la resignada esposa de César Borgia”– y cierra con Vitelli, Vitellozzo, “a menudo mencionado simplemente como Vitellozzo, hermano de Paolo y comandante de Borgia”.

Al final hay un gran apartado de notas reunidas (las de “pie de página”) y una “Bibliografía seleccionada” y el índice de nombres.

Del prólogo del autor, “Una constelación única”, se ha seleccionado este fragmento:

“Leonardo Da Vinci, Nicolás Maquiavelo y César Borgia: una constelación única, cada uno, a su manera, símbolo de un aspecto concreto de la humanidad.

         “Borgia ha llegado a ser sinónimo de hazañas monstruosas, su nombre sólo evoca imágenes de traición, asesinato y depravación. Era un hombre que actuaba llevado por el impulso, que juzgaba a la gente  intuitivamente con una perspicacia astuta, casi animal. Un salvaje, pero también un hombre del Renacimiento… un salvaje muy culto, una mente brillante totalmente adaptada a sus instintos más básicos.

         “Por su parte, Leonardo ha llegado a ser un modelo supremo de las máximas aspiraciones humanas. Un hombre del Renacimiento in excelsis: poseía amplios conocimientos y obtuvo grandes logros en diversas disciplinas. Sus cuadros y dibujos se cuentan entre los mejores de ese período, sus voluminosos cuadernos contienen las investigaciones científicas y las invenciones tecnológicas más complicadas… aunque curiosamente, el hombre como tal sigue siendo una especie de enigma. Sabemos sobre sus ideas y obras, pero la persona real que produjo esta cornucopia de tesoros permanece como una presencia oscura cuyos ‘perfiles descomunales… nunca pueden concebirse más que débil y vagamente’. En esto se parece extrañamente a Shakespeare. Dos de los espíritus creativos más grandes de la humanidad cuyas obras son tan características, han llegado a nosotros casi sin carácter. O al menos esto parece. Sin embargo, hay un modo de tener una imagen más nítida de Leonardo. Si lo contemplamos junto a sus contemporáneos Borgia y Maquiavelo --dos personajes llenos de vitalidad--, empiezan a surgir ciertos aspectos sorprendentes e inesperados de su personalidad. ¿Qué fue concretamente lo que le empujó a aceptar el trabajo de Borgia? ¿Y cuáles eran sus verdaderas intenciones? ¿Cómo acabó relacionándose con Maquiavelo? Estas preguntas, a menudo pasadas por alto, contienen pistas esenciales del carácter de misterio que se habían formado alrededor del gran sabio.

         “Maquiavelo, en comparación, era un hombre de lo más normal: alguien a quien le gustaba bromear y beber con los amigos, y subió con gran esfuerzo por el resbaladizo mástil de la vida civil. Mentía, negociaba, espiaba y escribía informes para sus patronos políticos: era el funcionario primordial. No obstante, hacía mucho más que obedecer órdenes. Su categoría excepcional radicaba en su necesidad de comprender el funcionamiento del mundo político en el que actuaba, y en su esfuerzo por percibir una ciencia en la conducta humana. Sin embargo, fue esta misma búsqueda de la verdad, de una filosofía subyacente a las cuestiones humanas, lo que le reportaría infamia. En su obra maestra El príncipe describía cómo se comportaban realmente los seres humanos (y no cómo deberían comportarse), y cómo un dirigente poderoso podía manipular esto en beneficio propio. Debido a ello el nombre de Maquiavelo alcanzaría celebridad y sería condenado por la Iglesia y por todos los ciudadanos honrados. A su muerte, su fama se había extendido por toda Europa de modo que, a finales del siglo, William Shakespeare, en la lejana Inglaterra, podía hacer que un personaje declarara su franca honestidad --‘¿Soy un político? ¿Soy un hombre sutil? ¿Soy un Maquiavelo?’-- con la seguridad de que en el público todos, desde los caballeros y sus damas hasta los revoltosos paludos del patio de butacas, entenderían lo que quería decir.

         “Leonard, Maquiavelo y Borgia: a medida que se revelan las vidas de esos individuos dispares, vemos cómo cada una lustra un aspecto del Renacimiento, el arte, la filosofía y las guerras. Borgia era el actor que se pavoneaba por las tablas, Maquiavelo urdió el tortuoso  guión, mientras Leonardo pintaba el escenario y diseñaba los ingeniosos artilugios mecánicos que cambiaban el decorado.

         “La tempestuosa historia de Italia durante el Renacimiento produjo tanto hombres de genio como ogros, muchas de las mayores obras de arte conocidas por la humanidad y ambiciosos proyectos como no se habían visto antes. Sucesos oscuros y horrendos subyacían con frecuencia a las glorias de ese período, y en la vida de Leonardo, Maquiavelo y Borgia se cruzaron la gloria y el horror.”

 

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--FIN DE NOTA--

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