El esclavismo, otro olvido del Bicentenario oficial
Aunque se trató de “uno de los capítulos más trágicos de la historia de la humanidad”, la esclavitud de los africanos en Europa y América, México no reconoce a fondo ni enfrenta su realidad con la llamada “tercera raíz”, al grado de que la especialista Luz María Martínez narra sus esfuerzos infructuosos para que en los libros de texto se explique a los niños mexicanos esa porción de su historia.
MÉXICO, D.F., 14 de junio (Proceso).- Desde hace más de 35 años la etnóloga Luz María Martínez Montiel ha luchado para que en los libros de texto se reconozcan las aportaciones de las culturas africanas a la conformación étnica y cultural del ser mexicano; pero también el peso de la mano de obra esclava en la edificación y desarrollo de la nación desde la sociedad virreinal hasta hoy.
No ha tenido éxito.
Y es que la historia oficial sigue ponderando el mestizaje del mexicano a partir de españoles e indios y ha dejado fuera no sólo a los negros que –a decir de la investigadora– son “nuestra tercera raíz”, sino a muchos otros seres humanos que se mezclaron con la población local a lo largo de los siglos.
Poco se conoce incluso de las poblaciones negras que habitan regiones como las costas de Guerrero y Oaxaca, así como del estado de Veracruz. Y aunque con la diferencia de que las comunidades indígenas se identifican a sí mismas como herederas de culturas milenarias y luchan por el reconocimiento de sus derechos culturales, económicos, políticos y sociales desde hace siglos, los pueblos negros padecen igualmente la discriminación e intolerancia.
¿Cómo es posible –se le pregunta a la especialista– que el gobierno actual se apreste a celebrar el Bicentenario de la Independencia sin ese reconocimiento? ¿Cómo celebrar “200 años de ser orgullosamente mexicanos” sin tomar conciencia de qué es precisamente el mexicano y de todos los elementos que lo conforman, incluyendo la negritud?
En su departamento de la colonia Condesa, casi al mismo tiempo que los restos de los héroes insurgentes eran exhibidos por Paseo de la Reforma, Martínez Montiel, egresada de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y del Centro de Estudios Africanos de París, responde:
“¡Es la misma pregunta que me hago!”
Y cuestiona a su vez:
“¿Cómo vamos a enfrentar 200 años si negamos nuestros orígenes?”
Repite que desde el inicio de las investigaciones sobre la esclavitud africana y su impacto económico, social y cultural en la conformación de la nación, se ha luchado por entrar a los libros de texto gratuitos, “porque es en la escuela donde aprendemos estas cosas, y sin embargo...”
Se interrumpe, levanta las manos y tras un silencio remata:
“¿Para qué le digo? ¡Las autoridades de la Secretaría de Educación Pública!”
Su opción ha sido dar talleres a los maestros de primaria y secundaria para que conozcan del tema, y pese a que “han quedado encantados”, no se reproduce la enseñanza en las aulas. Se le pregunta si le han ofrecido una explicación. Niega con la cabeza.
–¿Ha hablado con autoridades de la SEP?
–¡Sí, cómo no! El año pasado tuvimos un taller con altos jerarcas.
De más está insistir en que los libros de texto gratuitos siguen sin explicar la historia de la esclavitud a la cual fueron sometidos los africanos en la época colonial y dio origen a la actual población afromexicana. Por el contrario, los libros han sido criticados recientemente por suprimir distintas etapas de la historia, como la época prehispánica.
Como parte de los festejos por el Bicentenario, la Presidencia de la República, junto con la SEP y el Fondo de Cultura Económica (FCE), editó el libro Historia de México, escrito por investigadores miembros de la Academia Mexicana de la Historia (AMH), y coordinado por Gisela von Wobeser, a quien toca escribir el capítulo del virreinato de Nueva España en el siglo XVI.
En el volumen apenas hace referencia al esclavismo. Se cuenta que en 1542 la Corona expidió las Leyes Nuevas, donde se prohibió “emplear” indígenas en las minas y fábricas de los ingenios azucareros, lo cual obligó a “contratar” esclavos negros, introducidos por comerciantes portugueses, que los traían de África o los adquirían en mercados europeos y asiáticos.
Y agrega que de las uniones entre españoles, negros e indios surgieron las llamadas castas (mestizos, mulatos y zambos), “que tuvieron los mismos derechos y obligaciones que los españoles de clase baja y culturalmente se hispanizaron”.
Se pide a Martínez Montiel una opinión sobre el libro. Pregunta quién lo escribe, y al escuchar que miembros de la AMH, coordinados por Von Wobeser, ataja:
“Sin comentarios.”
El año pasado el jefe del Ejecutivo, felipe Calderón, conmemoró la rebelión encabezada por Gaspar Yanga, un príncipe africano que fue traído como esclavo, y celebró el 400 aniversario de la fundación del poblado de Yanga, en Veracruz (1609), como “el primer pueblo libre de América”, según las crónicas de prensa, que destacaron la ausencia en el acto oficial de descendientes afromestizos.
Martínez Montiel aclara que se deben tomar los hechos “con prudencia”, pues no se puede considerarse como un antecedente de la gesta de Independencia. Y puntualiza que Yanga no fue el primer territorio libre de América, sino Haití (1804), “¡y hay que ver cómo está ahora!”.
Bien harían, insiste, en reconocer las aportaciones de la mano de obra esclava, saber que las tropas de Miguel Hidalgo estuvieron nutridas por afromestizos o que la misma sor Juana Inés de la Cruz dedicó unas ensaladillas a la población negra. Se sabe que manifestó preocupación por ella.
Tras las huellas
El pionero de los estudios africanistas en México desde los años cuarenta del siglo XX Gonzalo Aguirre Beltrán (1908-1996) hizo ver también la grave omisión en la historia de México. En la introducción del tomo XVI de su obra antropológica, señala:
“Es inconcebible que la Historia de México (1978), editada por Salvat y coordinada por Miguel León Portilla, preclaro profesional, con quien colabora la flor y nata de nuestros historiadores, no mencione una sola vez al negro, o a la esclavitud negra en alguna de las 3 mil 100 páginas de los 13 volúmenes profusamente ilustrados.”
No quiso atribuirlo a un “olvido involuntario”, pues habría sido “racismo larvado, inconsciente”, más bien consideraba la falta de especialistas en el tema. Entonces ya mencionaba entre los pocos al fallecido Gabriel Moedano y a Martínez Montiel.
Ganadora de la medalla Gonzalo Aguirre Beltrán, la antropóloga afromexicanista continuó por la brecha abierta por el médico antropólogo al fundar, en 1974, en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) el proyecto Afroamérica. La tercera raíz, y en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) el seminario de Historia de África y el curso Mundo africano. Edad moderna, luego de haber recorrido mundo en busca de conocimientos sobre africanía con profesores de la talla de Claude Lévi-Strauss, Roger Bastide, George Balandier y Jacqueline Delange.
Creó, asimismo, en 1987, el Museo de la Ciudad de Veracruz con la primera sala dedicada al tema de la esclavitud; en 1989, con Guillermo Bonfil como director general de Culturas Populares del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Programa Nuestra Tercera Raíz, basado en los proyectos anteriores, que ahora retoma su nombre Afroamérica. La tercera raíz, dentro del Programa México Nación Multicultural, de la UNAM, dirigido por el etnólogo José del Val.
A decir de la antropóloga, a lo largo de estos más de 35 años se han editado varios libros de estudios afroamericanos en Centroamérica, Sudamérica y México. Ahora, destaca, hay más investigación y ha habido “una producción grande de tesis”, tanto en la Ciudad de México como en los estados de la República. Aunque sigue faltando difusión, el término “tercera raíz ha alcanzado cierta voz”; hay gente interesada en averiguar a qué se refiere.
“Hemos despertado vocaciones en la UNAM. A estas alturas debe haber 40 especialistas en provincia y en el extranjero que han venido a estudiar aquí porque esa materia no se da en las universidades de América Latina, en la mayoría de las universidades, podríamos decir para no pecar. Cuando había becas para latinoamericanos, yo tenía estudiantes de Colombia, de Trinidad, de Estados Unidos, en fin, en Cuba misma no hay una materia como ésta y es una de las potencias más adelantadas en estos estudios, pero no existe la cátedra de historia de África o de Afroamérica, es otro beneficio que da la universidad.”
Una de las aportaciones que considera tendrán efecto a largo plazo es que los afromexicanos están reclamando reconocimiento y tienen ahora argumentos reales de apoyo para la búsqueda de su identidad, y en una retroalimentación, pronto se editará un libro con este tema. Antes –recuerda su propio caso– se iba a África a buscar la historia de la africanía del siglo XVII, hoy se acude a las comunidades afromexicanas y se constata cómo se transformaron tanto África como América, y España y Europa también a partir de las aportaciones de esos continentes.
“Ninguna de las tres culturas, europea, americana y africana, quedaron intactas, sería absurdo. Nosotros le llamamos cultura afroamericana a aquello que contiene elementos de africanía, pero contiene también elementos de hispanidad y de indianidad, es una cultura híbrida. En ningún caso podemos encontrar culturas puras.”
–¿Cuál ha sido el beneficio para las comunidades negras de México?
–Bueno, si no hay beneficios para las escuelas (en libros de texto), no hay beneficios para las comunidades.
Luego reconsidera, pues aunque oficialmente no se reconozca a estas poblaciones, el Programa sí los ha beneficiado. Menciona por ejemplo la creación del Museo de las Culturas Afromestizas Vicente Guerrero Saldaña (primero en su tipo), en Cuajinicuilapa, Guerrero.
Cabe señalar, como ejemplo también, que recientemente se realizó el foro Afromexicanos: Por el reconocimiento constitucional de los derechos del pueblo negro de México, cuyo resultado es el libro De afromexicanos a pueblo negro, compilado por Israel Reyes Larrea, Nemesio J. Rodríguez Mitchell y José Francisco Ziga Gabriel, cuya versión electrónica puede consultarse en la web del programa México, nación multicultural.
“A las comunidades –dice la etnóloga– se les beneficia regalándoles su historia, despertándoles la conciencia de su identidad, enseñándoles pues, es lo que nos toca hacer. ¿Cuántos beneficios puede haber en las comunidades en México? Todavía no los puedo medir, para qué especular. Ahora estoy estudiando los procedimientos de organización de los llamados pueblos negros de Oaxaca y de Guerrero.
“Porque esta idea de organizarse y reclamarse como afrodescendientes no es originaria de México, viene de otras partes de América Latina, entre ellas Colombia, en donde el reclamo es diferente y el problema es muy distinto. En cada país de América Latina hay una situación, pero no en las mismas condiciones ni en los mismos términos.”
La organización de los pueblos negros no es tampoco semejante a la de las comunidades indígenas. Tras recordar que recientemente hubo un encuentro entre grupos de ambas comunidades que se llamaron “hermanas”, la especialista explica que el reconocimiento a la diversidad cultural (impulsado por ejemplo ahora por la UNESCO), entraña una lengua propia, una historia conocida, un reclamo a esa historia y a una identidad, y los negros no tienen todo ello.
Hay que recordar que sus antepasados fueron arrancados literalmente de sus territorios, no lograron conservar sus lenguas ni sus formas culturales.
“No conocen su historia, no conocen sus orígenes, apenas se están enterando de quiénes son.”
De hecho, la etnóloga no está de acuerdo con el uso del término “negro”, se opone a él aunque los propios pueblos negros se autonombren así, pues considera que no se debe juzgar a la gente por el color de su piel, “ése es el racismo verdadero”.
–¿Cómo llamarlos entonces?
–Lo estoy averiguando –responde al tiempo que levanta un ejemplar de La raza cósmica, de José Vasconcelos, que está releyendo–. El término negro es una categoría colonial, ¿cómo es que la seguimos usando? Les decían negros a los esclavos, pero ellos venían de pueblos con nombre y apellido, de verdaderos imperios, igual que los indios, y fueron despersonalizados por los europeos: De aquí a acá son indios y de acá para allá son negros, y se acabó, no tienen personalidad, no tienen nombre, no tienen cultura.
Vergonzosa historia
Los antecedentes históricos de una nación esclavista pueden no ser motivo de “orgullo” en el contexto celebratorio de 200 años de “Independencia”, como reza la propaganda del gobierno que en contraste otorga el reconocimiento del Águila Azteca al líder sudafricano Nelson Mandela, por su lucha contra el apartheid, pero no reconoce las aportaciones de los negros en su propio país.
Ganadora por su parte del Premio Internacional Fernando Ortiz, otorgado en Cuba, debido a sus aportaciones en los estudios afroamericanos, Martínez Montiel resume en un breve texto aquella parte de la historia de México, que comparte con otros países como Brasil, Cuba o Colombia:
“El comercio trasatlántico de esclavos que duró alrededor de 400 años es uno de los capítulos más trágicos en la historia de la humanidad. Millones de hombres, mujeres y niños africanos fueron capturados, enviados en barcos, vendidos a dueños de plantaciones y otras empresas coloniales y esclavizados por varias generaciones.”
El texto es la presentación de la exposición Afroamérica. La tercera taíz, mediante la cual ha venido difundiendo no sólo en México sino en otros países de América Latina, África y Europa los temas de la esclavitud africana. Se expuso por primera vez en 1999 en la Casa del Lago.
Ahí queda claro que no se trató de “contratar” negros. La antropóloga africanista enfatiza:
“La diáspora africana, en tanto que movimiento forzado de millones de seres humanos, fue el mayor traslado de personas que el mundo jamás haya conocido... cambió el curso de la historia generando un largo proceso de interculturación en el que surgieron nuevas y originales manifestaciones conformadas por pueblos y civilizaciones antes desconocidos.”
Y lamenta:
“A pesar de ello, gran parte de esta historia aún no ha sido contada. Se le ha dado muy poca atención a la tragedia de la esclavitud, al sufrimiento humano que causó, al racismo que generó y al gran impacto que tuvo sobre tres continentes: América, África y Europa.”
Expone que los africanos hicieron aportaciones a la agricultura, la pesca, la minería, la metalurgia, la medicina tradicional, contribuyeron al desarrollo de Europa y del entonces llamado Nuevo Mundo. Y desde siempre lucharon por la abolición de la trata de esclavos en movimientos de resistencia. Pese a ello, sus descendientes no han conquistado sus derechos civiles y políticos:
“El estigma de la esclavitud existe aún en sociedades racistas, segregacionistas, y en los sistemas de apartheid, así como en formas modernas de esclavitud tales como el trabajo de niños, la servidumbre, la prostitución y otras formas disimuladas de explotación como la de los migrantes indocumentados en todo el mundo.”
La investigadora incluso pone en duda cómo serán tomados en cuenta los negros en el Censo General de Población y Vivienda.
“¿Por el color de su piel?”, pregunta con ironía el remarcar que ello sería una forma de racismo, un estigma. Antropólogos e historiadores han señalado que el censo no tiene una metodología adecuada tampoco para reconocer a la población indígena, a veces simplemente se guían por determinados elementos (dormir en petate, no en cama; usar huaraches, no zapatos; o el tipo de alimentación), cuando esto tiene que ver también con condiciones socioeconómicas, no sólo de tradición cultural.
Al dar a conocer la salida a la luz pública del libro De afromexicanos a pueblo negro, la agrupación De África, A.C., destaca:
“Creemos que hoy más que nunca, en que el mundo entero está reconociendo el papel importante que han tenido los pueblos afrodescendientes en la construcción de cada nación en donde hay presencia negra, debemos en nuestro territorio mexicano, acompañar a los pueblos negros a consolidar sus derechos. El censo, de acuerdo con lo establecido en el foro afromexicanos, constituye un principal paso.”
Advierte además que ya no quieren ser sólo un “objeto de estudio” de congresos y seminarios, quieren ser protagonistas y relatores de su historia:
“Los negros, como objeto de estudio, siguen siendo los negros atrapados en los archivos que quedaron olvidados, porque siempre han sido ignorados. Por eso a lo mejor se piensa que no hay negros en México, porque cuando se habla de ellos, se habla de quienes están en los archivos. Pero en la Costa Chica de Oaxaca y Guerrero, en Valerio Trujano, Oaxaca, en Veracruz, en Coahuila y en todo México hay un pueblo negro que exige se le reconozca, que exige libertad de tránsito, que exige salir de esos groseros niveles de pobreza que Conapo (Consejo Nacional de Población) manifiesta, que exige ser parte de programas federales, que no quiere verse reflejado en las estadísticas como los más analfabetos, como los más carentes de servicios, como los más olvidados.”