¿Fetocracia?
MÉXICO, D.F., 18 de agosto (apro).- Apreciado amigo René: ¿podrías decirme qué es lo que te pasó para meterte en semejante fregadera? ¿Qué te dio para afirmar que los humanos viven en una fetocracia?
Vamos a ver: si no te interpreto mal, al expresar que los humanos viven en una fetocracia, quieres decir que viven y son víctimas de un poder vago, sin forma definida: fetal, aún en formación, sin demostrar muy bien qué es, cómo va a ser, bien sea porque no han sabido o no han podido dársela (¿por falta de voluntad? ¿Por impotencia?). Eso no lo aclaras en tu carta a este buzón, con lo cual flaco servicio haces a los humanos, pues queriendo o sin querer los expones a la luz pública como unos ineptos, torpes, aprendices de brujo. Se te van a enojar.
Siento contradecirte, pero por experiencia sé que al menos no todos son ineptos. Los hay quienes no tienen un pelo de tontos –no me refiero a los calvos, no-- y saben muy bien lo que quieren y qué medios utilizar para obtener lo que quieren, por lo que puede decirse de ellos que en vez de torpes aprendices de brujo, son más bien hábiles flautistas de Hamelín.
Si te pones a pensar, amigo René, seguro que pronto llegarás al punto de descubrir que los humanos nunca han vivido –ni viven–en una plena democracia –ni siquiera los griegos–, es decir bajo el gobierno de los más, sino bajo gobiernos de los menos, hecho que se confirma si miras a la historia.
Si bien la miras, verás desfilar en ella a la teocracia –el gobierno cuya autoridad, vista como procedente de las divinidades, la ejercen sus ministros–, sean estos los brujos de las tribus o los sacerdotes egipcios o la Iglesia en la Edad Media, bien de manera directa o indirecta; a la monarquía o el gobierno ejercido por un solo jefe; a la oligarquía o el gobierno ejercido exclusivamente por algunas familias poderosas o por un conjunto de negociantes poderosos que se aúnan para que todos los negocios dependan de su arbitrio, de su voluntad; a la plutocracia, o lo que es lo mismo la preponderancia de la clase rica en el gobierno, y a la tiranía, en la que un audaz, que nunca falta, asalta y usurpa el poder y lo ejerce de una manera soberana, sin reparar en barras, esto es, de manera opresiva, cruel e injusta.
El desfile de estos gobiernos, unas veces en estado puro y en otras en múltiples y variadas combinaciones, tolerancias y complicidades, se ha dado --y se da--, como he dicho, en la historia. Lo que nunca se ha dado de manera rotunda es un gobierno democrático, esto es, el imperio del demos, del pueblo, que es lo que etimológicamente significa la palabra democracia.
Juzgo, tú dirás si me equivoco o no, que tal realidad histérica de la historia de la democracia manda por un tubo la idea de tu especie, las ranas, y que tú también apruebas, de que los humanos viven y sufren en y por una fetocracia, en un y por un poder informe, irreconocible, por lo que no se le puede descubrir ni localizar. ¡De risa loca la tal idea!
Con ella, reconócelo, vas a confundir más a los ya desorientados y seducidos por los flautista de Hamelín que han conformado y rigen la actual globalidad en que vive la especie humana, los que, recuerda, han decretado la muerte de las ideologías (menos la de ellos, por supuesto), el ocaso de las revoluciones (en especial de las que pretenden cambiar al mundo), el fracaso de las utopías (que es tanto como prohibir soñar en el bien para todos) y el final de la historia (que supone que ya no hay nada más que hacer, que no hay más que seguir haciendo lo mismo), ideas todas destinadas a alimentar y robustecer el conformismo para que todo siga igual, a vivir en democracias no revolucionarias, de más de lo mismo; a vivir en el absurdo de democracias oligárquicas, selectivas, de privilegios para los menos, lo que va imposibilitando cada vez más una verdadera democracia, el gobierno del demos, de los más sobre los menos, de las masas sobre los privilegiados, con lo que, queriendo o no queriendo, van aumentando la frustración, el resentimiento e incluso la indignación y hasta al odio de los que tienen que sufrir la desigualdad, en merma de su libertad y de ver disminuido su bienestar por culpa de la economía, como tu bien señalaste, lo que puede arrastrar --¡y arrastra!-- a no pocos de los mismos a la desesperación, sentimiento que fácilmente los puede llevar --¡y los lleva!-- a que pierdan el debido respeto e incluso el miedo a la autoridad, a los privilegiados, a los que ellos llaman valores tradicionales (familia, sociedad, etcétera) y hasta a las instituciones, por sentir y comprobar que de poco o nada les sirven para resolver los problemas de que son víctimas.
Amigo René: ¿te imaginas cuál puede ser el resultado para los humanos si persiste esta situación de desigualdad, injusticia, frustración, rencor, indignación, desesperación y odio? No quiero ni pensarlo y pido al cielo que no nos lleven a nosotros, los irracionales, como ellos nos juzgan, entre sus pies.
Con mi segura amistad de siempre.
LA LECHUZA DE ATENEA